
Aunque no siempre se reconoce, todo el mundo ha sentido odio alguna vez. Odiar es humano, al igual que querer. Y tanto uno como otro sentimiento están presentes en la mayoría de películas, aunque en algunas El odio es el protagonista absoluto. Ya dice el refrán, y el título de una película que Del odio al amor no hay más que un paso, y buena prueba de ello la tenemos en filmes como La guerra de los Rose, el paradigma de una ruptura dramática. Aunque la lista, desde luego, podría ser tan larga como quisiéramos.
En nuestro teatro, el odio tiene su propia sede. Los delitos de odio, que ya tuvieron su estreno, cada día son más visibles. Pero no es oro todo lo que reluce. Como he dicho más de una vez, ni todo el odio es delito de odio, y no es necesario que exista un odio tal como lo conocemos para cometer ese delito.
Me explico. En el caso de un hombre que asesine al amante de su mujer porque ha descubierto la infidelidad, puede hacerlo porque le odia mucho, incluso pude gritarlo a los cuatro vientos, pero no es delito de odio. Tampoco lo sería en el caso inverso, esto es, que la mujer acabara con la vida de la amante de su pareja, por más que lo odiara. Para que no se diga que siempre voy a los mismos ejemplos.
Por su parte, para cometer un delito de incitación al odio no es necesario odiar a una persona concreta, ni siquiera dirigir los insultos a alguien determinado, pero sí arrojar esa semilla de difusión propia del llamado discurso de odio.
Precisamente, era del discurso de odio de lo que iba a hablar hoy, al hilo del anuncio de una proposición no de ley para que las redes sociales eliminen los mensajes de odio. Algo que, confieso, por más que tenga la mejor intención, me pone los pelos como escarpias, porque no sé que legitimidad tiene una red social para calificar lo que incita al odio o no. Y ya sé que no se habla de delitos de odio, sino de incitación al odio. Precisamente, ahí está el problema. Si se tratara de delitos, está claro quién debe calificarlo de tal. –juez y fiscal, dentro de sus respectivas competencias- y cómo actuar al respecto, que para eso está el procedimiento, por más mejorable que sea.
El verdadero conflicto viene cuando hablamos de esas otras expresiones por las que no se sigue un procedimiento judicial, la de esos seres enmascarados en el anonimato virtual que escupen su odio y su repugnancia un día sí y otro también, algo de lo que más de un tuitero y tuitera –incluida esta toguitaconada- sufrimos a diario. Ya dedicamos en su día otro estreno a los trolls pero los haters –u odiadores, que no suena tan in– son sus primos hermanos. O, más bien, sus primos de Zumosol.
Reconozco que hay que armarse de paciencia para soportar el acoso cibernético de quien torpedea, malinterpreta y da la vuelta a cualquier mensaje, algo de lo que el feminismo sabe un rato. Cualquier excusa es buena para vomitar el odio. Por ejemplo, el atentado yihadista en una Iglesia de Francia o la noticia de que se condena a un taxista por no dejar entrar en su vehículo al perro guía de un ciego. De lo primero tienen la culpa, como no. las feminazis, y de lo segundo se hace burla solo porque una feminazi lo comparta. Y, de paso, pues le digo unas cuantas cosas sobre su físico, su profesionalidad o cualquier otra cosa, que no nos falte de na. Os invito a dar una vuelta por mi perfil de twitter para comprobarlo
La verdad es que algunos de estos haters no hacen sino dar mucho más valor al odiado u odiada del que en realidad tiene. Cuando te culpan de las decisiones del gobierno, de las del Poder Judicial o de las de la Fiscalía en pleno, no hacen sino creerte capaz de ejercer una influencia tal que pueda cambiar esas decisiones.
Pero hasta ahí llega la cosa. Hemos de recordar que la libertad de expresión no solo es un bien precioso sino que es uno de los pilares de nuestras democracias. Como se cree que dijo Voltaire -aunque no está claro-, «estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirtlo»
Limitar un derecho fundamental solo es posible cuando se vulneran los derechos fundamentales de otras personas, y eso ocurre cuando se comete el delito de odio, pero no cuando se dirige un mensaje que manifiesta odio, que de eso vemos todos los días y aviada estaría si tuviera que perseguirlos. Y los delitos, repito, los califican fiscales y los juzgan jueces y juezas.
¿Quiere esto decir que la red social, o el medio de comunicación donde se viertan no pueda hacer nada? Por supuesto que sí, puede hacerlo pero con unos límites muy claros, los que se aceptan en el contrato que, aunque no lo sepamos, firmamos al acceder a la red social y, sin duda, los que dispongan los juzgados si adoptan medidas cautelares. Pero de ahí a que una ley convierta a la red social en policía hay mucho camino. Y mucho peligro.
Lo mejor es poner en práctica el viejo refrán de que no hay mejor desprecio que no hacer aprecio. Y recordar eso de Ladran luego cabalgamos que, aunque se le suele atribuir a Quijote, pertenece a unos versos de Goethe que no aparecen en la obra cervantina.
Por todo eso el aplauso es para todas las personas que comprenden una cosa tan sencilla como que para el discurso del odio hay una vacuna. Se llama respeto y está disponible desde hace mucho tiempo al módico precio de 0 euros, solo hay que administrarla.
Una vez más, la ovación extra es para mi ilustradora de cabecera @madebycarol , cuya obra es tan fantástica que hay quien se arroga el derecho de copiarla sin pedirle permiso, cosa que no se puede permitir, por supuesto, con odio o sin él