Toque de queda: nueva Cenicienta


                No es algo extraño que nuestras vidas vengan limitadas por el mecanismo de un reloj. Cada cosa a su tiempo y un tiempo para cada cosa, dice en refrán, y al final el refranero siempre tiene razón, aunque cada cual lo interprete a su modo. El mundo de las artes escénicas no es una excepción, y así encontramos desde obras que transmiten a la perfección esas limitaciones paternas que marcaban nuestra a adolescencia, como aquella serie que se llamaba A las once en casa, hasta otras que recogen es vertiente bélica del Toque de queda. En cualquier caso, no podemos olvidar a la más conocida de las protagonistas de un toque de queda cinematográfico, La Cenicienta, paradigma de cómo se esfuman las cosas si nos pasamos del tiempo preordenado. Y, como siempre viene bien un toque de humor, recordaré también a aquel El Ceniciento de un Jerry Lewis que tanto me hacía reír cada vez que lo veía en la tele. El también tenía que estar a las 12 en casa.

                Como reza  un dicho, la vida siempre supera la ficción y nuestro teatro es buena prueba de ello. Si nos hubieran dicho hace apenas un año que desde Toguilandia se tendría que estar ratificando el marco jurídico de cosas como un estado de alarma o un toque de queda, le hubiéramos respondido a quien lo dijera que dejara las drogas o lo que quiera que le causara esas increíbles alucinaciones. Y sin embargo, aquí estamos, hablando tanto de estas cosas que acaban pareciendo lo más normal del mundo. O, quizás, lo más normal dentro de la anormalidad de una situación tremenda.

                Hablaba en otro estreno, dedicado al reseteo, de esas cosas que no volvería a decir después de la pandemia y sus consecuencias. Cosas como estado de alarma, restricción de la libertad ambulatoria o confinamiento, que creí que nunca conocería, han venido a instalarse a nuestras vidas. Y, según parece, con la intención de quedarse mucho más tiempo del que quisiéramos y, desde luego, del que éramos capaces de imaginar. O al menos, yo, y eso que siempre he tenido una imaginación desbordada, como me decía –y me sigue diciendo- mi madre.

                Ahora, a esas expresiones y la realidad que les acompaña, se une una nueva: toque de queda. Confieso que solo oírlo me pone los pelos de punta, aunque ya me voy acostumbrando. Tiene ese toque entre militar y dictatorial que hace estremecerse al escucharlo. Tal vez influya el recuerdo que quienes vivimos en Valencia tenemos del 23 F. Pero, sea como sea, la perplejidad me invade, y de tanto abrir los ojos como platos se me van a quedar pegadas las pestañas a las cejas. Es lo que hay

                No sé si los Simpson, que todo lo predicen, llegaron a anticipar esto del toque de queda, pero la que si lo hizo a la perfección fue Cenicienta. Qué íbamos a pensar cuando de niñas leíamos el cuento o veíamos la película de Disney que nos llegaríamos a sentir como ella, aunque sin hada madrina , traje brillante ni zapatito de cristal. Y por supuesto, sin príncipe, pero eso maldita la falta que nos hace ahora. Salvo que sea científico y que traiga la anhelada vacuna, claro está. Entonces se podría hacer una excepción. (Ojo, una excepción a la regla, no un estado de excepción, que no quiero ni nombrarlo por si las moscas)

                El caso es que nos hemos convertido en Cenicientas y dependemos que los ratoncitos y pajaritos nos hagan el traje para ir al baile. Y ahí está el problema, me temo. En que en vez de esos encantadores animalitos, dependemos de unos políticos que no siempre dan la talla. Y, lo peor de todo, que no se ponen de acuerdo ni así los maten. ¿Alguien se imagina que mientras los pajaritos le hacen un lazo para el cuello precioso a Cenicienta, los ratoncitos planean un vestido palabra de honor donde el lazo en el cuello no pueda ponerse? O que quisieran sustituir los zapatitos de cristal por botas de montaña. Pues algo así es lo que pasa, por simplona que parezca la comparación.

                Aunque lo verdaderamente importante es lo de la hora de regresar a casa. Ahí es donde nos parecemos a Cenicienta, aunque hay que ser conscientes de que las consecuencias de incumplir la norma serán todavía peores que lo fueron para ella. En su caso, la carroza se convertía en calabaza y los lacayos en animales. En el nuestro, a corto plazo, nos podremos llevar una sanción que nos ponga a temblar. Y a largo, lo más importante, hará que se aleje ese horizonte del fin de la pandemia que tanto deseamos.

                Así que, cuando nos vengamos abajo, recordemos que si el príncipe encontró a Cenicienta solo a partir de una zapato y a pesar de que la tenían escondida, también podemos encontrar una solución a esto del coronavirus , aunque cueste vislumbrarla en el horizonte. Y entonces no sé si comeremos perdices, pero seguro que seremos felices. Y, por supuesto, celebraremos juicios como si no hubiera un mañana, porque habrá que recuperar el tiempo perdido. Y hasta nos quejaremos, que nunca estamos conformes con las cosas. Y que nadie me venga con que ni se imagina que podamos quejarnos de eso, porque le recordaré que tampoco nos podíamos imaginar la que nos ha caído encima y aquí está

                Por todo eso, mi aplauso está para cada una de las Cenicientas cumplidoras de las normas, especialmente si son capaces de esbozar una sonrisa. El que le daría a ratoncitos y pajaritos, me lo guardo para cuando tengan el vestido terminado. Que sepan que les estamos vigilando y que aquí no hay hada madrina que valga

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