Trolls: haberlos, haylos


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Las estrellas siempre han tenido sus admiradores. Y junto a ellos muchas veces surge otra especie no tan agradable: los acosadores. Personas que, llevadas por un odio desmedido o por una admiración mal entendida, se dedican a torpedear la vida de los famosos en cuestión hasta extremos muchas veces insoportables. O hasta las últimas y más terribles consecuencias, como le sucedió a John Lennon

También tenemos la versión sibilina, la del que parece amigo y acaba poniendo la zancadilla para apropiarse de algo. Eva al desnudo. La vieja historia de siempre.

Pero con la llegada de las nuevas tecnologías que ya no son tan nuevas y se llaman TIC, como si fuera un guiño incontrolado, tenemos un nuevo tipo de acosador, acechador, o pesado de los de toda la vida. El troll, que yo sigo imaginándome como aquellos monstruitos feos y con los mocos colgando que salían en David el Gnomo. Y de eso también saben mucho los famosos, acostumbrados a desenvolverse en redes sociales para hacerse visibles y ganar seguidores. O perseguidores, por eso de que más vale que hablen mal de alguien que no hablen nada. El clásico Ladran luego cabalgamos.

Y nosotros, en la humildad de nuestro teatro, también tenemos los nuestros. Reales y virtuales. Y mixtos, como el sándwich. Que no nos falte de na, que no, que no… Que estamos que lo tiramos. Y como las meigas, hay quien no cree en ellos, pero haberlos, haylos.

Entre nuestros perseguidores reales hay algunos que son un clásico. Recuerdo uno que hasta hace nada se colocaba en la puerta de los juzgados con una soga atada al cuello reclamando justicia por un asunto antiguo, del que ignoro por completo el contenido. El cartel que llevaba era tan largo que era imposible abarcarlo de una ojeada, ni de dos. Ni siquiera de tres. Pero allí permaneció, primero en la sede de los antiguos juzgados, luego en del Tribunal Superior de Justicia y más tarde en la nueva –ya no tan nueva, ni cronológica ni materialmente- Ciudad de la Justicia. Y aunque hay quien cuenta que más de una vez perdió las formas, yo jamás lo vi hacerlo. Aunque confieso que jamás leí entero su cartel, que, con él, pasó casi a formar parte del mobiliario urbano.

También hay otro tipo especialmente pesados. Los que psiquiatría llaman querulantes y pasan el tiempo presentando denuncias infundadas hasta que alguien les diagnostica y toma medidas. Recuerdo uno que día tras día interponía denuncias contra el mismo juez, todas ellas escritos con máquina Olivetti y en folios amarillos y que, en sus ratos libres, permanecía inasequible al desaliento en la puerta de su juzgado reclamando ser atendido o, simplemente, increpando a quienes pasaban acerca de lo mal que funcionaba la justicia. Y así un día tras otro.

Luego están los que envían cartas, generalmente manuscritas, afirmando saber a ciencia cierta quien mató a Kennedy o nuevos datos del Crimen de Cuenca o de cualquier otro asunto judicial famoso. Algunos, incluso, con artes quirománticas de por medio o apariciones divinas. Que no sabemos la manía que tiene de aparecerse la Virgen haciendo revelaciones insospechadas.

Pero también hay trolls más modernos. De esos que nos amargan la vida o pretenden hacerlo. Ultimamente, hay algunos empeñados en cobrar notoriedad apareciendo por detrás de las retransmisiones en directo de televisión con una pancarta de “Stop Feminazis”. Hecho que repiten en charlas y conferencias que gustan de reventar con la dichosa pancarta, y que ha dado lugar a varias intervenciones policiales.

Y, para acabar, están los que se mueven en las redes. Gente que, bajo una identidad anónima, se dedican a torpedear a diestro y siniestro, venga o no venga a cuento, y aunque sepan menos de Derecho que yo de Física Cuántica. Y, para acabar de ilustrar el panorama, está el modelo controlador, y no precisamente aéreo. Que si tuiteo en horas de trabajo o dejo de hacerlo, que si cuál es mi horario, que si entro o si salgo. Como si tuviera que dar explicaciones en twitter de si programo tuits, si descanso tras la guardia o si tengo permisos o vacaciones o salgo a almorzar y hago lo que me viene en gana. Que ni el CNI y  Anacleto, agente Secreto haciendo equipo. Pero bueno, al fin y al cabo se lee lo que escribo, aunque sea para ponerme verde. Algo es algo.

Lo bien cierto es que estos personajes anónimos pueden acabar por sacarnos de quicio. Es difícil cohonestar eso de tratar de ser cercano y accesible con aguantar las continuas ráfagas de insultos y malos modos. Y todavía son peores las insinuaciones, como las que nos caen día sí día también por unos existentes insistentes, empeñados en que quien lucha contra la violencia de género está a favor de todos los demás tipos de maltrato. Y nos sueltan en la cara –o mejor, en el perfil- noticias de hombres o niños maltratados o de mujeres asesinas como si eso nos pareciera fantástico. Ignorando que incluso en algunos de esos casos que escupen en mi cuenta como si fueran veneno, he sido yo misma la fiscal que acusó y obtuvo una condena. Pero no les daré el gusto de responder, que ya se sabe eso de que no hay mejor desprecio que no hacer aprecio. No existen.

Así que hoy el aplauso para todos los que, haciendo gala de la paciencia del santo Job, aguantan troles reales o virtuales. Porque el ciudadano necesita saber que somos personas de carne y hueso, que sienten y padecen, y no conseguirán que nos volvamos a nuestra concha. Acabáramos.

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3 comentarios en “Trolls: haberlos, haylos

  1. No, no es eso, lo que ocurre es que cuando te dedicas a amargarle la vida a la gente de forma permanente (con razon y otras sin ella) inevitablemente en alguna ocasión pinchas en hueso, y lo de compararse a una misma con Jhon lenon, pues como que no, no va ser lo mismo ,cantar imagine, que pedir cinco años de cárcel para un ciudadano sin tener la absoluta seguridad de que realmente lo merece, entiendo que la administración de justicia es imprescindible para mantener la civilización, pero cuando uno se empieza a creer una superestar por encima del bien y el mal , mal asunto, la reflexión , la mesura, la humildad y la discreción debereian aplicarse de oficio en ciertas profesiones, un saludo.

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    • Lamento que le parezcan esas cosas. No pretendo compararme con nadie y menos aún con aquel a quien se refiere. En cualquier caso, gracias por leerme y por no usar el insulto para la crítica. La diversidad de opiniones siempre enriquece

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  2. Señora mia,ante todo la ley debe condenar al culpable,para ello es necesario corroborar las pruebas de que se disponen,y no omititrlas como fue mi caso.
    Una jueza no tiene que creer o no a una denuciante,si no que debe corroborar las pruebas y emitir un veredicto en base a ello.
    Un saludo.

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