La fama es algo casi consustancial al mundo del espectáculo. Cualquiera que aspire a ser algo en este mundo de la farándula sabe que lleva consigo un mundo de fama y oropel que resulta inevitable, además de agradable dentro de unos límites. Y lo asume. No puede ser de otra manera. Aunque para llegar a Ricas y famosas no hay que olvidar eso de que la fama cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagarlo, como nos decía aquella recordada profesora de Fama.
Pero nuestro teatro no es en eso muy parecido. Porque en principio nuestra imagen de seriedad y hasta de ampulosidad parece que casa mal con la fama. O no. Todo es cuestión de cómo se vean las cosas. Porque la fama no necesariamente ha de ser mala o tener unas connotaciones negativas. La fama, entendida como prestigio o crédito de una persona, es algo bien bonito. Y tampoco el hecho de vestir toga, con o sin puñetas, nos debe hacer renunciar a eso.
Todos hemos oído hablar de los jueces estrella. Y criticarlos. Una especie en expansión a la que le han salido competidores: desde fiscales estrella hasta abogados, pasando por cualquier clase de operador jurídico. Pero hay que separar el grano de la paja y distinguir cuando a alguien le mueve el mero afán de protagonismo y cuándo este protagonismo en inevitable en función del asunto que la lotería del reparto de causas tenga a bien obsequiarle.
Así, es lógico que en destinos como la Audiencia Nacional o Antiocorrupción se vean abocados a una fama no siempre buscada. Porque es casi imposible encausar –o no- a alguien de postín sin que el furor mediático se le venga a una encima. Otra cosa es como se maneje, que a veces las cosas se nos van de las manos. Y en otros casos, es la diosa Fortuna la que decide poner en el ojo del huracán a un juez, un fiscal o incluso un abogado. Teniendo en cuenta que en nuesro derecho rige el derecho al juez natural, que no significa otra cosa que será competente aquel al que por territorio corresponda –con las salvedades de la Audiencia Nacional y los aforamientos- nos podemos encontrar que a la folklórica investigada por determinados hechos, o al alcalde pillado metiendo mano en la caja les tengan que recibir declaración en Matalasperas de Arriba un juez y un fiscal recién estrenaditos, que lo último que quieran sea ganar una notoriedad de la que huyen como de la peste. O tal vez al revés, estén encantados de ese golpe de suerte y lo quieran usar como trampolín en su De aquí a Hollywood particular, que de todo hay en la viña del Señor.
Pero la cuestión es ¿es bueno o malo que salgan en la tele o hagan declaraciones? Pues, me van a perdonar los talibanes del cerrojazo pero la respuesta es que nada tiene de malo. Hay que ser natural, y si aquel tema en el que trabajamos es noticia, deberíamos salir a la palestra para contar, con rigor y sin falsas modestias, lo que se pueda contar. Porque solo así garantizaremos el derecho a la información del ciudadano, y quizás evitemos la irrupción de tertulianos y todólogos varios que igual hablan del último descubrimiento de física cuántica que de la última novia del hermano torero de un triunfito. Y que, por supuesto, saben más de derecho que veinte catedráticos juntos.
En la era de la comunicación nosotros no podemos ni debemos quedarnos atrás. No podemos permitirnos seguir con esa concepción sacrosanta de la Justicia que hace que al ciudadano le parezca algo ajeno que vive a años luz de sus intereses. Con naturalidad. Esa es la clave.
Desde luego que tenemos nuestros gabinetes, nuestros portavoces y nuestras ascociaciones. Pero eso no quita la posibilidad de que se puedan hacer otras cosas, para que no demos la impresión de que huímos de las cámaras como alma que lleva el diablo.. Porque puede parecer que tenemos algo que ocultar.
Otra cosa es que se aproveche para hacer un posado robado como si fuéramos Anita Obregón al principio de cada verano. Porque aunque podría tener su punto toguitaconarnos al borde del mar con un traje de baño con balanza incluída, como que no lo veo. Que todo tiene sus límites. Aunque quizás llegue el día, que nunca se sabe.
Mientras tanto, dediquemos hoy el aplauso a quienes saben mantener el equilibrio entre informar y ser cercanos y no resultar ávidos de un protagonismo innecesario. Que no siempre es fácil.
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Pues muy a favor de tu conclusión: a veces la gente admira un juez/fiscal que dé una explicación convincente sobre tal o cual caso (en la medida de las posibilidades), que mejor eso que no una caterva de indocumentados en TV dando su opinión.
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Toda la razon
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