Animales: Justicia a 4 patas


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El tema de las mascotas, o mejor dicho, los animales de compañía, es recurrente en el mundo del espectáculo. Y desde muchos frentes. Desde las extravagantes estrellas –o aspirantes a ello- que portan en su bolso un perro miniatura como una parte más de su atrezzo, al más puro estilo Paris Hilton, hasta personas con un compromiso tan integral como el de Briggite Bardot, otrora estrella refulgente y hoy dedicada por completo a la defensa del mundo animal. Pasando por un completo listado de obras de cine o teatro que tienen como protagonista absoluto a una mascota. ¿Quie no recuerda a Lassie, a Rin tin tin, a Bethoven? Y eso, sin entrar en el mundo de los dibujos animados, desde Pluto hasta Garfield, pasando por La dama y el Vagabundo, los Aristogatos, el Libro de la Selva y mil ejemplos más nos transportan al mundo animal con una sonrisa en la cara. Y esos inolvidables 101 dálmatas, en sus dos versiones, que consiguieron que Cruela de Vil pasara a engrosar la lista de los malvados universales por su persecución a aquellos deliciosos cachorrillos.

Nuestro teatro, sin embargo, parece tener un poco olvidada esa parte importante de la vida. Al margen de la afición o devoción personal de cada uno por tan importantes seres, poca entrada le damos en nuestras tablas. Y es una pena. Porque podían representar un gran papel.

Pero andando se hace camino y poco a poco surgen aquí y allá destellos de algo que podría brillar mucho más. Leía no hace mucho la historia de la perra Peseta –cuya imagen ilustra este estreno-, un can que ejerce casi de agente judicial y realiza importantes funciones con quienes han sido víctimas de delitos y quienes van a declarar a un juzgado. En Chile, pero podía ser en cualquier sitio.

Más cerca, en mi propia tierra, he visto que se ha puesto en marcha una bonita iniciativa con una protagonista llamada Naroa, una perra labradora que ayuda a que menores víctimas de violencia de género recuperen la vida feliz a la que tienen derecho. Ella está acreditada como perra de terapia, junto con otros peludos compañeros que, entre otros, mejoran la vida de personas a las que el Alzheimer se empeña en robarles los recuerdos. Y se unen a los campeones de este género, los perros guía que se convierten en los ojos de quienes no pueden ver. Y a los que, por cierto, no siempre damos la importancia y el respeto que debemos. Aún me duele el alma de recordar una noticia en que una invidente era agredida porque no dejaban que la acompañara su perro en un comercio.

También he oído hablar de los perros de género, entrenados para defender a víctimas de violencia de género de una posible agresión. Y seguro que hay muchos más, institucionalizados o no.

La verdad es que yo no puedo recordar mis tiempos de opositora sin que me venga inmediatamente a la cabeza la imagen de mi querido Porsche, un pastor alemán que por aquel entonces ya arrastraba su cadera dolorida por toda la casa con tal de que yo no me sintiera sola frente a Códigos y apuntes. Siempre pensé que esperó para dejar este mundo a que estuviera cumplida su labor, y nos dejó al poco de asegurarse que yo había aprobado. Estoy segura de ello. Como estoy segura de que se turnaba con Ciro, el perro de una de mis mejores amigas, para cuidarnos mientras nos dejábamos las cejas en los libros.

Y, desde hace un tiempo, tampoco puedo acudir a una charla sin esbozar una sonrisa pensando en Bandi, la perra de otra buena amiga que apareció en su vida cuando estuvimos a punto de atropellarla al volver de un coloquio sobre violencia de género. ¿Casualidad? Tal vez, pero me gusta verlo así. Y como muchos dicen, la casualidad no existe.

Y, por supuesto, no podría bajar el telón de este estreno sin hacer referencia a aquellos que dedican gran parte de su tiempo y su alma a la defensa de estos seres. Sean caballos, galgos, focas o cualquier otra especie del mundo animal que esté siendo objeto de injusticia. Su labor va haciendo mella y, poco a poco, la ley les protege mejor, y quienes vestimos toga vamos siendo más sensibles a castigar a los desalmados que los maltratan. Porque la defensa de los animales también es justicia. O debe serlo.

Así que hoy, en lugar de aplausos, me gustaría oir ladridos, maullidos y toda clase de onomatopeyas. Con eso me doy por satisfecha. Al menos de momento, que siempre se puede lograr más.

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