No sabría decir si es mito o realidad, pero el temperamento artístico es lo que tiene. O lo que parece que tiene. Grandes explosiones de genio y vaivenes de carácter que dan grandes titulares y hasta se convierten en un clásico. Seguro que todos sabemos qué es eso de “vengo a hablar de mi libro”. Umbralismo en estado puro, vaya. Por no hablar del arrebato de furia de Fernando Fernán Gómez ante un admirador que automáticamente dejó de serlo. Y no era para menos.
Hasta la propia ira es protagonista de varias obras famosas, desde Un día de Furia a las Uvas de la Ira, desde Fast Furious hasta el enorme enfado que desemboca en tragedia en La guerra de los Rose, sin olvidar que la Ira es un personaje autónomo en esa delicia de filme que es Del Revés.
Y aquí sí que entramos con toda la fuerza del mundo. Porque furibundos togados somos unos cuantos, según y depende el caso. Que la verdad, parece que alguien está continuamente poniéndonos a prueba. Y menudas pruebas.
Es cierto que, cuando una está debidamente toguitaconada jamás debiera perder la compostura, como un actor bien instruído que ríe aunque le duela el alma o llore aunque le acabe de tocar el Euromillón, si es lo que toca. Pero a veces cuesta, y cuesta horrores. Siempre recordaré el esfuerzo titánico que tuve que hacer para no ceder a lo que me pedía el cuerpo ante un pederasta que, sentado tranquilamente ante mí en calidad de lo que todavía se llamaba imputado, no solo reconocía los hechos, sino que afirmaba con una media sonrisa que las niñas de ocho años “le ponían”. Y si al hecho, ya repugnante en sí, le unimos que esta fiscalita de a pie tenía por aquel entonces una hija de ocho años exactamente, seguro que cualquiera puede hacerse una idea de lo que me costó contenerme. Por fortuna –o más bien por justicia-, el individuo en cuestión ya hace tiempo que dio a parar con sus huesos en la cárcel, pero ésa es otra historia, como diría una buena amiga.
La cuestión es que no es necesario llegar a ejemplos tan extremos. O sí. Yo confieso que en la batalla diaria contra los elementos –léase medios materiales- se oyen salir de mi despacho juramentos en arameo e incluso hay quien asegura que ha visto salir materialmente sapos y culebras. Y no es para menos, con esos medios que no llegan ni a cuartos. Porque hay que tener mucho temple para soportar las veinte claves o contraseñas para entrar, la falta de interconexión, las caídas del sistema, que nada tienen que envidiar a una montaña rusa, y el monumental cabreo que le entra a una cada vez que recuerda cómo estamos al lado de otras administraciones más mimadas. Y es que ser la Cenicienta de la Justicia nos pone el mal humor de la madrastra cuando vio que a quien ella trataba como una criada le cabía el dichoso zapatito de cristal. Así que, por cierto, a ver cuando por fin nos traen el zapatito. Que en ese caso, y sin que sirva de precedente, hasta a que llevara tacón renunciaría.
Y las razones para tirarse los pelos no paran. Aunque pueda parecer una tontería, qué terrible es encontrarse que la impresora no tiene tóner, por más que una la agite como si fuera el mismísimo Tom Cruise en Cóctel, o que –oh desastre- se acabaron los folios o, lo que es peor, los pósits.
Y sigue y sigue… Cómo no sucumbir a la ira cuándo no llega el intérprete, porque solo hay uno de swajilii en toda la comunidad y resulta que está a más de 100 kilómetros, cuando encima sabes a ciencia cierta que el investigado en cuestión te entiende perfectamente. Y cómo aguantarse las ganas de gritar cuándo el pobre letrado de oficio está en comisaría y no puede venir hasta dentro de un buen rato porque con la colegiación no les regalan el don de la ubicuidad. O cuándo no pasan a un detenido hasta horas más tarde por falta de efectivos. Difícil, ¿verdad? Pues es lo que hay. Todo esto y mucho más, como decía la canción.
Pero aguantaremos. Como aguantamos estoicamente que la máquina de café no funcionen, lo que es peor, que no nos devuelva las monedas. Ya decía Shakespeare eso de que la paciencia es una gran virtud.
Así que el aplauso hoy es para todos los que consiguen pasar por estos traumas con una sonrisa. Porque, visto lo visto, son verdaderos héroes. Con toga o si ella.
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Interesante llamada de atención. La lucha contra la falta de medios saca de quicio a cualquiera cuando está tratando de prestar su trabajo, ejercer su función o cumplir con sus obligaciones. En mi caso me gustaría poner dos ejemplos donde los medios faltan más allá de lo que depende del propio usuario de los mismos.
Por un lado, en los casos en los que firmando electrónicamente documentos para mandar al Registro de la Propiedad, lo cual genera especial responsabilidad para el Notario, la aplicación te devuelve de forma indefinida el mensaje de que no se ha podido procesar.
Por otro lado, lo cual me parece más grave si cabe, es cuando se aprueban las leyes sin las correspondiente dotación presupuestaria, porque parece que más que ante normas estemos ante los sueños -o delirios de grandeza- del que legisló.
Feliz día.
Antonio Ripoll Soler
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Un artículo muy interesante. Muchas gracias. Pero me queda una duda ¿una juez que tiene una hija de 8 años puede juzgar a un pederasta que ‘afirmaba con una media sonrisa que las niñas de ocho años “le ponían”’? ¿no es juez y parte? Claro que todos tenemos algún niño en nuestro entorno y sería difícil encontrar un juez que no fuese parte. Otra vez gracias por el articulo.
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Ante todo gracias. Te trato de contestar. Es España está separada la función de instruir o investigar de la de juzgar. Así pues, la juez que recibió al detenido era diferente de quien posteriormente le juzgó en un juicio oral y público y con todas las garantías
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Sólo añadiré una palabra: Lexnet…
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