Todos sabemos lo que es un tiempo muerto. En terminología deportiva, es una pausa en la que no corre el cronómetro, y por extensión, se aplica a todos esos ratos perdidos, entre una cosa y otra, en que no se limita a hacer lo más aburrido del mundo: esperar. Que bien dice el refrán que el que espera desespera.
En el teatro, como en todo, también tienen esos ratos, los que transcurren entre bambalinas y que a los de fuera nos parecen teñidos de romanticismo con camerinos cucos y espejos con bombillas de colores. Probablemente la realidad pudiera romper el mito, pero no seré yo quien venga a estropearla. Y prefiero quedarme con la idea de en esos tempos los artistas siguen recibiendo ramos de flores y visitas de sus admiradores en busca de un preciado autógrafo. En busca del tiempo perdido…
Nosotros también tenemos nuestros tiempos muertos. Tantos, que hasta tienen su propio nombre. O nombres, que no nos privamos de nada. Las pausas entre acto y acto las llamamos receso, que siempre queda mejor que llamarlas un descansito para aliviar el cerebro y, por qué no decirlo, el cuerpo. Cuando estamos de congreso o de curso, damos en llamarlas pausa-café, aunque uno se tome un té con pastas o un bocata de tortilla con una caña. Y si estamos trabajando, hora del almuerzo, aunque no dure una hora ni tampoco se almuerce. O sí.
Pero estos ratos no son ratos muertos propiamente dichos. Porque una cosa es matar el tiempo y otra que el tiempo la mate a una, que es lo que a veces pasa. Más veces de lo que quisiéramos. Porque de ratos tontos está llena la justicia, bien lo sabemos. En Derecho puro y duro, el de escrito rimbombante e informe engolado, los llamamos ínterin, que el latín siempre queda elegante y hay que ver lo que nos gusta usar latinajos . Pero de hecho son una peste. O al menos, un pestiño.
Tuiteaba mi amigo Paco hace unos días una foto de un muertecillo reseco junto a una pantalla de ordenador con el odioso circulito dando vueltas sin parar, y decía que así quedó un abogado esperando que se conectara el dichoso Lexnet. Un ejemplo de rabiosa actualidad de los teimpos muertos con los que batallamos día a día. Y lo que te rondaré, morena.
Pero no es el único caso. Jueces, fiscales, LAJs y funcionarios echamos más horas que un reloj dando una clave tras otra y esperando que de una vez aparezca la pantallita que nos dé acceso al programa ansiado, como ya vimos en uno de nuestros estrenos (Claves, sin llave maestra). Tan es así, que creo que ya está apareciendo una nueva enfermedad laboral, la tendinitis cruzadédica, que consiste en una dolencia crónica por el tiempo que pasamos con los deditos cruzados suplicando al cielo, a los dioses o a quien sea, que hayamos dado en el clavo y el ordenador funcione. Porque si no sabemos que nos enfrentamos a un nuevo tipo de tortura, que ya quisiera haber conocido Torquemada: la de dar una incidencia a informática. Que no consiste en otra cosa que en encontrar el momento, marcar el número, armarse de paciencia y, tras esperar un buen rato mientras te perfora la meninge la musiquilla del tono de espera –confieso que tengo un trauma con Ana Magdalena Bach a base de las veces que oigo la misma sintonía-, que alguien te diga que anota la incidencia y que te da un número. Como si eso solucionase algo. Pero claro, debe ser el sistema que se ha puesto de moda. Como lo del papel 0, que lo han dicho y andamos todos esperando que el papel de verdad desaparezca como por ensalmo. O los 6 meses de instrucción, que parece que con ponerlo en el BOE ya está todo arreglado.
Recuerdo una vez en que mi desesperación llegó a grado superlativo. Que ya quisiera ver yo al santo Job en una de éstas. Pues bien, intentaba yo explicarle a mi interlocutora, con la que había contactado tras un buen rato escuchando una y otra vez el mismo tono de espera, que Internet no me funcionaba. Y menos mal que estaba ella allí, vaya que sí. Porque me lo solucionó de todas todas, diciéndome que eso tenía que hacerlo constar a través de la pestaña de incidencias de la página web corporativa. Toma ya. No me quedó otra que pensarlo muy fuerte, a ver si por medio telepático llegaba, porque el medio telemático sin Internet como que no. Pero no lo entendió. Probablemente sea problema mío, que soy un poco regañona y de todo me quejo, pero como solución me pareció que dejaba bastante que desear. Me lo tendré que hacer mirar.
Así que así estamos. Pasando tantos ratos muertos entre esperas ante el ordenador, búsqueda de claves, cruce de dedos y otras miserias, que cualquier día se me pasa el plazo de seis meses antes de haber visto la causa en la pantalla. Y eso sin hablar del rato perdido en registrar, anotar en la estadística y mil tonterías más. Lo que podríamos llamar minutos basura, que se acaban convirtiendo en horas basura. Tantas que, si nos descuidamos, igual nos caduca la acción, nos prescribe la instancia o se nos agotan los seis meses de instrucción
Y hay otros ratos muertos. Los de toda la vida. Esperar que llegue el intérprete, que traigan al detenido, que llegue el abogado de gardia que está en comisaría o que el fiscal cruce dos partidos judiciales en los qe está de guardia simultáneamente. Y sigue y sigue…
Po eso el aplaudo es para todos los que superan ese rato de espera y son capaces de mantener una sonrisa. Porque esos si son verdaderos héroes. Con toga y tacones, o sin ellos.
Y que nos dure la sonrisa….
Sensacional post!
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Y que nos dure la sonrisa….
Sensacional post…
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Lo dije hace unos días en Facebook, y lo repito aquí también.
Señora, me está ganando usted como fan entrada a entrada desde que la exploración de blogs jurídicos me llevo aquí. Más que nada porque pone en palabras lo que pienso día a día en el juzgado que me cobija.
Mi más sincera enhorabuena y admiración.
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Muchas gracias 😍
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