Es inevitable. El que es artista es artista y el arte se le escapa por los poros en cualquier momento de su vida. Hasta para presentar una póliza o protestar por una multa de tráfico el duende sale de su escondrijo y a poco que se frote la lámpara de Aladino, el genio sale de allí como un torbellino y ya no hay quien lo pare. Ser artista es lo que tiene. Aunque el telón haya bajado, el espíritu está siempre ahí.
En nuestro teatro no somos muy distintos. O sí. Que no en balde hay quien piensa que somos más raros que un perro de lunares. Como aquel viejo programa de televisión, El Perro Verde. Y hasta más. Pasen y vean si no.
De un lado, hay quien no se quita la toga del cerebro, aunque sí del cuerpo, en ningún momento del día. Hay veces que, oyendo hablar a algunos, me los imagino por la noche toguiempijamados, y leyendo para dormir fragmentos del Digesto. Y eso muy resptable, vaya que sí, pero no es sano. Siempre recordaré con una sonrisa a cierto compañero que, ante la invitación de nuestro entonces preparador de tomar una caña después de cantar temas, le dijo alborozado que así podrían hablar del proceso penal. Ni que decir tiene que el preparador en cuestión nunca llegó a tomarse esa caña. Y no lo culpo. Aunque en honor a la verdad diré que el compañero ha llegado muy lejos en el extraño mundo de Toguilandia, y también que seguimos siendo amigos. Lo cortés no quita lo valiente.
Pero hoy el estreno iba dedicado a los artistas –o quienes aspiran a ello- que no dejan de serlo. Aunque lleven toga, con o sin tacones. Que son muchos más de los que imaginamos, por extraño que a algunos les parezca. Y quizás con ello contribuya a humanizar un mundo que a muchos les parece ajeno, distante y, lo que es peor, prepotente.
Ya he dicho alguna vez que esta toguitaconada hubo de cambiar en un momento de su vida el tutú por la toga, las zapatillas de punta por los tacones. Pero el alma no siempre acompaña al cuerpo, y parte de esa niña con tutú está siempre conmigo, como si jamás pudiera quitarme Las zapatillas rojas, como la protagonista de la obra.
Pero no soy la única. Ya conté en otra ocasión que las togas también tienen arte, desvelando parte de lo que las togas esconden . Jueces, fiscales, abogados, procuradores, LAJs, forenses, funcionarios y toda la fauna jurídica imaginable dedican parte del poco tiempo que les dejan reformas y sinsabores a cultivar su espíritu. Somos muchos los que, desde nuestras humildes posibilidades, escribimos, por ejemplo. Y no solo sesudos artículos jurídicos. Cuentos, artículos de opinión, crítica de cine, relatos y hasta novelas. Coincido habitualmente con una funcionaria con varias novelas en el mercado con enorme éxito de crítica y público. Y tambíén comparto muchas cosas con cierta procuradora que pinta y expone, y nos arrastra a muchos tras de esa pasión y de su sensibilidad exquisita.
Pero no hace falta irse a ejemplos extremos. Varios bloggeros desparraman su ingenio y su sensibilidad en bitácoras de las que muchos ignoran la condición togada de su autor. Algún otro obsequia a los tuiteros que le seguimos con dibujos de frutas, de paisajes, de personas o de lo que se les ocurre, abriendo una ventana para que entre aire fresco entre tanta reivindicación necesaria. Y también hay quien dedica su tiempo a tocar un instrumento, a cantar en un coro y hasta a hacer de trovador en el camino de Santiago. O a hacer fotografías artísticas. Y hasta a hacer bizcochos o cocidos, que el arte culinario también cuenta. El otro día, sin ir más lejos, me zampé un bizcocho virtual que me supo a gloria.
Por todo eso, también me gustaría usar mi teatro para romper una lanza a favor de los artistas. Los aficionados y, sobre todo, los que tratan de vivir de eso. Porque sin arte y sin artistas el mundo no sería igual. Y aún existe cierto tufillo de perroflautismo, entendido como un modo de tratarlos sin el respeto que merecen. Y, ya que de togas y leyes hablamos, sin que se les reconozcan sus derechos ni se contemple como debiera su formación. Y si no apoyamos el arte, estaremos matando al mundo. Que no solo de dividendos vive el hombre.
Así que hoy mi aplauso va dedicado a todos los que, con toga o sin ella, embellecen el mundo con su arte. Porque son imprescindibles.
Y porque esta toguitaconada no podría vivir sin la pluma en la mano y el tutú en el corazón