Ya sé que eso de vacatio suena a vacaciones, así que sería muy fácil dar comienzo a este estreno hablando de que los protagonistas de cualquier función siempre necesitan un descanso. Pero no se trata de eso, o al menos no exactamente. Descanso necesita quien ha trabajado, y no es éste el caso. Porque lo que en Derecho conocemos como vacatio legis es el tiempo que media entre que una ley está publicada y ése otro en que empieza a aplicarse. Algo así como ese interludio entre que el guión está escrito, y el día del estreno. Pero con una diferencia: mientras que en el teatro pasarían ese tiempo de ensayo en ensayo, hasta ese ensayo general en que todo sale mal para que el día D salga perfecto, en nuestra función –salvo excepciones- no hay ensayo alguno. Y claro, muchas veces, así nos luce el pelo. O la toga, con puñetas o sin ellas.
Cuando las normas empiezan a aplicarse, ya han pasado por un largo camino. Su estudio, la elaboración del texto, los informes preceptivos en cada caso –ésos que a veces se saltan para allanar el camino, por cierto- y el trámite parlamentario de rigor. Y, una vez dispuestas, su publicación en el BOE, con el plazo pertinente para que entren en vigor. Pero no todas las leyes son iguales, como no es igual un entremés teatral que una obra de varias horas de duración, huelga decirlo. Y cada guiso necesita su tiempo de cocción, aunque algunas veces quienes mandan parecen olvidarlo.
La regla general es clara: las leyes entran en vigor a los veinte días de su publicación en el BOE, salvo que se disponga en ellas otra cosa. Pero como para toda regla hay excepción, dependerá de la enjundia de la misma, de su urgencia, o de la necesidad de adoptar medidas para su aplicación que se le conceda más o menos tiempo para permanecer en stand by. Y ahí fallan bastantes previsiones, no me atrevo a decir si por falta de estudio o por otras razones. Porque si es lo primero, como me dijo uno de los Magistrados con los que trabajé en mi primer destino, la solución es clara: in dubio…, pro estudio. Y si es lo segundo…Paso palabra, que no quiero líos.
Lo bien cierto es que están las leyes standard, por decirlo de algún modo, ésas que entran en vigor a los 20 días, y que son la mayoría. Las leyes express, que son las que por su urgencia requieren de una aplicación más o menos inmediata. Y las leyes tortuga, las que prevén unos cambios tan grandes que necesitan de un tiempo mucho más prolongado para estar preparados cuando lleguen. Calcular si se trata de una tortuguita de agua, lentita pero ágil, o de un centenario galápago, es algo en el que el legislador a veces no parece muy ducho. Lo que me trae a la cabeza otra frase lapidaria de aquel mismo magistrado, que nos decía que cuando empezaba en esto, pensaba que el legislador era alguien por encima del pueblo, con el tiempo pasó a pensar que era uno más del pueblo, y que después había llegado a pensar que no era más que el tonto de ese pueblo. Dicho sea esto con todo el respeto a la institución del poder legislativo, elegida por todos nosotros a través de las urnas.
Y así, por ejemplo, tenemos la Ley de Registro Civil, cuya entrada en vigor, que fiábamos larguísima, está a punto de llegar y nos ha pillado con los deberes por hacer, cruzando los dedos para que un milagro le impida entrar en escena como conté en el estreno a él dedicado (Registro Civil). Y ahora tenemos también la del Código Penal, una macroreforma que, aparte de ser más que criticable en muchos de sus aspectos más conocidos, contiene infinidad de disposiciones que harán que nos tengamos que poner las pilas, unas pilas que hacen que me den risa me dan las del conejito de Duracell. Y me sorprende –o no- que este tipo de reformas, que al menos cuentan con seis meses para su entrada en vigor, ha reducido el tiempo de vacatio exactamente a la mitad. O sea, un galápago tratado a modo de tortuguita de agua. Eso sí, estoy segura que con el presupuesto adicional para ello podremos sacar adelante la cosa a base de muchas mejoras en medios materiales y previsión de sustitutos. Porque, como todo el mundo sabe, 0 euros dan para mucho.
Así que hoy no hay aplauso. Lo dejo en stand by o, mejor, en vacatio. Y ojo avizor no vaya a ser que al tratar de que un enorme galápago se comporte como una tortuguita de agua, lo convirtamos en una piraña. O en un tiburón.
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