
Todo el mundo sabe lo que es una amenaza. Y lo que es sentirse amenazado, que no siempre va precedido de una amenaza explícita. El cine ha hecho buen uso de esta situación, especialmente el cine de terror. Frases como Sé lo que hicisteis el último verano. Abre los ojos. No mires arriba o Nunca digas nunca jamás son advertencias que dan título a películas, aunque hay otros más evidentes, como Amenaza mortal o Alerta máxima. Y es que hay que estar ojo avizor, por si acaso.
En nuestro teatro las amenazas, sean explícitas o implícitas, juegan un papel tan importante que cualquiera que lleve algo de tiempo en Toguilandia ha tropezado con algún caso de ellas. Y si no lo ha hecho, ya advierto yo que no tardará en llegar.
Lo primero que se nos viene a la cabeza cuando hablamos de amenazas en sentido jurídico, es el delito de amenazas, o su hermano pequeño, el delito leve o la antigua falta. Pero no se reduce a eso. En ocasiones, es difícil explicar a quien no frecuenta estos lares que una amenaza de muerte no siempre es un delito grave, y que depende mucho de cómo se haga. No es lo mismo decirle a alguien que le vas a matar mientras le persigues hacha en mano como Jack Nicholson en El Resplandor, o hacerlo entre copa y copa en una conversación distendida.
El verdadero problema es que, como siempre, nos falta la bola de cristal para adivinar qué amenazas tiene visos de ser ciertas, y cuáles no. Porque, incluso entre las que se cometen con amas, hay un subtipo atenuado si se deduce que no había intención de usarlas. O sea, que hay que distinguir una verdadera amenaza de una bravuconada, y eso no siempre es fácil. Recuerdo un caso que me llamó mucho la atención al respecto, un tipo que dijo a sus amigos y al camarero del lugar donde almorzaba a diario que si seguían hablando mal de su tierra cogería una escopeta y los mataría. No le tomaron en serio, y se quedaron en el bar almorzado tranquilamente mientas el individuo subía a su casa, bajaba con una escopeta y les descerrajaba varios tiros que acabaron con la vida e uno de los amigos y del camarero. Increíble pero cierto. Y condenado, of course.
En el otro lado del espectro, hay amenazas que tienen su gracia, aunque no se la hagan al amenazado. Una de las más curiosas, la de una chica que amenazaba a su ex con contarle a todo el mundo que tenía un micropene. Y aquel, tan empeñado en demostrar que no era así, que casi tenemos que contenerlo para que no se quitase el pantalón en la propia sala de vistas.
Luego están las amenazas que son y no son. Frases como “te va a enterar”, “vas a ver” o “te acordarás” no son objetivamente unas amenazas, pero pueden serlo según el contexto. Y, por descontado, mi preferida: te vas a enterar de lo que vale un peine. Y ojo, que yo sigo sin saberlo. Pero conservo la esperanza de saberlo algún día
Hay por otro lado una frase que no es una amenaza, aunque haya quien la tome por tal: “nos veremos en el juzgado” o “te voy a llevar a juicio”. La jurisprudencia ha manifestado muchas veces que no es sino una expresión del derecho a ejercer la tutela judicial efectiva, aunque hay para quien sea una verdadera espada de Damocles. Y es que con toga damos mucho miedo. O no.
Por otra parte, hay tipos concretos de amenazas con consecuencias especiales. Las amenazas condicionales convierten el procedimiento en juicio por jurado, aunque no siempre está justificado semejante dispendio. Supongo que el legislador pensaba en chantajes de altos vuelos, pero exigir una condición puede ser algo muy pedestre como para motivar un juzgado. También hay amenazas especialmente penadas en algunos casos, como en el caso de la violencia doméstica o de género, o las amenazas a población por motivos de odio. Y, por supuesto, las proferidas a autoridades.
Pero, como digo siempre, no solo de Derecho Penal vive el jurista, y hay amenazas de índole civil y hasta contencioso administrativo a tener en cuenta. Edificios que amenazan ruina, o la responsabilidad objetiva por humos, por objetos que se caen de una casa u otros supuestos, que se basa en la amenaza para la vida o integridad física de las personas.
Y hasta aquí, este pequeño repaso. No olvido el aplauso, dedicado a quienes han de ponderar cada día la trascendencia de las amenazas. Y eso sí, amenazo con volver. Como siempre