Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, como decía el cuplé, y nadie se imaginaría hoy una vida sin teléfonos móviles y dispositivos varios. Basta asistir a cualquier espectáculo para que nos insten a tuitearlo, con su hagstag correspondiente, haciendo un selfie a ser posible junto al protagonista y, si no, con el cartel anunciador que ya vimos en facebook y por el cual llegamos al link a través del cual compramos las entradas. Ya nada es como antes, y atrás quedaron esos tiempos en que la gente hacía cola días antes, se alineaba en la puerta, llevaba una cámara de fotos, de ésas que no tenían pantalla ninguna, y rezaba lo que sabía para que en el revelado saliera la foto con el artista. Y, por supuesto, no hay artista que se precie si no tiene cuenta de twitter, facebook e instagram, fanpage, y, por descontado, un blog donde contarnos día a dia si se corta el pelo o se hace mechas o se llevan más las faldas de tubo o las faldas lápiz, el escote halter o el cuello cisne o las pajaritas de raso, de terciopelo o de rompedor vinilo.
Pero nuestro espectáculo es otro mundo. Aquí todavía se hace casi todo de modo presencial, aunque nos acabe de llegar la videoconferencia con algunas décadas de retraso y en la modalidad “cruza los dedos”. O sea, la milagroconferencia. Porque eso hay que hacer, lograr un milagro esperando que se encienda, que la conexión funcione, que el sistema sea compatible y mil avatares más que convierten una simple declaración o rueda de reconocimiento en una aventura Al filo de lo Imposible. Incluso hay que confiar que el número de teléfono no incluya determinados dígitos, porque a veces hay teclas que no van, y a Dios pongo por testigo que no me invento nada. Que ya me gustaría ver a mí a Frank de la Jungla o al vetusto Miguel de la Quadra Salcedo arrostrando tales riesgos. Tenemos, eso sí, nuestros sumarios atados con cuerda floja y hasta nuestra valija, que no nos falte de na, que no, que no. Y ojo, hasta flamantes carritos de supermercado donde los expedientes van de un lado a otro cómodamente arrastrados, faltaría más, por el esforzado funcionario de turno. Y eso si hay suerte.
Pero tenemos nuestros móviles, lujo asiático donde los haya. Por supuesto, me refiero a los propios, los que nos hemos comprado con nuestro dinero, porque los oficiales habría que verlos. Creo que en el Museo de Arqueología ya se los están rifando.
Y es que siempre hemos ido a la cola del mundo. Fuimos los últimos en incorporar el “busca” a las guardias, un artilugio antediluviano que simplemente avisaba de que había que buscar el teléfono –fijo, juro que existían- más cercano porque había emergencia. Pero para cuando nos los dieron, ya la gente los había descartado, cambiándolos por los otrora punteros teléfonos móviles. Recuerdo hace ya bastantes años, en mi primer destino, un mediático levantamiento de cadáver donde se distinguía perfectamente al juez y al fiscal, no por su donaire y hermosura, sino porque eran los únicos en cuyo bolsillo abultaba ese artefacto llamado busca y no podían correr de un lado para otro hablando con su móvil.
Pero por fin, llegaron. Y ahí siguen. En muchos casos, exactamente los mismos, esos que no tienen conexión a Internet e incluso en casos tienen restringidas las llamadas, no vaya a ser que el juez, el fiscal, el secretario o el médico forense vayan a despilfarrar el erario público gastando el dineral de na llamada para avisar de que no llegan a recoger a sus hijos al colegio. Hasta con antenita, vaya que sí.
Pero como estamos entregados a la causa, hemos ingresado en el mundo de la tecnología, y nos hemos comprado nuestros propios móviles. Y hasta tablets y ordenador, que estamos que lo tiramos. Con Internet y todo, oiga. Y wasapeamos, tuiteamos y hasta facebookeamos, cuando hay receso de juicios, claro, que queda muy feo hacerlo por debajo de la toga. Algunos, claro. Porque otros no saben lo que eso, por más que les expliquemos que las redes sociales no muerden y que algunas incluso sirven para resolver dudas o descargarse leyes o jurisprudencia. Y te miran cómo si te hubieran salido dos cuernos verdes en mitad de la frente.
Hora es de modernizarse, o nos quedaremos atrás para siempre. Yo confieso que soy una adicta, y llevo a rajatabla eso de No sin mi móvil. Incluso me angustio y me entran palpitaciones si la batería está a menos del cincuenta por ciento y no tengo un cargador a mano.
Pero, si alguien me ve en juicio, sentadita con mi toga y mis tacones y mirando absorta mi teléfono, que no piense mal. Juro que en él llevo el Código Penal, las últimas reformas y hasta jurisprudencia. Moderna que es una.
Así que hoy pediré el aplauso en dos sentidos. Uno, el nostálgico, para esos vetustos móviles de guardia que aún circulan, y que piden a gritos irse al geriátrico tecnológico. Dejémosles ya descansar, que se lo han ganado. Y otro, para todos aquellos que día a día, se esfuerzan por aprovechar los beneficios de la tecnología en lugar de rechazarla. Porque seguro que el día que todos descubran que las redes no sólo sirven para pescar cambia su vida.
Pingback: Anécdotas: tomas falsas | Con mi toga y mis tacones
Pingback: Agobio: con mi toga y mi reloj | Con mi toga y mis tacones
Pingback: CD´s: ¿tecnología punta? | Con mi toga y mis tacones
Pingback: Fotografías: reflejos | Con mi toga y mis tacones
Pingback: Selfie: autorretrato toguitaconado | Con mi toga y mis tacones