Selfie: autorretrato toguitaconado


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El autorretrato -que es en lo que en realidad consiste un selfie– no es nada nuevo. El mundo del arte los usa habitualmente, y no es raro el pintor que no cae en la tentación de aparecer en algún lugar de sus cuadros, como Velázquez en Las Meninas, o que, directamente, se autorretrata, y a su vez el cine retrata el autorretrato como el Van Gogh de El loco del pelo rojo. A veces, son directamente los retratos en su versión tradicional los que son el leit motiv de libros y obras, como La chica de la perla o Laura. Y tampoco podemos olvidar la afición al selfie cinematogáfico de entonces de un director, Hitchcock, aficionado como nadie a aparecer en algún instante de sus propias películas, como hacía en la tienda de animales de Los Pájaros.

En nuestro teatro, como seguimos siendo un poco viejunos, poco podemos hablar de selfies, aunque seguro que encontramos una figura afín y alguna que otra anécdota. Sin ir más lejos, el otro día una señora nos contaba que tuvo un accidente mientras hacía “sulfing”. No sabíamos qué pensar, porque ni la edad ni la apariencia física de la señora recordaban en nada la estética surfera y era difícil imaginarla “pillando olas”, y estuvimos expectantes hasta que nos lo aclaró: se estaba haciendo “un sulfing” con el móvil cuando dio un mal paso hacia atrás, tropezó y se cayó al suelo. Tal cual.

Aunque no sea lo más frecuente y se haga casi a hurtadillas, ya me he encontrado alguna vez a gente haciéndose un selfie en el pasillo donde espera para un juicio, o a la entrada del Juzgado de guardia. De momento, aún no he visto a nadie que lo haga dentro de la sala, pero igual lo veo cualquier día, porque, pese a los carteles pegados en la mayoría de ellas respecto a apagar o desconectar el móvil , es rara la sesión de juicios donde algún dispositivo no nos obsequia con su tono de llamada, que pueden ir desde el himno del equipo de fútbol de sus amores -aquí somos muy de “amunt València”,pero seguro que hay tantas versiones como equipos- hasta la última moda en reggaetón o una rumbita de lo más animada. Aún recuerdo un juicio por asesinato donde varias veces se interrumpió la declaración del testigo principal con un impagable “dame veneno que quiero morir” alternando con “el del medio de los Chichos”

Pero hay que tener cuidado. Los móviles los carga el diablo, como mucho antes de eso cargaba las grabadoras de todo tipo. Si no, que se lo cuenten a más de uno que ha tenido un disgusto por eso.

Y aunque pueda no parecerlo, cada vez más estas cosas se incorporan a los procedimientos en la misma medida que forman parte de nuestra vida diaria. Y se pueden usar de prueba, con cualquier tipo de intención. Como ejemplo, el del progenitor -sea padre o madre- que, para demostrar que, en contra de lo que dice el otro, sus criaturas están divinamente con él o ella, se dedican a la práctica del selfie como si no hubiera un mañana, y luego nos lo traen a juicio impresos a todo color. Pero, por más que quieran demostrar otra cosa, lo único que demuestran es que en ese momento determinado, un minuto de los miles que tiene cada día, esbozaron una sonrisa. Obviamente, bien tontos serían si trajeran una foto donde sus retoños estuvieran llorando o con gesto de pesadumbre.

También en los selfies está más de una vez la mecha que enciende el polvorín de una situación de violencia latente, especialmente en casos de violencia de género. Una foto con otra persona, y quien confunde amor con posesión cree tener razón suficiente para agredir o insultar a su pareja. Y, de hecho, más de un investigado nos lo dice como si estuviera cargado de razón: es que yo ví en su móvil la foto con otro chico. Algo muy frecuente, por desgracia.

Como he dicho antes, los móviles los carga el diablo, y los selfies a veces también. Y nunca está de más controlar cómo y con quién se fotografía una, sobre todo si el selfie viaja directamente a redes sociales sin solución de continuidad, como suele pasar. Que igual lo de aquella noche que estábamos de fiesta con un cubata en la mano y una diadema de unicornio en la cabeza era entonces muy gracioso, pero a tu jefe no se le parece tanto, y menos aún si ese día el protagonista del selfie no había ido a trabajar alegando una lumbalgia o cualquier otra cosa. Que parece que no, pero a veces pasa, y podría ser una estupenda prueba de cara a un eventual despido, por ponerse en lo peor.

No obstante, no quiero bajar el telón de la función de hoy sin hacer un pequeño ejercicio de selfie toguitaconado, o, lo que es lo mismo, de autorretrato de nuestro escenario. Más de una vez nos falta capacidad de autocrítica, nos creemos casi infalibles o podemos llegar a pensar que lo que hacemos es impecable y que no se puede hacer mejor. Y, aunque sea cierto que los medios -o la falta de éstos- no ayudan, nunca hay que perder la perspectiva porque siempre se puede hacer las cosas un poquito mejor, o al menos intentarlo. Por eso no estaría más que de vez en cuando nos imagináramos haciéndonos un selfie y pensáramos si pasaría la prueba del algodón de la subida a redes sociales. Ahí lo dejo

Así que solo queda el aplauso. El que hoy dedico a todas las personas de Toguilandia que sí pasarían esa prueba del algodón. Sea via selfie, o sulfing, que no está nada mal.

 

 

1 comentario en “Selfie: autorretrato toguitaconado

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