En el mundo del arte siempre han tenido micho éxito las historias de animales, especialmente cuando nos empeñamos en que se comporten como personas. Desde las fábulas de Samaniego hasta las películas Disney con El libro de la selva a la cabeza, pasando por toda clase de cuentos, perros y gatos, burros, pájaros, osos, monos, serpientes, ratones, patos, cisnes y cualquier especie animal han tomado vida en las pantallas haciéndonos reír o llorar, adoptando modos casi humanos, en la mayoría de los casos vía dibujos animados. En otras ocasiones, sin embargo, los animales son animales, y como tales se presentan en las pantallas, bien con la crueldad de Los pájaros, con la ternura de Bailando con lobos o con el realismo de La vida de Pi.
En nuestro teatro, los animales tienen poca presencia. Ya dedicamos un estreno a algunos caos en que valía la pena intentarlo, como el de la perra Peseta o los perros que acompañan y protegen a víctimas de violencia de género. Pero en general no tenemos demasiada generosidad con nuestros amigos de pelo y plumas y seguimos utilizando comparaciones y lugares comunes que no les dejan en un lugar demasiado airoso.
Un ejemplo reciente y muy utilizado es el del término “manada”. Es obvio que, diccionario en mano, manada es un rebaño pequeño de ganado que está al cuidado de un pastor, o bien un conjunto de ciertos animales de una misma especie que andan reunidos. Sin embargo,con solo googlear la palabra, los primeros resultados de las búsquedas hacen referencia a la desgraciadamente famosa “manada” de Pamplona, y a todas las que le han seguido, o sea, a un conjunto de varones que abusan o agreden sexualmente en grupo a una sola mujer. Y me pregunto yo qué habrán hecho los pobres rebaños o conjuntos de animales para cargar con este sambenito de por vida por culpa de unos humanos. Y es que nos referimos más de una vez a conductas reprochables como propias de animales cuando no lo son.-o no lo son siempre- ¿Por qué nos referimos a que tal o cual delincuente era una verdadera bestia o un animal? La verdad es que no lo sé, pero sería para hacérnoslo mirar
En otros casos, las comparaciones con animales vienen en forma de insultos, y por esa vía llegan hasta Toguilandia. Y, además en estos casos sale bastante peor parado el género femenino que el masculino. En violencia de género sin ir más lejos, es muy frecuente que el acusado se haya referido a su pareja como “zorra” o “perra”, términos muy ofensivos cuando se emplean en femenino y no tanto si se hacen en masculino. Otro tanto ocurre con otros animales, como el lagarto; todo el mundo sabe lo que implica llamar a una mujer “lagarta” y más aún si es con el superlativo “lagartona”
No siempre nos traen las “animaladas” de fuera. A veces, la propia Justicia o sus protagonistas recurren al mundo animal para describir ciertas cosas. Así, la alusión a la tortuga o al caracol para hablar de la lentitud de la Administración de Justicia o la evocación del cangrejo y su marcha en retroceso para referirse a reformas que supongan una involución. Y por supuesto, la comparación con un dinosaurio como metáfora de la decrepitud de medios y de algunas leyes. Y ya, si nos referimos a los intérpretes de nuestro teatro, todo el mundo sabe a qué se refiere si de alguno se dice que “hace el ganso” o “hace el perro”. Y tan injusto es tildar a estos animales de vagos por naturaleza, como hacerlo como generalización de muchos humanos.
A veces también se utiliza a los animales como sujeto pasivo– o mejor dicho, objeto- de algunos delitos. No olvidemos cuando determinado ministro se refería a los “robagallinas” con un deje de desprecio, tanto al delincuente como sobre todo a la clueca, con lo mona que es Turuleka poniendo un huevo, poniendo dos, poniendo tres… Pero no podemos perder de vista que, para el Derecho, los animales siempre han tenido consideración de objetos, bajo el raro nombre de “semovientes” y se les aplicaba en Derecho Civil tal régimen jurídico. Parecía que esta legislatura iba a acabar con esto, pero el modo abrupto de su terminación ha hecho que no culmine la reforma planteada en esta materia.
Donde sí cambió hace tiempo la consideración de los animales como sujetos pasivos de Derecho es en el Derecho Penal, aunque todavía falte andar un buen trecho en este camino. Pero hay que reconocer que hemos pasado de que matar un animal fuera considerado una falta de daños -o delito de daños, según el valor económico en que se tasara el animal- a que exista un delito de maltrato de animales con entidad propia. Por supuesto, quedan muchas lagunas legales por llenar, como la necesidad de que sean “domésticos” para que se considere cometido el delito, pero parece que estamos en el camino de castigar a quienes cometan actos de barbarie con los animales.
Además del sentido metafórico, y de los animales como sujeto jurídico, hay otra presencia animal mucho más clara y molesta. La de ratones, cucarachas y otros seres que no son bienvenidos en nuestras instalaciones, pero cuyo estado les anima a tomar posesión del mismo. Y ojo, que si se alarga la cosa, podrían hasta adquirir por usucapión. Ya hablé en otro estreno de unas pulgas empeñadas en hacernos compañía en los juzgados, pero no son el único caso. Más de una vez he regresado de la guardia con varios recuerdos en forma de picaduras de un animal volante no identificado. También recuerdo hace algún tiempo que unos ratones en nada parecidos a Mickey y su compañera Minnie Mouse estaban dando buena cuenta de los archivos de Registro Civil.
Por último, quiero traer a este particular safari en que hemos convertido nuestro toguitaconado escenario una especie simpar, de todo el mundo conocida: la mosca cojonera. Se trata de una especie que se encarna en múltiples personalidades, y que tan pronto puede adoptar la forma de un profesional demasiado pelma, empeñado en recurrir lo irrecurrible o en hacer informes eternos, la de un juez que a todo pone pegas, la de un investigado al que no hay modo de investigar o la de cualquier otro y otra. Solo es cuestión de buscar, pero siempre está ahí.
En el extremo opuesto, también tenemos rémoras, que serían aquello o aquellas que no hacen otra cosa sino adherirse a quien le ha precedido en el uso de la palabra. Incluso aunque no le haya precedido nadie, que lo he visto alguna vez.
Por todo lo visto, hoy el aplauso será exequo. Dedicado de una parte, a quienes respetan e imitan las mejores virtudes animales y, de otra, a esos peludos que las inspiran. Gracias por partes iguales.