TIC: de causa a efecto


              El arte siempre ha tenido su parte de vanguardia. No hay evolución humana que no vaya acompañada, o precedida, de una evolución en el mundo del arte. Pensemos en lo que supusieron las obras de Van Gogh, El loco del pelo rojo o Picasso, cuyas vidas inmortalizó el cine más de una vez.  Y el mundo actual no podía ser una excepción, las tecnologías de la información y la comunicación -TIC, antes llamadas nuevas tecnologías- se incorporan al mundo del espectáculo como medio y como objeto. Y en nada han quedado obsoletas realidades como las que plasmaba Tienes un email, La red, y hasta los malabarismos informáticos de Lisbeth Salander en la saga Milennium.

              En nuestro teatro las TIC han pasado a ser una parte imprescindible. Forman parte -o deberían formar- de nuestros medios, pero también de las causa, el objeto, la prueba y los efectos. Y de eso era de lo que vamos a hablar en este estreno, en una suerte de batiburrillo de ingredientes que ríase usted del mejor chef con sus tropemil estrellas Michelín.

              En cuanto a los medios, no me voy a repetir con lo que tantas veces he contado respeto a la digitalización , Lexnet y compañía. Unas ínfulas de modernización muy cacareadas que llegan siempre pasadas de moda. Aquí tuvimos busca cuando todo el mundo tenía ya teléfono móvil, y andábamos por la primera generación de móviles cuando el mundo acometía ya la cuarta y la quinta. Y así con todo. Hasta el punto que seguimos usando el fax y el telegrama. Verdad verdadera.

              Pero, como decía, mientras en Toguilandia nos desperezamos al mundo digital, en la vida real ya forma parte de todo. Y eso lo vemos en cualquier guardia, con los atestados que nos llegan. ¿Cuántas broncas de pareja que acaban con algo peor no han empezado con el descubrimiento de un mensaje en el móvil del otro? ¿Cuántos delitos de lesiones no han venido originados a raíz de algún texto o imagen que provocó las iras del otro? Puedo asegurar que si me dieran un euro por cada asunto donde no intervengan las TIC de algún modo, me sobrarían dedos de la mano para contar mis ganancias. Y es que hoy quien no use internet desde cualquier soporte o plataforma se ha convertido en un espécimen digno de museo

              Especialmente penosa me parece la costumbre de parejas jóvenes -y no tan jóvenes- de cederse las respectivas claves de redes y dispositivos como signo de confianza. No entienden que el signo de confianza es no solo no pedirlas, sino no aceptarlas si se ofrecen. Con lo claro que lo teníamos cuando se trataba de cartas escritas. Abrir el correo a alguien era algo terrible. De hecho, la inviolabilidad de las comunicaciones siempre ha tenido rango de derecho en cualquier Constitución democrática que se precie. Como debe de ser.

           El problema surge después, cuando se acaba la relación, y se abuso de esa confianza que un día se tuvo. Llegan las pornovenganzas y similares Con poco esfuerzo de memoria recordaremos el precio que han tenido que pagar algunas personas por lo que sus ex despechados han difundido. Y de poco sirve que el Derecho se esfuerce en dar una respuesta penal porque este llega siempre tarde para evitar los efectos devastadores.

              En otros casos, son las TIC directamente el medio por el que se cometen los delitos. Son los que conocemos como delitos informáticos o ciberdelincuencia, aunque esa no es una tipificación sino una clasificación por el medio. Lo que se cometerán serán estafas, defraudaciones, injurias, amenazas  o coacciones, tan punibles si se hacen a través de las TIC como si se hacen en la plaza del pueblo, aunque mucho más dañinas por sus consecuencias. En realidad, es lo mismo repartir fotos de la ex desnuda en la puerta del colegio donde trabaja, como un asunto que tuve, que hacer lo mismo a través de redes, pero la trascendencia y la capacidad de difusión es totalmente diferente. Por eso ya hay algunos tipos legales que agravan e delito si se comete a través de Internet, como ocurre con los delitos de odio. Es obvio que el efecto de transmitir mensajes nazis en un bar que hacerlo a través de redes es radicalmente diferente, e infinitamente más peligroso.

              Luego están las consecuencias. Esos delitos que se han cometido en la vida analógica, como toda la vida, pero se inmortalizan y difunden. Es lo que vemos a diario con grabaciones sean de imágenes o de conversaciones, algo que se ha convertido en el pan nuestro de cada día en Toguilandia.

             Con eso entramos en la llamada prueba digital, relativamente sencilla cuando se trata de algo tan pedestre como esas grabaciones, o la aportación de un whatsapp o un correo electrónico, y que se convierte en algo casi imposible cuando hablamos de delitos más sofisticados cometidos a través de las redes, como casos de phishing u otras estafas elaboradas y cometidas por grupos criminales. Es muy indicativo que sepamos perfectamente como proceder ante la sospecha delictiva en un manuscrito -cuerpo de escritura, perito calígrafo y demás- y que tengamos tanta zozobra a la hora de dar valor probatorio a un simple whatsap. Pero es lo que hay.

              Por último, hablaré de la consecuencia en redes de la comisión del delito. Aunque al principio costó que la jurisprudencia lo admitiera, ya viene imponiéndose como pena la prohibición de acceder a determinada red social como aplicación de la pena de alejamiento. Algo que puede parecer poco importante pero lo es mucho. Pensemos que le supondría para un youtuber o influencer cuyos ingresos provenientes de esos medios son muchos, el quedarse sin acceso a ello. Porque no es lo mismo que dejen si acceder a twitter a mi tía Puri, que tiene 3 seguidores y medio, que a uno de estos fenómenos que ganan tanto que hasta los hay que se van al extranjero para no rascarse el bolsillo pagando lo que les toca de impuestos.

              Y hasta aquí, este pequeño repaso tictoguitaconado. El aplauso me permitiréis que se lo dé hoy a mis compañeras y compañeros que tanto hacen por normalizar la existencia de las TIC en nuestro mundo como en cualquier otro. No daré nombres, pero seguro que sabréis de quienes se trata.

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