El grito: secretos de familia


Hoy en Con Mi Toga y Mis Tacones, un estreno muy especial. Se trata del relato incluido en la antología Ranuras, un proyecto de una editorial italiana que supone la primera vez que me publican traducida a otra lengua

Una historia protagonizada por varias generaciones de mujeres que representan amuchas más, a todas. Espero que os guste

El grito

               Confieso que siempre aborrecí El Grito, ese cuadro de Münch que parece volver loco a todo a todo el mundo. Estoy segura de que esta afirmación puede parecer una herejía, pero es como lo siento. Tantos años con el cuadro dichoso -mejor dicho, con réplicas de todos los tamaños del cuadro dichoso- de un lado para otro habían alimentado una fobia en mí que nadie se explicaba. Pero así era.

               Y ahora, como si se tratara de una mala pasada del destino, me encontraba que en la herencia de mi tía Matilde me habían adjudicado nada menos que cuatro copias del cuadro. De todos los tamaños. Una broma macabra que quería gastarme desde el Más Allá. Donde quiera que estuviera, si es que existía.

               Además, aquel cuadro me recordaba demasiado a mi madre para que pudiera mirarlo sin que se desatara un cataclismo en mi interior que me agitaba hasta hacerme daño físico. Hay cosas que no se superan nunca.

               No pude estar en la apertura formal del testamento. Después me alegré, porque no sé cómo hubiera reaccionado ante aquella ironía de mal gusto delante de mis atribulados primos, tristes, como no podía ser de otro modo, por la pérdida de su madre. Ni tan siquiera se atrevieron a adelantarme nada sobre contenido del legado, ni a darme ninguna pista que me orientara. Mi prima Mati me llamó para pedirme mi dirección postal exacta porque tenía que enviarme “algo que había dejado para mí” su madre. No pude sacarle más información, por más que lo intenté, así que hube de desistir y esperar al momento en que el paquete llegara a casa.

               Lo bien cierto es que ni en el más disparatado de mis sueños me hubiera imaginado esto. Cuando llegó el misterioso paquete, lo abrí, pletórica de emoción. Y al ver los cuadros, me entraron ganas de matar a la tía Matilde, o más bien, de matarla de nuevo, porque un infarto se me había adelantado.

               Una réplica del cuadro nos acompañaba en cada viaje de los que hice con mi madre, cuando todavía me llevaba con ella de gira. Aunque era una cría, me entusiasmaba recoger las migajas de fama de la cantante de éxito que ella era. Hasta el día que decidió que no la acompañaría más. Me mandó interna a un colegio y se limitaba a pasar conmigo diez días en Navidad y diez en verano. Ni uno más. Y se había vuelto tan fría y tan distante, tan poco amiga de que saliéramos por ahí a mirar y ser miradas que acabé renunciando a aquellos días para irme con una amiga, o con la tía Matilde, que, por fortuna para mí, siempre tenía la casa abierta a su hija postiza.

               Solo después de una noche entera de insomnio alternando lágrimas y maldiciones, me di cuenta de que tenía que haber algo más, que mi querida tía no me podría haber hecho esta faena solo para burlarse de mí. Ella habría sido incapaz de hacerme sufrir.

               No tardé en dar con ella. En el revés del cuadro más pequeño, un sobre amarillento pegado con cinta adhesiva llevaba mi nombre. Dentro, la carta que sacudía los cimientos de mi vida

               “Querida hija

                         Sé que me he ganado a pulso tu odio o, aún peor, tu indiferencia, y no te culpo. Pero te pido que esperes un poco más para juzgarme. Hazlo después de leer estas líneas, que te llegarán cuando yo me haya ido. Tú serás quien decidas si merezco el descanso eterno. Sé indulgente, hija mía.

                        Te parecerá una broma que te lleguen mis palabras detrás de El grito, mi querido cuadro. Es mi forma de gritar en silencio, pero viene de mucho antes. De la historia que te voy a contar ahora.

                          Como sabes, tu abuela, igual que yo misma, fue cantante. Ella cantaba ópera como nadie, pero tuvo que retirarse. Le contó al mundo entero que fue por una lesión de las cuerdas vocales, y no mintió. Pero lo que calló para siempre fue el modo en que se produjo aquella lesión que la dejó sin voz. Y ahora ha llegado el momento de que tú lo sepas y decidas si quieres compartirlo con ese mundo al que dejó huérfano de su talento.

                        Recuerdo pocas cosas de mi padre. Y las pocas que recuerdo, salieron a la luz después de mucho tiempo de terapia. Yo le oía gritarle siempre, y corría a esconderme. Me tapaba los oídos con tal de no escuchar aquellas palabras horribles destinadas a mi hermosa mamá. Oía ruido de golpes, su cuerpo contra el suelo una y otra vez. Luego, ella llegaba con sus brazos magullados y sus ojos con cercos violetas y me arrullaba cantándome una nana con la voz más dulce que oí nunca.

                         Cuando crecí, un día él entró en mi habitación. Chupaba mi cara con su lengua y me miraba con los ojos fuera de sus órbitas. Siguió lamiendo mi cuerpo por los pechos y el abdomen mientras yo le suplicaba que me dejara. Cuando me quiso bajar las bragas, grité. Grité lo más fuerte que pude, y mi madre vino y le apartó de mí a empujones. El se puso muy furioso y cogió unas tijeras que había en la mesita y se las clavó en el cuello a mi madre. El ruido sordo del filo penetrando en la carne y la sangre que salía a borbotones me han acompañado en muchas pesadillas desde entonces

                         Lo siguiente lo recuerdo a pedazos inconexos. Llegó una ambulancia, y la policía, y se llevaron a los dos. A mí me dejaron en casa de la tía Matilde, y no supe de ellos nada más que lo que me contaban. Había sido un accidente, mi madre se había clavado las tijeras al caerse, pero se pondría bien, aunque nunca volvería a cantar, ni siquiera a hablar con normalidad. La herida le había seccionado las cuerdas vocales.

                         Nadie me preguntó, y yo tampoco conté lo que pasó. Nos conformamos con la versión oficial. Mi madre acordó con él que se marcharía lejos si ella no le denunciaba, y cumplió. No lo volví a ver en mucho tiempo hasta aquel día, el día que lo cambió todo, una vez más.

                       Era el principio de mi carrera. Estábamos juntas en mi camerino, como siempre. Tras anunciarnos mi representante que teníamos una visita que nos iba a encantar, ella abrió la puerta sin preocuparse. Solo recuerdo un grito lacerante que me atravesó la piel y las entrañas. Por última vez en su vida, mi madre recuperó la voz. Y fue, una vez más, para salvarme. Mi padre había burlado todos los controles y estaba allí mismo, dispuesto a terminar lo que dejó a medias aquel día que mi madre se quedó sin voz para siempre.

                       Su grito, con ese timbre que un día fue capaz de romper una vajilla entera de un solo agudo, alertó a todo el mundo. A él se lo llevaron, pero ella ya no se levantó del suelo. Había muerto de un infarto, tras el sobreesfuerzo a que sometió a sus destrozadas cuerdas vocales, aunque yo prefiero decir que se le rompió en pedazos aquel corazón tan enorme que tenía.

                        La expresión de mi madre, en ese momento, me recordó tanto al cuadro de Münch que decidí que en el futuro siempre me acompañaría una réplica en todas mis giras para seguir teniéndola presente.

                        Cuando tú naciste, mirabas siempre aquellos cuadros con tus enormes ojos, y nada más fuiste capaz de cogerlos con tus manitas, eras la encargada de situarlos en mi camerino, justo al lado de la mesa donde me maquillaba. Éramos tan felices juntas…

                          Hasta aquel día. El día en que me llegó un anónimo, prendido de un ramo de rosas. A ese siguió otro, y otro, y pronto comprobé que él había salido de prisión. Desde el momento en que el texto de uno de esos anónimos decía “si no puedo contigo, iré a por ella”, no tuve otro remedió que seguir los consejos que me daban y llevarte a un lugar más seguro, alejado de mí y de mi mundo. El internado era una buena solución, que te daría, además, la educación que no podrías tener si me seguías a todas partes. Y yo tampoco podía dejar de cantar si quería darte la vida que merecías.

                       Sé que te debía una explicación, pero tuve miedo por ti. Estaba segura de que no me habrías dejado sola.

                         Hace tiempo que supe de su muerte, viejo y solo como un perro, como se merecía. Pero ya era tarde para nosotras. Tú habías hecho tu vida, y tu tía Matilde había sido más madre tuya de lo que yo fui nunca.           Le dejé en encargo de que lo siguiera siendo, y la promesa de que no te haría llegar esta carta hasta que ella tampoco estuviera aquí. Estoy segura de que la buena de Mati cumplió con su promesa.

                         Por último, te haré un regalo para compensarte de todo este tiempo. Tienes la libertad de publicar esta carta, y de hablar de tu madre, y de tu abuela, si es de tu gusto. O puedes guardar para ti a historia, si lo prefieres, u olvidarla para siempre.

                         Y, por supuesto, ahora que lo sabes todo, puede juzgarme como creas.

                 Te quiere

               Bárbara

                TU MADRE”

Lloré tanto al leer aquello, que pensé que nunca dejarían de salir lágrimas de mis ojos. Me sentí triste por ella, culpable por mí, impotente por mi abuela. Me sentí parte de una cadena entre generaciones de mujeres unidas por eslabones de silencio. Y había llegado el día en que eso dejara de ser así. El silencio tenía que acabarse para siempre.

Hoy, pasado un año, espero contener las lágrimas. Por nada del mundo me gustaría que se aguara la presentación de “El grito” el libro homenaje a mi madre, a mi abuela y a todas aquellas mujeres que se quedaron en el camino. Se acabó para siempre el silencio.

Esta es la primera crónica que he escrito. En la Facultad de periodismo me han pedido que hiciera un reportaje sobre cómo marca la violencia de género a sus víctimas y pensé que había llegado el momento de continuar con la cadena que un día empezó mi bisabuela y que mi madre decidió sacar a la luz. Les ha costado creer que alguien con tanta fama y medios a su alcance como ellas se vieran inmersas en esa pesadilla, pero en cuanto han leído la historia les ha convencido.

Me dijeron que me iban a calificar con una nota excelente, pero es lo que menos me importa. Cuando he sabido que había un productor interesado en comprar los derechos de la historia, he visto la luz. Han aparecido ante mí las imágenes de mi bisabuela y de mi abuela, y me han dicho lo que tenía que hacer. Solo faltaba hablarlo con mi madre, pero estaba segura de que ella no pondría ningún inconveniente a lo que yo tenía decidido

  • Verá, señor. Estoy dispuesta a cederle los derechos de mi historia para hacer esa serie de televisión que usted dice, pero tengo una condición
  • Usted dirá
  • Los beneficios deberán destinarse íntegramente a la creación de un hogar para mujeres víctimas de violencia machista. Un hogar donde tengan todo lo que necesiten
  • Déjeme que lo piense. Tendré que consultarlo

Mi madre y yo hemos recibido la llamada hace apenas un rato. El hogar para mujeres Bárbara Giménez es una realidad. Sus puertas, con una reproducción gigante de “El grito” de Münch, ya se han abierto para todas las mujeres que lo necesiten.

El día de la inauguración, a mi madre y a mí se nos rompieron las copas de champán con las que brindábamos. Juraría que oímos un grito de alegría desde el Más Allá para celebrarlo. Un agudo capaz de romper una vajilla completa.

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