Grabaciones: peligro al canto


              No hace muchos años, nadie hubiera concebido un mundo donde todas las cosas pudieran ser inmortalizadas en movimiento en un instante. Sin complicadas y pesada cámaras, sin conocimientos técnicos y sin más armas que un teléfono móvil que cabe en la palma de la mano. Atrás quedaron los tiempos de Sexo, mentiras y cintas de vídeo, aunque la esencia siga ahí. Solo cambia el soporte. Y la Intimidad se pone en peligro

              En nuestro teatro las grabaciones son el pan nuestro de cada día. Y a cada momento. Tan pronto las tenemos como prueba, como como soporte del acta del juicio, como causa como consecuencia. La cuestión es que es difícil, si no imposible, hacer un juicio en cualquier jurisdicción sin una tecnología capaz de grabar y reproducir grabaciones.

              En primer lugar, no podemos olvidar que desde hace un tiempo las sesiones de juicio y hasta las declaraciones se graban. Atrás quedó el tiempo de las actas manuscritas, y de los continuos “que conste en acta, Señor secretario” eternamente respondido con un bufido. En el acta consta todo, Señora Letrada. Faltaría más.

              Pero como más se prodigan las grabaciones en nuestro mundo es como medio de prueba. Cada vez más son las personas que viven pegadas al botón de grabar de su móvil, y no hay entrega de niños recogida, discusión familiar o llamada de teléfono que no sea convenientemente inmortalizada. Hay criaturas que viven en un constante estudio de grabación, porque sus padres, sobre todo si están enfrentados, graban cualquier momento de su vida para demostrar o bien que son muy buenos -mira qué feliz está la nena conmigo- o que el otro es Satanás -mira que mal la trata, venga a darle tirones de pelo-. Luego, por supuesto, las cosa no son como las pintan, y la nena feliz podía lucir una sonrisa de diez segundos y la nena de los tirones de pelo podía ser feliz una vez peinada y desenredada. Todo es relativo.

              Recuerdo un tiempo en que estas cosas, aunque existían, eran excepción y no regla. Nunca olvidaré un juicio de faltas donde, a la vista de que en la citación se ponía que el denunciante deberá venir con los medios de prueba de que disponga, este trajo la televisión, el aparato reproductor de vídeo y las cintas grabadas bajo la floristería  donde le ponían silicona a la puerta. La cosa tiene su mérito, porque por aquel entonces las televisiones pesaban un quintal, y los reproductores de aquellas cinas VHS no le andaban a la zaga. Y no hace tanto, aunque ahora parezcan batallitas de boomers.

              El verdadero problema que tenemos con las grabaciones es, una vez más, que tenemos una ley del siglo XIX para una realidad del siglo XXI. Un AVE por las vías de un tren de mercancías. Y, por más que la parcheen, revienta por sus costuras. Y, como de muestra vale un botón, pensemos que el modo que había previsto de garantizar la intimidad de la víctima era la celebración del juicio a puerta cerrada. Algo que hoy da risa, si no fuera preocupante. Porque por más que cierren puertas y ventanas, no se puede evitar que se graben las cosas y se acaben filtrando. Los ejemplos son tantos que si me pudiera a enumerarlos tendría no para un post sino para una saga. Con su ración de Sálvame incluida.

              En el sistema originario de la LECrim nadie hubiera pensado no en teléfonos móviles, sin tan siquiera en fijos. El tiempo fue perfilando reformas que pretendían garantizar el derecho  la intimidad y al secreto de las comunicaciones y, durante mucho tiempo, la jurisprudencia sobre el tema cambiaba a  cada rato, con esa doctrina de la fruta del árbol envenenado que dio lugar a absoluciones de las que todo el mundo se acuerda, no por no haber cometido el hecho sino por haberse declarado nulas las escuchas.

              Pero hay veces que las cosas se sacan de quicio, y dan lugar a resultados cuanto menos cómicos. No me ha pasado una vez ni dos que la defensa de alguien pretenda que no se tenga por válida la prueba de una grabación por no haberse hecho con permiso ni autorización judicial. Acabáramos. Una cosa son las escuchas que hacen las fuerzas y cuerpos de seguridad, o un tercero de una conversación ajena, y otra muy distinta es pretender que, si grabas a tu ex diciéndote de todo menos guapa, le pidas antes permiso para grabarte. “Puedes insultarme a gusto, que voy a grabarte y así me sale una prueba divina”. Pues no, evidentemente. Hay que recordar que lo grabado en una conversación entre dos es válido si es uno de los dos quien lo aporta o si el implicado reconoce su voz. Aunque a veces se quiera ser más papista que el Papa.

              La verdad es que hay criaturas que ni que fueran retoños de famoso. La cantidad de horas de grabación de sus vidas es infinita, porque sus padres han judicializado tanto su ida y sus desavenencias que podrían plantar una tienda e campaña en el juzgado. Y no saben el daño que hacen a esos críos.

              Por último, no me quiero olvidar de dos tipos especiales de canallas. De un lado, los grabadores profesionales, esos tipos que aprovechan cualquier circunstancia para tener un fondo de armario de grabaciones para chantajear a todo el mundo cuando las caras vengan mal dadas. Seguro que no tengo que explayarme más para que se entienda a qué me refiero

              De otro lado, quienes, habiendo dispuesto de un vídeo íntimo de laque fue su pareja basada en la relación de confianza que en su día existió, difunden a diestro y siniestro ese vídeo con resultados terribles para la víctima, que en algunos casos ha llegado hasta el suicidio

              Y hasta aquí, el estreno de hoy. Y, aunque me gusta la tecnología, sigo prefiriendo el encanto de un post escrito que una grabación robada. Por eso el aplauso lo dedico hoy a quienes comparten este gusto mío y siguen leyéndome semana a semana. Mil gracias una vez más

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