
Si hay algo que dura desde el principio al final de la vida, eso es el aprendizaje. O debería serlo. A lo largo de nuestra existencia, diversos maestros marcan nuestras vidas y encarrilan nuestros caminos. Y, por supuesto, ni el cine ni el teatro ni la literatura podían ser ajenos a esta figura tan especial que es la maestra o el maestro. Entre mis preferidos, el de la Lengua de las mariposas o El club de los poetas muertos, pero se podían citar muchos más.
Si en algún ámbito el aprendizaje debería ser constante, es en nuestro teatro. Las leyes cambian casi cada día y la jurisprudencia todavía más porque, si la primera es estática y necesita de un proceso reglado en el Parlamento para cambiar, la segunda es dinámica y no necesita más que la motivación de quienes dictan la sentencia. El ABC de Toguilanda.
Cuando yo era una pipiola que estudiaba Derecho, una de mis íntimas amigas solía decir, cuando fantaseábamos con nuestro futuro, que ella aspiraba a un trabajo donde no tuviera que llevarse deberes para casa. Chica lista, sin duda, de la que he de decir que se salió con la suya. Eso sí, no diré a qué se dedica no vaya a caerme la del pulpo. Mujer prevenida vale por dos.
Lo que está claro que mi amiga no podía elegir de ningún modo es formar pate de nuestro teatro. Ya vimos en otro estreno que, desde los antiguos maletines de cuero hasta las actuales maletitas de ruedas, llevarnos trabajo para casa es una constante en nuestras vidas. Una constante que, además, la pandemia consagró con la llegada o la consolidación del teletrabajo que, como decíamos en su día, en nuestro caso no es otra cosa que llevarnos la tarea a casa como hemos hecho toda la vida. Exactamente, como no quería hacer mi amiga.
Pero, obviamente, para trabajar hay que saber. Y para saber hay que estudiar y, además, hay que hacerlo siempre, porque en Toguilandia los conocimientos de hoy pueden quedar obsoletos mañana en un pis pas. Basta como decíamos que un golpe de BOE cambie una ley o un golpe de CENDOJ cambie la jurisprudencia para que nos hundan en la miseria. O mejor dicho, para que nos hagan hundir la cabeza en la pantalla del ordenador.
No obstante, no todo en nuestro teatro son las leyes y su aplicación, aunque a veces lo parezca. Y no solo se aprenden materias sesudas, que todo es necesario. Y entre ese todo, el sentido común, ese que llaman el menos común de los lo sentidos. En más de una ocasión en el sentido común tenemos la clave del asunto a resolver. Algo que es evidente en muchos temas, entre los que quiero destacar los de Derecho de Familia.
Para estas cosas es muy recomendable poner los pies en el suelo. Lo que me recuerda otra materia que debemos hacer esfuerzos por aprender cada día, la humildad. Proliferan, por desgracia, en nuestro ámbito, togados y togadas que se creen Dios con pandereta y van dando lecciones a diestro y siniestro, como si estuvieran en la continua y permanente posesión de la verdad. Y nadie posee tan divino tesoro, por más que se lo crea. Y por más que mi madre crea que es todo mío. Que no se entere, pero yo también me equivoco. Guardadme el secreto.
Confieso que a mí me encanta aprender. Aprendo de mis compañeros y compañeras, de quienes se sientan en los otros lados de los estrados, del justiciable y hasta a veces del investigado. Al menos, te enseñan qué es lo que no se debe hacer, que no es poca cosa en los tiempos que corren. De hecho, siempre digo que el día que deje de aprender, tendré que colgar la toga porque habré perdido la perspectiva. Y la ilusión.
Y si de alguien me gusta aprender especialmente, es de la gente joven, de quienes empiezan su vida toguitaconada y tienen muchas funciones por delante.
Los alumnos y alumnas de Practicum siempre me aportan mucho. El hecho de saber que lo que vean -y lo que no vean- en mi trabajo va a influir decisivamente en la decisión que tomen para su futuro es una responsabilidad importante de la que no siempre somos conscientes. Pero, además, nos pueden regalar lecciones de vida impagables, como la que nos dio mi querida Celia en este mismo blog no hace mucho sobre los trastornos de alimentación
Subiendo un escalón más, me encuentro a fiscales en prácticas. Cuánta ilusión, cuántas puertas a traspasar, cuánta vida por delante. Cuántas oportunidades de cambiar el mundo que no pueden desaprovechar. Y qué suerte la de quienes podemos compartirla y poner nuestro granito de arena.
Aunque, quizás, de quienes más aprendo es de otros fiscales. De quienes tienen más veteranía, sin duda, y por razones obvias. Pero se puede aprender mucho de quienes acaban de llegar, y cosas que tal vez nunca imaginamos. Ya he hablado varias veces de mi compañero Héctor, que compensa con creces la carencia del sentido de la vista con dosis extras de esfuerzo. Espero que en breve atienda a mi invitación de contarnos cómo se ha sentido en su primer año de fiscal, pero yo adelanto que con él he aprendido en un año más que en infinitas enciclopedias. Y sigo aprendiendo.
Y con esto, cierro el telón por hoy. Espero que estas reflexiones también sirvan para aprender un poco. Yo, por mi parte, también aprendo cada día de quienes me leen y de sus comentarios, así que animo a hacerlos. Y no me olvido del aplauso, hoy dedicado para todas las personas que, desde cualquier lugar y cualquier ámbito, me enseñan. Gracias