Peliculismo; que la realidad nunca estropee la ficción


         Hay muchas películas sobre juicios. Y todavía hay más series de televisión, de todos los tiempos, desde la ya mítica Ironside hasta The Good Fight, pasando por La ley de los Angeles, Ally Mc Beal, o las nacionales Turno de oficio o Anillos de oro, sin olvidarme de las recientes Hierro o Ana Tramel. Los juzgados son plato de gusto para las cámaras, y aunque han dado lugar a obras maestras como Matar a un ruiseñor, 12 hombres sin piedad o Testigo de cargo, de todo hay en la viña del señor. Lo que no se puede negar es su influencia en el imaginario colectivo.

En nuestro teatro necesitamos bien poco de a ficción para encontrar historias de todo tipo, desde las más hilarantes a las más dramáticas. Siempre he pensado que si un guionista se sentar a lo largo de una sola mañana en una sala de vistas o en un juzgado de guardia, encontraría tantas historias como para ganar el Oscar unas cuantas veces.

Ya hemos comentado en varios estrenos que la cultura -o incultura- jurídica bebe de las fuentes anglo sajonas, que nada tiene que hacer nuestra patria campanilla al lado de un buen mazo para llamar al orden, y dónde va a comprarse nuestra sobria toga con el pelucón y las chorreras. Y así todo. Ya hablamos de series de ficción y también de películas y hoy la cosa va un poco de lo mismo, aunque dándole la vuelta. ¿Nos han acabado influyendo las películas americanas en nuestros juicios en lugar de ocurrir al revés? He ahí el quid de la cuestión.

Hay un ejemplo que inclinaría la balanza a una respuesta positiva sin ningún género de dudas. Ya lo hemos visto más veces, y antes hacía referencia a ello, pero es inevitable. En el proceso español, nunca se vio mazo alguno. Las normas y la costumbre eran ajenos a semejante cosa hasta que empezamos a verlo en películas y televisión. No hay un solo cuadro o representación de ningún tipo donde aparezca. Lo nuestro era una campanilla con la que se llamaba al orden o se anunciaba la audiencia pública que, en honor a la verdad, ha desaparecido de la mayoría de salas, salvo algunas Audiencias muy tradicionales- Sin embargo, los jueces y juezas de las nuevas hornadas tienen mazo. Siempre aparece algún amigo o pariente que se lo regala cuando aprueba o para tener un detalle. De verdad o a modo decorativo, de abrecartas o pisapapeles, pero ahí están abriéndose paso. Y dejando a las pobres campanillas olvidadas. Y menos mal que no ha pasado otro tanto con la peluca en relación con nuestro birrete. Aunque confieso que algún juez aquejado de alopecia galopante me ha dicho que le gustaría llevarla. Mucho más barato que un viaje a Turquía.

El otro día veía una serie de televisión española donde es el tribunal del jurado quien juzga un delito de inducción al suicidio, un tipo penal que no se encuentra entre la magra lista atribuida al jurado . Hablaban, además, de delito de perjuirio, de que el acusado no podía mentir, o de la posibilidad de que los testigos declaren cuando les viniera en gana. Por supuesto, abogado y fiscal se dedicaban a investigar en el lugar de los hechos cogidos de la manita, mientras el juicio estaba en marcha, aunque luego llega otra fiscal que retira la acusación a mitad de la práctica de la prueba, con un par. Y, para acabarlo de arreglar, el juicio acaba con un sobreseimiento porque las partes lo acuerdan. Cuando es de primero de Derecho -y de elemental de sentido común- que los juicios solo acaban con sentencia, aunque sea absolutoria, y que las partes poco pueden decir ante un delito perseguible de oficio.

Pero el problema no sería más que una anécdota graciosa -o cabreante, según el caso- si no fuera porque luego los clientes exigen a sus letrados y el justiciable a todo el mundo toguitaconado que nos comportemos como los personajes. Pobre de la abogada que no consiga un sobreseimiento a mitad de jurado, o que no logre que el fiscal se retire por la cara.

De hecho, me atrevo a decir que en ocasiones hay alegatos excesivamente ampulosos y largos por parte de letradas y letrados -generalmente de fama y caché- que parecen dirigirse más bien a impresionar a sus clientes que a lograr el convencimiento de un tribunal que lo tiene todo claro tras la práctica de la prueba. Cuántas veces me quedo con ganas de tomar la palabra y emular a Baltasar Gracián con lo de “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Y lo malo, ni te digo.

Anécdotas aparte, lo que realmente preocupa, por no decir que enoja y entristece al mismo tiempo, es que los productores de una serie de televisión española -sea esta o cualquiera, que ejemplos hay a punta pala- no pierdan ni un minuto de su vida en asesorarse como es debido. Y remarco el “como es debido” porque, según me contó una amiga, la protagonista dijo en una entrevista que tenían un estupendo asesoramiento jurídico. Pero, o no era estupendo, o no le harían ni puñetero caso, no fuera que la realidad les estropeara un buen guion. Lo peor es que con una simple llamada a alguien que conociera un poco Toguilandia, se hubieran ahorrado muchos gazapos. Pero o no interesa la realidad, o la justicia, o ambas. Es lo que hay.

La verdad es que siempre me pregunto si los juicios americanos serán como los pintan en las películas, porque si no son fieles a la realidad en España, tal vez allí tampoco. Y es que de ver a Marlene Dietrich como testigo a Chus Lampreave como testiga hay un mundo. Aunque si tuviera que elegir no sé con cuál de las dos me quedaría.

Ahora, como en toda película, sea americana, española o de donde sea, hay que acabar bajando el telón. Y dando, por supuesto, el aplauso, que hoy va dedicado a esa gente del cine y la tele que sí se preocupan en ser fieles a la realidad, aunque no les quede tan aparente. Gracias por respetarnos.

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