Ya lo hemos dicho muchas veces. Pocas cosas como los juicios, y todo lo que les rodea, para proporcionar temas al mundo del cine, las series de televisión, la literatura o el teatro. Hasta para algunas canciones, si nos descuidamos. Nada como un crimen sangriento, un juicio injusto o una cárcel terrible para garantizar un éxito seguro. O las tres cosas a la vez, claro. No hace falta buscar De aquí a la eternidad porque El cielo puede esperar.
Desde siempre nuestro teatro ha sido fuente de inspiración para el mundo del arte. Y a la recíproca, en ocasiones parece que estemos representando una función, con todos nuestros formalismos, nuestro vestuario, nuestro lenguaje propio y todas esas cosas de las que hemos hablado más de una vez. Tenemos hasta nuestro propio telón, que pocas cosas se le parecen más que esos cortinajes de terciopelo con los que nos obsequian cada año las fotografías de la apertura del año judicial.
Confieso que entre todas esas pelis de juicios, tengo mi favorita, La costilla de Adán que, además, me trae estupendos recuerdos. A pesar de que el reparto de roles no era exactamente igual –él era juez y ella era abogada- siempre me han relacionado con ella, no sé si desde el momento en que aprobé la oposición o en el que formalicé mi unión con un miembro de la judicatura. Eso sí, hay algo que siempre me preguntan y he aclarado una y mil veces. Aquí nunca podríamos vernos en una situación así. Las normas sobre incompatibilidades que rigen en la carrera fiscal y en la judicial hacen imposible que semejante cosa ocurra . Y sí, aunque tendría su punto no pedir la venia a “mi señoría” o que él no me la diera, como dice la canción This is not America.
Pero empecemos por el principio, y veamos la de películas –y también series de televisión– con las que podemos encontrarnos en las distintas fases del proceso. La primera puntualización es que, como la mayoría son americanas, llevan a que el público en general tenga una visión distorsionada de nuestra vida judicial. Por eso se llevan las decepciones que se llevan cuando la gente no se levanta al grito de “preside el honorable juez X”, cuando no encuentran biblia donde jurar decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, o cuando el juez no llama al abogado y al fiscal para que se acerquen a su mesa. Aunque lo que más suele echar de menos quien ve por vez primera un juicio es lo de “protesto, Señoría” que, aunque posible, es altamente infrecuente y, desde luego, no se dice a gritos ni con réplica y contrarréplica. Aquí somos más de ese untuoso “que conste nuestra más respetuosa protesta a efectos de recurso”, como pidiendo perdón en vez de acordarse de toda la parentela de Su Señoría, por más que en el fuero interno se haga.
De reflejar la parte de las primeras diligencias se encargaban series como la desternillante Juzgado de guardia. Todavía me acuerdo de aquel juez larguirucho que decía no llevar pantalones bajo la toga y, de hecho, hace no mucho rememoraba aquello al hilo de ese teletrabajo que tantas anécdotas de ese tipo nos obsequió. La otra serie antológica era la de Canción triste de Hill Street, y aún recuerdo nuestros primeros repartos de trabajo con un compañero que siempre repetía, como en la serie, lo de “Tengan cuidado ahí fuera”. Aunque series de abogados hay muchas, desde la Ley de los Angeles a Ally Mc Beal, pasando por las españolas Anillos de oro o Turno de oficio a las más actuales Suits o The goog figth. O la española Hierro. Y, por supuesto, Ironside, la serie de los años 60 y 70 culpable de más de una vocación jurídica.
Pero lo que más vemos en pelis es la fase de juicio, la más atractiva. Y doblemente atractiva cuando hay un Jurado. ¿Quién no recuerda Doce hombres sin piedad, que ha ilustrado una y mil veces las deliberaciones de un jurado, o el discurso de Algunos hombres buenos, que se sigue utilizando en talleres de oratoria? ¿Y quien no evoca a la Marlene Dietrich de Testigo de cargo o al niño amish de Único Testigo cuando le llaman a testificar? Sin olvidar, por descontado, aquella lección de historia sobre los juicios de Nuremberg que recibimos en Vencedores o vencidos
El veredicto es otra de las partes importantes. Se puede ser Presunto inocente, o Culpable, se puede intentar una Coacción a un Jurado para obtener un Veredicto final, se haga con Ausencia de malicia, o cometiendo Delitos y Faltas, sean quienes sean los Acusados, con todas sus consecuencias. Aunque, como no solo de Derecho Penal vive el Derecho, también se puede ejercitar una Acción civil. O jugárselo a todo, como Erin Brokowicht. O tal vez todo esté escondido tras La Tapadera o dentro de La caja de música. Porque es muy difícil cometer el Crimen perfecto y más difícil aún defender a El cliente que niega haberlo cometido
Aunque en las películas, como en la vida judicial, las cosas no acaban en la sentencia. La ejecución de las penas da mucho de sí, sobre todo cuando de su cumplimiento se trata. Sea la Pena de muerte, El verdugo que ha de ejecutarla, la Cadena perpetua, o las desgracias del protagonista de Homicidio involuntario, la posibilidad de efectuar una Gran Evasión siempre aparece en lontananza, aunque sea algo tan difícil como la Fuga de Alcatraz o haya que jugársela a Evasión o victoria. Más aún cuando la Libertad condicional es improbable, o se ha decidido que el cumplimiento de la pena será Sin remisión posible
Serían muchas más las series y películas que reproducen nuestra Toguilandia, aunque no se parezcan tanto a nuestro teatro como mucha gente cree. Por eso aun recordaré dos más, de verdadera antología: Matar a un ruiseñor y Anatomía de un asesinato. Pero no podemos dejar de dar las gracias por todas las vocaciones jurídicas que salieron de ellas. Por eso, hoy el aplauso es para quienes lo consiguieron. Porque hacer lo que uno quiere puede estar muy cerca de tener una vida de cine.