
Los seres humanos somos sociales. Desde que el mundo es mundo nos juntamos en reuniones y cuchipandas varias para interactuar, algo de los que la pandemia nos ha privado en gran medida. Pero reunirse, sea para La gran buffe, para celebrar La cena de los idiotas para conversar con Los amigos de Peter, para celebrar Cuatro bodas y un funeral o simplemente para pasar 3 días en familia o para que La gran familia española se reencuentre, es un argumento recurrente y resultón para cine y teatro. Es lo que tiene la sociabilidad
En nuestro teatro hay muchos tipos de juntas. Y son, además, mucho más que reuniones de café o celebraciones, como las que celebramos en nuestras bodas de plata. Nuestras juntas pueden tener valor jurídico. Y de hecho, en muchos caso, lo tienen.
A mi y a mi fiscalita interior las primeras Juntas que se me vienen a la cabeza son unas, pero las dejaré para el final. Empezaré por las que más serias y aburridas me parecen, como las juntas de acreedores. Jamás asistí a ninguna, pero imaginarme a un montón de señores y señoras que lo que tienen en común es que les debe dinero la misma persona o empresa, me da como yuyu. Claro que igual me confundo y son de los más amigable, aunque no es eso lo que creo. Tal vez esté influenciada porque la única vez que anduve cerca de una fue para tener que dirimir en a vía penal los incidentes que se habían provocado en una muy numerosa. Una de aquellas sesiones de juicios de faltas () que pasarán a la historia.
Otras juntas con fama de aburridas son las juntas de accionistas que se celebran en el seno de las sociedades. Tampoco he visto ninguna, pero me las figuro como algo plúmbeo -salvo que se trate de un equipo de fútbol, claro-, si bien, de vez en cuando, tienen sus flecos penales. Ya sabemos, esa parte del Derecho Penal que no tiene ni sexo, ni sangre ni vísceras, es decir, los delitos económicos y en concreto los societarios.
Aunque para divertidas, las Juntas de propietarios. Ya tuvieron su propio estreno pero darían para escribir un libro. ¿Quién no tiene una vecina a la que siempre le molesta el modo de tender del resto, otro a quien molesta la música o las pisadas o una cuestión de estado por un tema del color de los toldos o por los cerramientos? La verdad es que los juicios han perdido mucho color desde que, tras la reforma que barrió las faltas, desaparecieron esos pleitos, pero siempre recuerdo con una sonrisa la bronca entre dos familias nacida a partir de que la matriarca de una de ellas acusara a la de la otra de no lavarse bien la faja.
En cualquier caso, si hay Juntas importantes, esas son las Juntas de Fiscales. Nuestras Juntas son mucho más que una reunión, más que un cambio de impresiones, por jurídico que sea. Son una institución de nuestra carrera, contemplada como tal en nuestro Estatuto Orgánico, y cuya importancia es tal que llega a ser capital para resolver esas cuestiones sobre las famosas órdenes de las que tanto gusta hablar a la gente. Si un fiscal no está de acuerdo con algo que le dice su superior, no ha de obedecerlo sino que puede plantear un procedimiento en que lo somete a la Justa de Fiscales correspondiente, que puede decidir en el sentido que defiende uno u otro. También es bien conocida la importante labor que realiza la Junta de Fiscales de Sala, máximo órgano colegiado de la carrera -sin perjuicio del órgano consultivo, el Consejo Fiscal- Aunque hay quine lo ignora hasta el punto que cuando construyeron el edificio donde trabajo, hicieron una supuesta sala de juntas donde no hay sitio ni para la décima parte. Y ahí está claro que no nos juntamos.
Pero las Juntas más pintorescas son las que celebramos en las fiscalías de los distintos territorios, esto es, las de las trincheras con sus peculiaridades. Lo primero que angustia de estas es que, cuando una llega a un destino y es la última del escalafón, le toca ser la secretaria de la junta, lo cual implica que ni puede escaquearse de ir ni pude estar dormitando mientras se celebra, porque ha de tomar nota de todo. Además, ha de rellenar un libro de actas de los de toda la vida, se crea o no. Como quiera que el Estatuto Orgánico preveía la celebración de una junta con carácter mensual, recuerdo que en mi primer destino rellenábamos aquel libro con una fórmula del tipo “reunidos los señores reseñados al margen -entonces lo de lenguaje inclusivo ni se planteaba- tratan de los asuntos de interés de la Fiscalía” Y punto pelota. Ni que decir tiene que el secretario o secretaria anhelaba la llegada de alguien más joven que le librara de ese cáliz, y de ese soniquete de “esto no lo pongas en el acta» tan característico de nuestras juntas
Eso sí, cuando se trataba un tema intenso, especialmente cuando de reparto de trabajo se trata, juraría se pueden hasta oír volar los cuchillos. Ahí no hay aburrimiento que valga, aunque es cierto que de ahí han nacido enemistades eternas. Pero siempre hay alguien que relaja la tensión, como el compañero que, tras anunciar que íbamos a tratar del visado, dejó escapar un “el que visa no es traidor” que nos sacó más de una carcajada. En esa misma junta es donde ocurrió una anécdota que ya conté, la de la llamada de la mujer de un fiscal reprendiéndoles porque había calentado los chirizos en el cazo del biberón del niño, y que todos escuchamos porque el fiscal jefe le pasó la llamada por el manos libres.
También recuerdo con tanta hilaridad como en su día, el momento en que un fiscal jefe en los primeros tiempos de la informática en juzgados, tuvo un lapsus curioso y se refirió a un disquete como un casquete. Verdad verdadera.
Fantástica es la aportación de un compañero acerca de las llamadas juntas de autocrítica, que se implantaron a mediados de los 80 y que debían celebrarse, al menos, anualmente. Su entonces Fiscal Jefe la convocó, y debió de pensar que todo era perfecto y que no había ninguna crítica. Tampoco es que se le censurara, fueron solo apreciaciones de mejora nada estructurales pero el caso es que no le gustó nada, pues no volvió a convocarlas y estuvo algunos días sin hablar a nadie. En otra, se ve que había aprendido fue más inteligente. Convocó una junta con un determinado orden del día, que se celebró con normalidad. Al concluir, dejó claro que el tema que iba a tratar era fuera de junta y a efectos meramente informativos. Llevaba un caso muy polémico y como sabía que la decisión que adoptó no iba a gustar a la mayoría de los fiscales (como así fue) lo sacó de la junta para sustraer el debate que se hubiera podido producir en el seno de la misma. Cubrió el expediente e hizo lo que le da la gana.
Otra compañera me cuenta una anécdota de una de sus primeras juntas, en la que era la secretaria. Era la época en la que Maduro dijo que Chávez se le había aparecido en forma de pájaro o algo así y, como quiera que el punto culminante del debate de una cuestión polémica, una gaviota se puso a hacer ruido en la ventana, alguien hizo la broma de que era Chávez encarnado y que había que hacer caso a la gaviota. Lástima que mi compañera no sucumbiera a la tentación de hacerlo constar en acta, porque ese acta no tendría precio.
Los jueces, por su parte, también celebran sus Juntas, pero no son ni tan frecuentes ni tan institucionalizadas como las nuestras. Y me conta que, con todo el cariño, dedican siempre una parte de ellas a recordar cuanto nos quieren. Por algo son la carrera hermana.
Y aquí es donde hoy se cierra el telón. Seguro que hay otras juntas tanto o más interesantes, pero solo eran unas pinceladas. Por supuesto, sin olvidarme del aplauso, que hoy va dirigido a quienes, en algún momento, tuvieron que hacer de secretario o secretaria. Con todo mi cariño.