
En tiempos como esto no es fácil encontrar a gente que lleve el optimismo a ultranza. Los tiempos que nos ha tocado vivir lo han puesto difícil no obstante lo cual siempre hay personas dispuestas a ver la botella medio llena. El problema es a veces pasarse, y arriesgarse a que le digan a una que vive en Los mundos de Yupi, un título de programa que ha pasado a la posteridad como sinónimo de ingenuidad, aunque hay quien lo emplea sin haber visto un solo capítulo. Cosas de la edad, de haber vivido en el Barrio Sésamo o con Los Chiripitifláuticos, otros hitos de nuestra infancia. Sin olvidar, por supuesto, a la rompedora y archirecordada Bola de Cristal. Así que, remedando a aquella Leticia Sabater de las primeras pesadillas, Al mediodía, alegría. O a la tarde, o a la noche, según cuando se lean estas líneas. Es lo que tiene ver El lado bueno de las cosas.
En nuestro teatro, parece difícil no dejarse abatir por las circunstancias. Retrasos, falta de medios y una pandemia con su confinamiento y sus medidas para acabarlo de arreglar son un caldo de cultivo óptimo para el pesimismo como veíamos en un reciente estreno. Y, aunque siempre hay quien pone su buena dosis de buenrollismo , se hace cuesta arriba. Yo reconozco que pertenezco a esa rara especie de personas capaces de ver el lado bueno de las cosas. Aunque confieso que en realidad no soy yo, sino una parte de mí, una de mis múltiples personalidades . Siempre tengo cerca de mi oreja a una Susi positiva dispuesta a ponerse las gafas de color rosa, o a una Taconita a la que le gusta el lado amable y sensible. Aunque se ponen a temblar cuando asoma mi lado Terminator. O lo que hay quien conoce como Fiscalita Destroyer. Cuidado con ella.
No obstante, hoy quería hablar del optimismo, de esas personas que son capaces de ver la parte buena a todo. Cuando surge el tema, siempre me viene a la cabeza algo que me pasó con mi hija pequeña, reina del optimismo. Era una de las pocas veces en que un trabajo del colegio no le había ido bien y, en vez de enfadarse, como yo esperaba, me dijo: “es una buena noticia, así todo lo que haga va a ser mejorar”. Esto es moral y lo demás son cuentos, como la de aquel equipo de fútbol, el Alcoyano, que ha quedado en la memoria colectiva porque, según cuentan, cuando perdía por muchos goles de diferencia y solo quedaba un minuto, oyó decir a su entrenador “venga, que aún podemos ganarles”.
Llevando estas premisas a Toguilandia, recuerdo a una abogada tan optimista que cuando condenaban a su cliente decía que era una gran oportunidad para poder estudiar para interponer un recurso. O a otro que, si le salía una resolución adversa, decía, como mi hija, que era una buena noticia porque a partir de ahí cualquier estimación, aunque fuera parcial, sería motivo de celebración.
Por su parte, hay que ser muy optimista para pensar que esas cosas de las que nos hablan siempre pero nunca se cumplen un día se harán realidad. Cosas como una nueva Ley de Enjuiciamiento Criminal , la digitalización de la Administración de Justicia o unas condiciones dignas en cuanto a medios personales y materiales.
Como en el fondo soy Susi positiva y me conformo con poco, a veces sueño con montañas de posits y de bolígrafos que no sean verdes, con grapadoras a las que no haya que poner el nombre o con poder elegir el color del fosforito con que quiero subrayar mis fotocopias y me pongo contenta. Para que luego digan.
En realidad, necesitamos mucho más que optimismo para ir adelante en muchas situaciones. Y no solo por falta de medios, sino especialmente en esas situaciones tan duras en que se nos queda enganchada en el alma la impotencia de no poder haber hecho más por esa víctima.
Pero no me pondré ceniza, que hoy tocaba hablar de optimismo. Y tenemos un capital humano digno de todas las celebraciones del mundo. Con toga y sin ella, con puñetas o sin ellas, pero con la ilusión intacta para tratar de hacer cada día Justicia con mayúsculas.
A ellos y ellas va dedicado el aplauso de hoy. Y lo mejor, que no hace falta optimismo para localizarles. Se encuentran enseguida.