
Pocas cosas causan más ternura que una ancianita encantadora, aunque no siempre es oro todo lo que reluce. Las pantallas y los escenarios se han poblado en muchas ocasiones de todo tipo de viejecitas más o menos maravillosas. Las aparentemente inocentes protagonistas de Arsénico por compasión o la madre momificada del protagonista de Psicosis son cualquier cosa menos angelicales, desde luego. Sin embargo, hay heroínas entrañables como la Miss Marple de Agatha Christie o la Jessica Fletcher de Se ha escrito un crimen. Aunque, si tuviera que elegir, dudaría entre la Abuelita Paz de los tebeos de mi infancia, la abuelita de Piolín a la que le parecía haber visto un lindo gatito, o La vieja del Visillo del programa de televisión. Me producen una mezcla de ternura y mala leche que seguro que comparte más de uno y de una.
En nuestro teatro tenemos varias ancianitas venerables. Y no me refiero a ninguna magistrada, abogada o fiscal entrada en años, que nadie me malinterprete. Me refiero a nuestras leyes. Varias de ellas son centenarias, como el Código Civil , la ley de enjuiciamiento criminal o la ley de indulto y, como pasa en todas partes, hay quien envejece mejor o peor. Por supuesto, también depende de las operaciones a que se haya sometido, y de la calidad del profesional de la cirugía que las haya efectuado, que todo cuenta. No siempre basta con el Botox y la silicona.
Pues bien, entre las venerables ancianitas más achacosas que tenemos, está la ley de enjuiciamiento criminal, Lecrim para los amigos. La pobre está cerca de cumplir 140 años, ahí es nada, y no la dejan jubilarse. Y mira que se lo han prometido veces, pero no hay manera. Le hacen una operación de chapa y pintura y a funcionar. Y claro, tiene tantas cicatrices de cada operación que a duras penas puede ser útil. Y no la culpo. A ver quién aguantaría 140 años y seguiría estando tan pichi. Excepción hecha, claro está, de Matusalén, pero ya quisiera verlo yo teniendo que solventar tantas cosas como ha de hacerlo la Lecrim.
El caso es que, en los últimos tiempos, se habla con lo que parece mucha fuerza de una posible jubilación de la ancianita y su sustitución por una nuevecita de cabo a rabo. Quienes llevamos tiempo transitando por Toguilandia sabemos que eso no es nuevo. Se lleva hablando de una nueva ley de enjuiciamiento criminal desde, al menos, que yo estudiaba en la Facultad y seguro que antes. De hecho, comentaba un querido compañero en twitter, dirigiéndose a quienes preparan la oposición, que no se preocupen que seguro que, como tantas veces ha pasado, no queda más que en un proyecto más. Y no seré yo quien le contradiga. Recuerdo que, mientras estaba en la Escuela Judicial, ya nos juraban en arameo que nos preparáramos, que a la fiscalía nos iba a caer encima la instrucción. Y aquí estoy, tas veintiocho años, con mi paraguas para protegerme de la llegada de la instrucción apolillado por falta de uso.
Lo que no podemos negar es que ese parece el principal escollo o, al menos, lo más llamativo. Tanto es así, que ya tuvimos un estreno dedicado a la instrucción, donde, como si estuviéramos en El señor de los anillos, la judicatura sigue clamando por la instrucción por su tesoooooro. Un tesoro envenenado, por otra parte, porque como eso de «darnos» -como si le perteneciera a alguien que graciosamente nos la cede- la instrucción, si al final prospera, no viene acompañado de un plan de cambios a medio plazo y unos medios materiales y personales a plazo inmediato, va a ser el más sonado de los fracasos. Y yo, aunque odio a los profetas, acabaré teniendo que decir ese “¿Lo ves?” que tanta rabia da. ¿O no?
Por supuesto, hay más cosas, pero creo que el cambio de sistema es el eje de una reforma que, como Santo Tomás, creeremos cuando la veamos en el BOE. Lo que es obvio es que una ley que ha pasado por varias monarquías, una república, una dictadura y hasta un par de pandemias merece un descanso. Ya podría venir algún juez a tumbarla, una expresión tan utilizada en los últimos tiempos en los medios de comunicación y que tanto enfada a Sus Señorías, y con razón. Se están convirtiendo en tumbadores profesionales capaces, el día menos pensado, de noquear al mismo Mohamed Alí en su buena época. Tiempo al tiempo.
Y es que, si lo pensamos, el esquema inicial ha ido cediendo tanto que el sumario ordinario, que era el procedimiento tipo, ha pasado a ser excepcional y extraordinario, el proceso más común que es el abreviado se regula como un proceso especial y, pese a su nombre, puede llegara tener tomos y tomos y nada breves. Y así con todo.
Así que, démosle un merecido descanso que ya toca. Pero dotemos al bebé que le sustituirá de un buen ajuar, o el pobre no podrá salir adelante o lo hará renqueando.
De momento, ahí va mi aplauso para ella, como homenaje por el tiempo que lleva acompañándonos. No vaya a ser que me equivoque y esta vez sea que sí.