La investigación es la niña bonita del mundo de la literatura, el cine y la televisión. Pocas cosas con mayores expectativas de éxito que una buena novela negra, una saga de investigación o una serie sobre jueces y tribunales. Da igual que se trate de una encantadora ancianita como la Miss Marple de Agatha Christie o la Jessica Fletcher de Se ha escrito un crimen, de un tipo pintoresco con abrigo de capelina a cuadros y pipa como Sherlock Holmes o de unas más o menos glamurosas Angeles de Charlie en cualquiera de sus versiones. Y eso sin hablar de las parejas de investigadores en que la tensión de encontrar al asesino combina con la tensión sexual a las mil maravillas, como Remington Steel o Luz de luna, pistoletazo de salida para Pierce Brosnan y Bruce Willis o la setentera MacMillan y esposa, con un Rock Hudson que quitaba el hipo. Aunque nada como aquella Canción triste de Hill Street cuyo mítico “tengan cuidado ahí fuera” era el santo y seña de mis primeros días como fiscal.
En nuestro teatro, lo que la gente conoce comúnmente como investigación se llama instrucción y, aunque ya tuvo su propio estreno cuando este escenario apenas daba sus primeras funciones, creo que ha llegado el momento de volver a hablar de ello, hoy que todo el mundo lo hace como si acabara de descubrir la pólvora. Pero la pólvora ya existía desde hace muchos muchos años
Lo primero que hay que destacar es, una vez más, el lenguaje. Qué manía tenemos en Toguilandia de darles vueltas a las cosas para ponerles distintos nombres y acaben liando a todo el mundo. Y, más que en quienes por aquí transitamos, el legislador, sea quien sea. Porque claro, cuando ya todo el mundo había asumido que lo que se entiende cono investigar se llama instruir y acaba en la imputación o no de una persona, nos trajeron una reforma donde la instrucción se sigue llamando igual pero la persona a la que finalmente se atribuye o no el delito se llama investigado, así que la instrucción, si en vez de acabar con una imputación, acaba con una investigación -el imputado se llama ahora investigado- resulta que acaba donde debía empezar, o sea, investigando. Y, para rizar más el rizo, resulta que se recibe declaración en calidad de investigado a alguien para, si se acaba sobreseyendo, no investigarlo, que es como se debería decir si adoptamos la nomenclatura coherente con la incoherencia lingüística de esa reforma. Y es que, claro, cuando se mezclan la política con lo tribunales, lío habemus. Y en este cambio el motivo estaba en las líneas rojas para ocupar cargos públicos: si no se puede estar imputado, quitamos de la ley la palabra “imputado” y problema resuelto. Sin contar que la patata caliente venía a nuestro teatro. Menos mal que, digan lo que digan, entre bambalinas seguimos hablando de imputación e imputados, que así nos entendemos.
Pero hoy quería ir más allá de precisiones lingüísticas. La nueva legislatura nos ha soltado así, como quien no quiere la cosa, la primera perla jurídica de la temporada: que antes de fin de año la instrucción recaerá en los fiscales. Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros, dan ganas de decir. Aunque si luego una sigue leyendo -un ejercicio muy recomendable, por cierto- se encuentra con que lo que se dice es que estará en marcha la ley para operar el cambio. Algo que tampoco es raro, porque no había más que sacar de algún cajón del Ministerio alguno de los proyectos que al respecto se plantearon.
Puede ser que alguien piense que estoy exagerando, que ya está aquí la agonías de la toguitaconada diciendo que eso ya lo sabía ella, mira que listilla. Pues podría no decirlo, pero no me resisto a no comentar algunas cosas que he sacado del baúl de los recuerdos de Internet, cual Karina toguitaconada: he encontrado un artículo mío que habla de la instrucción al fiscal como un tema ya debatido de 2010, y otros de varios años más tarde, de 2014 y de 2016; y otro compañero me cuenta que él ya estuvo en una reunión defendiendo la instrucción del fiscal en 1996. Que no ha llovido ni nada.
Pero llueva, truene o relampaguee, siempre pasa lo mismo. Surgen un montón de voces indignadas ante la idea de que estos monigotes ignorantes que somos los fiscales vayamos a poner nuestras contaminadas zarpas en el sacrosanto tesoro de la instrucción. “No pueden darle la instrucción a los fiscales” o peor, “vade retro, Satanás, van a quitar la instrucción a los jueces”. Seguro que lo hemos leído, y menudo error de bulto alimentamos con ello ¿Por qué? Pues porque no se puede dar lo que no se tiene, y los jueces no son los dueños de la instrucción, así que no pueden dárnosla. Es más, como no les pertenece, no se la pueden quitar, aunque haya quien insista en ello, clamando eso de “mi tesoro” como si esto fuera El Señor de los bolillos. Y ojo, que muchos de los que defienden a capa y espada tal cosa no llevan instrucción desde hace mucho tiempo.
Tengamos seriedad. ¿Qué pasa si instruye la fiscalía? ¿Va a haber una Apocalipsis total? ¿Se va a juntar el mar y el cielo, como en el bolero de Los Panchos? Pues nada de eso, porque en el resto de Europa, salvo un país además de España, se hace así y aun no se ha quebrado a pedacitos, brexit aparte, claro. ¿Es que en el resto de Europa los fiscales son súper ideales de la muerte y aquí somos unos mindundis -que no mismunidis– que no sabemos dar un paso sin que nos llame el Gobierno? Pues no, pero a veces así lo creen. Yo recuerdo como cada vez que pasa algo en Francia el Fiscal da una rueda de prensa donde explica todo y aplaudimos encantados, y aquí, a poco que un -o una- fiscal salga a hacer una declaración los mismos que aplaudían entusiasmados se le echan encima hablando de filtraciones, de parcialidad y del Infierno redivivo
No nos pongamos dramáticos. O sí, pero por otras cosas. Los problemas de la instrucción son dos, y ninguno de ellos es que los fiscales no estamos preparados, que ya me gustaría ver a mí a Mc Gyver ejerciendo en las condiciones que los hacen algunos compañeros.
Por un lado, y una vez más, un problema de medios, que paso a explicar en términos sencillos. Si yo, como fiscal, tengo para auxiliarme en mi despacho de trabajo a media funcionaria -y tengo suerte- y en un juzgado de instrucción hay un juez y cuanto menos cinco funcionarios, o hacen un traspaso de personal y despachos, o las cuentas no salen. Si además tengo que recibir declaraciones con todas las personas que intervienen en ella en mi despacho -y eso que soy de las privilegiadas con despacho individual- seguro que se nos aparece el espíritu de Groucho Marx para decirnos que salgamos de su camarote de inmediato. Y dos huevos duros, por supuesto. Y así todo. Una persona y media con el espacio físico que ocupan una persona y cuarto no pueden hacer el trabajo que hoy hacen ocho o diez personas.
El segundo problema es del mismo cariz, aunque incluso más peliagudo ¿Cómo reestructuramos las carreras judicial y fiscal para que se inviertan los términos, que hoy son más del doble que nosotros? Difícil, y más con las relaciones de amor/odio que nos caracterizan. Y eso que, en principio, en cuanto a preparación, nada lo impediría, porque es la misma oposición con el mismo aprobado. Aunque se empeñen en hacer creer que a los fiscales nos ponen un chip que nos impide movernos sin que nos lo mande el Gobierno de turno.
Sin embargo, no veo problema alguno en cómo se configura la carrera fiscal. Puesto que se hace por ley, se modifica la ley como haga falta, y listo. Vendría además de cine para modernizar este rancio estatuto orgánico de 1981, por no hablar del Reglamento, de 1969, donde ni siquiera prevé que podamos estar de baja maternal porque no había mujeres en la carrera cuando se promulgó. Ni democracia, por cierto. Así que la ocasión la pintan calva.
Y ahora, seamos realistas ¿Va a afectar en algo a la vida diaria de las personas que sea yo, o cualquiera de mis compañeros, quienes instruyan? ¿Vamos a aplicar otra ley, otra Constitución? Pues no, trabajaremos en las trincheras como hacemos cada día, ajenos a lo que se rumia en despachos ministeriales donde hace mucho que no pisan un juzgado y seguiremos adelante sin otro objetivo que dar el mejor servicio a la ciudadanía, que no es poca cosa.
Y si alguien tiene alguna duda, que mire el ejemplo de la jurisdicción de Menores, donde desde hace mucho tiempo es el fiscal quien instruye y no solo no se ha acabado el mundo sino que dan un ejemplo de dedicación y especialización constante.
Así que hoy el aplauso va dirigido a quienes han entendido que lo importante es hacer Justicia, y no pelearse por ella. Porque no pertenece a nadie que no sea el pueblo, a quien nos debemos. Con instrucción o sin ella. Aunque, como acabo de leer a un compañero, con esto de la instrucción me veo emulando a Jennifer López cantando eso de «¿El anillo pa cuando?»
Reblogueó esto en Meneandoneuronas – Brainstorm.
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