La frustración es un sentimiento humano de esos por los que todo el mundo ha pasado en mayor o menor medida. La frustración es un visitante habitual del mundo del arte, que aparece siempre que los resultados no responden a las expectativas, y también cuando las musas son esquivas. Frustrado, y mucho, estaba el protagonista de Un día de ira y frustrada estaba también la niña de Pequeña Miss Sunshine, aunque las reacciones uno y otra disten años luz. Y frustrados están también cada uno de los directores de esas películas que se suponían un éxito y acabaron en un fracaso estrepitoso, como ocurrió en su día con Waterworld y hace nada con Cats. Y es que el éxito es muy volátil
En nuestro teatro la frustración también nos visita con frecuencia y, como ocurre en la vida, nunca es bienvenida. Distinto es como sepamos canalizarla, pero eso es más cuestión de personalidad que de oficio, más de tacones que de toga. Pero hay que estar ahí.
En esto tiempo es que un bicho microscópico llamado coronavirus lo ha vuelto todo del revés, la frustración parece haber llegado con él, y, lo que es peor, al igual que él, amenaza con quedarse. Todavía nos queda lucha en uno y otro frente, empleando ese lenguaje bélico que parece haberse convertido en una jerga imprescindible.
Sin ir más lejos, uno de los más recientes jarro de agua fría ha sido la determinación de la fase en que entra cada territorio. No quiero frivolizar, pero la verdad es que una se sentía como cuando esperaba las notas un examen mientras esperábamos nuestra sentencia. O, por usar de una comparación más cercana aun a Toguilandia, como cuando esperas el veredicto del tribunal del jurado. Y resultó ser como el gordo de Navidad, muy repartido, pero que nunca llueve a gusto de todos. Doy fe que, como habitante de uno de esos territorios que no resultó agraciado, mi frustración fue mucha. Adiós a todas las expectativas, al menos de momento.
Pero no podemos perder el oremus. Aunque me venga fatal no poder ir a una terraza con mi mascarilla y mis tacones, eso carece de importancia al lado de las muchas repercusiones en todos los ámbitos en general y en el judicial en particular. Y en ese sentido, parece un poco absurdo que en la mitad del territorio de nuestro país estemos en fase 0 para vivir pero en fase 1 para nuestro trabajo en Toguilandia. Traducido, no habría función con mi mascarilla y mis tacones pero sí con mi toga y mis tacones. Aunque en realidad sea sin la toga, al estar previsto que se pueda prescindir de ella por razones de salud. Una de tantas zozobras que toca vivir estos días.
Y es que, la verdad, ya hace falta que Toguilandia se ponga en marcha. Siempre y cuando nos aseguren que tengamos cubierto el riesgo de contagio, que la salud es lo primero. Pero me pregunto con preocupación cómo lo van a pasar, por ejemplo, los juzgados de lo social, con el aluvión de trabajo que les espera tras el desastre para el empleo que el confinamiento ha supuesto. Se trata de juzgados que, como lo contencioso, lo mercantil o lo civil -salvo la parte de familia- han quedado en este tiempo absolutamente congelados, por lo que la vuelta va a ser dura. Porque traerán consigo un montón de expectativas frustradas y que tal vez nunca puedan cumplirse. Esperemos que quien corresponda les dote de los medios suficientes para que esa frustración solo sea aguda y no se convierta en crónica. Cruzaremos los dedos para que así sea, pero no dejemos de reivindicarlo que en esto también vale eso de a Dios rogando y con el mazo dando.
También reemprenderemos todas esas cuestiones penales que no tenían el marchamo de urgente, aunque nunca debemos olvidar que, para quien resulta afectado, lo suyo es lo más urgente del mundo. El clásico «qué hay de lo mío». Retomaremos todas esas instrucciones complicadas que se encontraban con el temporizador de la bomba del límite de instrucción haciendo su odioso tic tac. Según parece, se entiende que ese temporizador se vuelve a poner a cero, pero no nos dejemos engañar, que esto puede ser pan para hoy y hambre para mañana. Si una instrucción era complicada y requería tiempo, hoy lo será aun más, con la acumulación extra que va a tener cada juzgado. Habrá que seguir insistiendo para la derogación, porque esto no es más que un parche en una grieta enorme.
Y así, con todo. Sigo preguntándome para qué sirve habilitar agosto, si no se ponen sustitutos que suplan a juez, fiscal, laj y funcionarios y funcionarias para celebrar cuando estén de vacaciones, sean en agosto o en enero, seguidas o partidas. Porque el zumo de cinco naranjas es siempre el mismo, aunque lo dividamos en varios vasos.
No me olvido que esto es aún más sangrante en el caso de Letrados y letradas, procuradores y procuradoras. Las especiales características de su profesión hacen imposible organizarse si no hay tiempo inhábil. Salvo, claro está, que se trate de un despacho con suficiente número de personas para poder turnarse, pero no es este el caso de la mayoría de profesionales.
Aunque las últimas noticias al respecto me dejan que si me pinchan no sangro. Ahora resulta que el Consejo General del Poder Judicial, las Comunidades Autónomas y/o no sé yo quien más, piden, ruegan, recomiendan, insinúan o establecen -según se mire- que aunque agosto sea hábil se cojan las vacaciones por parte de sus señorías y no se señale. Vamos, lo que podría explicarse como una Yenka judicial. Izquierda, derecha, adelante, atrás, un dos tres versión toguitaconada. Muy gracioso si no tuviera ninguna gracia, porque con las cosas de comer no se juega.
Y, ya que me he venido arriba, apuntaré algo más, referente a eso de habilitar las tardes, A ver si entienden de una vez que en esas tardes no es que no trabajáramos, sino que lo hacíamos en casa preparando el juicio del día siguiente o realizando dictámenes, calificaciones o sentencias. Así que, si utilizamos esas tardes, me pregunto cuándo hacemos lo que hacíamos por las tardes ¿Por las noches? Por no hablar de la conciliación, que vuelve lo difícil imposible. De nuevo repetiré el ejemplo del zumo, aunque cuando una empieza a pensar en todas estas cosas las dulces naranjas se tornan ácidos limones. Pero la cantidad de zumo que dan sigo siendo la misma.
Aunque, si hablamos de frustración, una inmediata y bien gorda es la que causan los medios telemáticos cuando no funcionan o lo hacen a pedal, es decir, casi siempre. Esas videoconferencias que hacen que lo que tardaba diez minutos dure una hora y lo que duraba una hora, varias. Bien nos vendría aprender de mi compañero Jorge tal como lo expuso en nuestra Blogoconferencia. Pero, una vez más, el manto de la incertidumbre cubrirá nuestro teatro porque, según he visto, será cada señoría quién decidirá si usa o no la videoconferencia Más de lo de siempre.
Y es que la frustración es lo que tiene. Vamos a tener que bregar con la nuestra, con la del justiciable, con la de nuestras familias y con mucho más. Y lo haremos a base de capital humano y esfuerzo personal, como siempre. Y para quienes habrán de ponerlo es para quien pido el aplauso. Esperemos que transmita energías, porque van a ser muy necesarias.
Y una vez más, una ovación extra para @madebycarol que, como siempre, acierta de pleno con sus ilustraciones
Reblogueó esto en Meneandoneuronas – Brainstorm.
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