Pesadillas: las togas también duermen


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En el mundo del espectáculo llegar a lo más alto es un verdadero sueño, aunque en algunos casos se torne pesadilla. Hollywood se considera la tierra de los sueños, aunque también tenga su cara amarga, como veíamos en La la land entre otras muchas películas. La parte oscura del reino de Morfeo es un terreno muy atractivo para el cine, tal vez por eso Pesadilla en Elm Street llegó hasta la enésima entrega explotando la idea de un terrorífico Freddy Krugger que aparecía en cuanto las protagonistas cerraban los ojos aunque fuera para dar una cabezada. Y aunque a veces no sean tan evidente y pretenda ser metafórico o sutil, Un monstruo viene a verme, o podría venir, cada noche.

Ya dedicamos un estreno a los sueños, tanto buenos como malos, de quienes habitamos Toguilandia. Ahí ya hubo un espacio para las pesadillas recurrentes, entre ellas una que sufre mucha gente después de acabar la carrera o de aprobar la oposición, y que de vez en cuando se repite: la de levantarse un día y encontrarnos con que no habíamos aprobado alguna asignatura, una catástrofe con todas las variables posibles que van desde tener que volver a empezar la carrera a algún arreglo para superar la asignatura en cuestión, eso sí, siempre con el denominador común de la angustia. La mía, como confesé en su día, consistía en que el ordenamiento jurídico me perseguía y amenazaba con aplastarme, como esa bola de piedra enorme que hacía otro tanto con Indiana Jones En busca del arca perdida.

Las pesadillas en esta nuestra comunidad, como diría el inefable señor Cuesta en Aqui no hay quien viva, son muchas y muy variadas, y van desde la fantasía más elaborada hasta la simpleza más machacona. También aquí hay veces que no hay quien viva. O sobreviva.

Entre las segundas, cabe incluir todas las que son del estilo de la que ilustra este post, colgada con el permiso de la titular de la página La Abogada que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, de donde proviene.  A la duda clásica sobre si se nos habrá pasado un plazo o si lo habremos contado bien -con todas sus aristas sobre días hábiles e inhábiles – viene a unirse ahora las derivadas de las tropelías informáticas del sistema Lexnet y sus secuaces. La zozobra de ver la ruedita girando sin par cuenta que ya ha dado para más de una visita al psiquiatra, o otro tanto cabe decir de la duda de si el escrito llegó o no.

Este tipo de cuitas, que más parecían propias de la abogacía y los procuradores y procuradoras, ha tenido un corrector legal que ha venido a democratizar el sufrimiento de la peor manera posible: ahora sufriréis todos. Por si alguien no adivina a que me refiero, hablo del famoso artículo 324 , el que limita la instrucción a seis meses y nos da la patata caliente a los fiscales sin que nunca hayamos tenido acceso a la sartén ni a los fogones. Esa bomba con temporizador cuyo tic tac constituye la banda sonora de las pesadillas ambientadas en Toguilandia

Primas hermanas de estas están las del tipo ¿dónde dejé la causa? ¿la puse en la salida antes de irme o me olvidé cuando me sonó el teléfono? O sencillamente , Maldita sea, me he dejado el informe/calificación/sentencia/recurso en casa, como si fuera el niño del anuncio de hace muchos años que no olvidaba los Donuts pero sí la cartera del cole -para quien no sepa de qué hablo, googlee “¡anda, la la cartera”- También aquí hay un revival cibernético. La pérdida de pen drive puede tener tintes de tragedia griega, por no hablar de ese agujero negro donde van los escritos que una mandó un día y que nunca llegaron a su destino.

Aunque hasta aquí todo parece normal, llega un momento en que la realidad y la ficción se mezclan de una manera especialmente terrible en el imperio de los sueños. De pronto, una sueña que  tiene una causa con un contenido especialmente delicado, con muchçisimos tomos y de la que nadie sabe nada. Sus detalles van colándose entre sábanas y bostezos y cuando una se despierta, no distingue bien entre realidad y sueño, y se queda con el come come. Para hacer más florido el cóctel, se le pueden añadir pinceladas de casos más o menos mediáticos de los que haya oído en televisión, y la mezcla queda ya explosiva. Para volverse loca, la verdad. Sobre todo, como a mí me pasó una vez, cuando, después de convencerme que todo ea un mal sueño, una causa como la que había soñado reposaba encima de mi mesa desafiándome con sus diversos tomos a un escaso día comenzar las vacaciones. Y sí, ya sé que alguno pensará  que me lo estoy inventando, pero esto es como la chica de la curva, que nunca se sabe si se te aparecerá a ti, por escéptica que seas. Pero aparece.

Las pesadillas jurídicas pueden ser muchas y muy variadas. Depende, además, del gusto del jurista, que para gustos hay colores. A mí había materias que me parecían una auténtica pesadilla cuando estudiaba, como las sucesiones y algunos temas de civil, como las servidumbres legales -tengo un trauma con las luces y vistas y la reja remetida- o la accesión -eso del árbol, en una u otra orilla del río nunca acabé de verlo-. Por no hablar de los censos, que no sé si vivía sin vivir en mí por el censo enfitéutico o por el de primeras cepas.

Claro está que pensarán que eso son cosas de penalista, de jurista de sangre, sexo y vísceras, como alguna vez me he definido, que acusamos el síndrome de abstinencia en cuanto nos alejamos unos metros del Código Penal. Pero no. Y como estas cosas pasan hasta en las mejores familias, también tenía manía a algunos temas de penal, como los daños, incendios o estragos o los ya extintos delitos contra la seguridad exterior del Estado. Juro que todavía soy capaz de recitar algunos de esos artículos, así como alguna que otra definición en latín. Y no solo en sueños, sino también en la vida real, aunque  para quien me oiga sí podría ser una auténtica pesadilla. Me abstendré de probarlo, por si las moscas

Así que hasta aquí llegan algunas de nuestra pesadillas. El aplauso es, por supuesto, para quienes cada día se sobreponen a ellas y hasta les sacan su lado bueno. Que seguro que también lo tienen

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