Todas las personas tenemos deseos, ocultos o a la vista. De nuestros anhelos se nutre en mundo del espectáculo tanto por fuera como por dentro. ¿Quién no ha deseado emular a los protagonistas de cualquier historia? ¿Quién no ha deseado ponerse en la piel de quienes recorren la alfombra roja para recibir un Oscar, un Goya o lo que sea? ¿Quién no ha ensayado discursos imaginarios cuando recibía El premio?. Tal vez por eso haya tantas películas que plasman esos anhelos, quien pide Tres deseos, quien Quiere ser como Bekham o quien formula sus deseos al genio de la lámpara como Aladin.
Quienes habitamos en Toguilandia también tenemos nuestros propios deseos, grandes y chiquitos, personales y profesionales. De hecho, he de reconocer que la idea de este post me vino directamente de una señoria tuitera y de un reto que con el que a continuación me desafiaba otro tuitero amigo. Quejábase ella de que en Madrid no hay playa, vaya, vaya, como la canción de Los Refrescos -ojo, no, como creen algunos, de Los inhumanos que, como valencianos, sí que tienen playa-Y decía que era lo que le faltaba a la capital del reino, expresando un deseo difícil de cumplir. Aunque no imposible, que en cuanto los reyes Magos me traigan la varita mágica que les pido todos los años, igual me pongo y le doy el capricho. Que no se diga de la generosidad toguitaconada.
Pero nuestros deseos no son siempre tan personales, ni tan teóricamente irrealizables. Ya antes de toguitaconarnos, somos ansia viva. Primero, por aprobar cada asignatura de la carrera y por acabarla -aunque sea en cuatro o cinco años como todo el mundo, y no en un ratito como parece que han hecho otros-, luego por encontrar nuestro hueco profesional. Si hay un ámbito donde los deseos son más constantes y apremiantes, ése es el de quienes opositan . Una se pasa varios años de su vida despertándose y acostándose con el deseo de aprobar, se examina con el deseo de que sea la última vez y cruza los dedos muy fuerte a lo largo del examen, cruzada de dedos que va acompañada de rezos a santos varios, que todo ayuda. Se desea fervientemente a la hora de sacar las bolitas que los temas sean propicios -y entran ganas de cortarse la mano si no lo son-, que el tribunal esté receptivo, que no hayan aprobado hasta ese momento tantos que no queden plazas ni tan pocos que denote la dureza extrema del tribunal, y hasta que no haya un partido de fútbol esa tarde no vaya a ser que les pillemos con ganas de irse. Y se desea, cómo no, que nuestro nombre aparezca en la lista de “aptos”. Y, si todos esos deseos no se cumplen, vuelta a empezar, preguntándonos dónde estará la dichosa lámpara de Aladino que conduzca a Toguilandia tras el grito de Abrete Sésamo.
Y, aunque en su día juráramos por todo el santoral que si nos era concedido ese deseo no volveríamos a pedir nada más en nuestra vida, la memoria es corta y, en nada, ya vamos buscando al pobre genio. Porque, otra de las cosas que más y con más fuerza se desean, es el acceso al puesto anhelado. En nuestro caso, a través del ansiado concurso que no siempre se convoca con la periodicidad que debiera, dando lugar a situaciones de interinidad verdaderamente angustiosas. Y no se trata de la ambición legítima de mejorar -o no solo de eso- sino de cosas tan básicas como poder compartir la vida con tu pareja, plantearte tener descendencia o, si se tiene, organizar la mudanza y los cambios de colegio y de vida. Casi nada.
También hay deseos de otro tipo, más ambiciosos o más de andar por casa. Cada día de nuestra vida profesional, si la cosa no cambia, exigimos que nos doten de medios que hagan de la Administración de Justicia un ámbito digno para cumplir nuestra función. Aquello de que #MerecemosUnaJusticiaDeCalidad por lo nos pusimos de togas caídas y por lo que seguiremos reclamando. Y mientras tanto, lo traducimos en deseos tan triviales como que el ordenador se conecte de una puñetera vez en lugar de tardar una eternidad, que no se hayan acabado los posits y los bolis -salvo los verdes, que siempre hay- o que funcione el ascensor, la calefacción o el aire acondicionado cuando la temperatura lo hace necesario.
No obstante, en nuestro teatro, donde más se deja sentir el imperio de los deseos -además de en la oposición, por descontado- es en el Juzgado de Guardia. Cada vez que nos toca, nos colmamos de buenos deseos que ríanse ustedes de los propósitos navideños. «Que tengas buena guardia», como anhelo general que se desglosa en muchos pequeños anhelos. Que no entren muchos detenidos, que no soliciten muchas órdenes de protección, que no tengamos ningún habeas corpus que nos levante de la cama a horas intempestivas, que no tengamos que levantar un cadáver, que no haya entradas y registros que paralicen la guardia y por favor por favor por favor, que no entre esa denuncia que llevan varios días anunciando y que nos va a colapsar el Juzgado.
E, íntimamente relacionado, un tema que depende puramente del azar y que, por tanto, activa la maquinaria de los deseos como pocos: el reparto. Cuántas veces no habremos deseado que el tiempo corriera hacia atrás o hacia adelante para que no nos hubiera entrado ese asunto enorme y horroroso, o que tuviera un número par, o impar, o lo que sea, para que le correspondiera a cualquier otro u otra. Aunque también pude ser al revés, que nadie crea que solo queremos escaquearnos. Más de una vez he deseado con todas mis fuerzas que un determinado asunto me correspondiera porque me parecía atractivo, interesante o enriquecedor. Si bien hay que admitir que en estos casos puede hacerse realidad la máxima de “cuidado con lo que sueñas, no vaya a hacerse realidad”
Así que hoy el aplauso de este estreno habrá de ser compartido. De una parte, para quienes me retaron a escribirlo. De otra, a quienes cada día cruzan los dedos para que se cumplan sus deseos, con u recuerdo especial para los opositores y opositoras que se dejan la vida cada día quemándose las pestañas y pelándose los codos con apuntes y códigos. Que bien lo merecen y lo necesitan.
Y, por supuesto, con una ovación extra a @madebycarol1, fantástica ilustradora, una vez más, de este post
Reblogueó esto en Meneandoneuronas – Brainstorm.
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