Otro año más, cambiamos la toga por el traje de fallera, que llega marzo y ya toca. Y si ya plantamos una falla, la quemamos, echamos cohetes y fallereamos, esta vez montaremos nuestra propia comisión de falla toguitaconada, contando la vida de una falla en clave puñetera. Que no se diga.
Empezaremos por la apuntà, que consiste en el momento en que, a partir del 20 de marzo, la gente se hace de una u otra comisión fallera. La nuestra se desarrolla en dos actos, como si fuera un a propòsit –una pieza de teatro corta relativa a fallas-. La primera leva, el día en que una se matricula en la Facultad de Derecho, que sería algo así como apuntarse a la comisión infantil. La segunda, ya adulta, cuando decidimos hacer una oposición o nos colegiamos, según cual sea la opción profesional elegida. Y a partir de ahí, la cosa ya no tiene remedio, ya nos han enganchado. Y, como en cualquier buena falla que se precie, no se limita a los cuatro días de Fallas, qué va. La peineta, como la toga, nos acompaña de continuo aunque no las llevemos puestas. Y hay que ir a los actos, pagar las cuotas, trabajar por la falla y todo lo que se presente. Igual que en nuestra comisión justicieta.
Empezado el ejercicio, el primer acto es el Nombramiento. Ahí ya se van desvelando los nombres y los cargos de cada uno de los intérpretes de nuestra función fallera. El día del examen de la oposición o de la prueba correspondiente en cada carrera, si se supera, empezará a desvelar las incógnitas y a revelar quiénes y en qué papel nos incorporamos a Toguilandia. Ahora sí que sí. Ya no hay marcha atrás. Ya eres juez o fiscal, laj o forense, procuradora o abogada. A prepararse toca para La que se avecina
Otro de los momentos clave es la Exaltación, que también se llama presentación. Es el acto solemne en el que se inviste a la fallera mayor de los atributos de su cargo, y se presenta a su corte de honor y a toda la comisión. Un acto comparable con nuestras juras, ese momento tan importante en que juramos o prometemos realizar bien y fielmente –ahí es nada- las obligaciones de nuestro cargo. Con las lagrimitas de nuestras familias y todo, que no es moco de pavo haber llegado hasta ahí. E incluso con las meteduras de pata pertinentes, que, de vez en cuando, alguien jura o promete,todo a la vez, que no se diga. Pero es un acto hermoso. Y, como curre en las Fallas, no es más que el principio.
A partir de ahí, enganchados al carro, el ejercicio empieza a precipitarse . Y, cómo no, el primer escollo con el que tropieza es la financiación. Las comisiones falleras lo solucionamos, o lo intentamos, por medio de venta de lotería, sponsors, publicidad, alquilando barras de bebidas o puestos de buñuelos y churros y, por supuesto, con alguna subvención que otra y también con los premios económicos por las actividades realizadas. Pero en Toguilandia no nos lo ponen fácil. Imaginemos por un momento que pudiéramos hacer algo así. Podríamos añadir una participación de lotería de Navidad a las negociaciones para conformar o llegar a acuerdos, aunque si se trata de la jurisdicción de menores tal vez sería mejor del sorteo del Niño. También podríamos hacer una rifa de una cesta, en la que en vez de jamón, vino y turrón, hubiera posits, bolígrafos y grapadoras. Y quizás fuera posible añadir una financiación extra agregando un mensaje publicitario en nuestras togas, y repartir turnos de barra del puesto de bebidas y de churros, aunque antes tendrían que incluir en los cursos de formación un apartado relativo a repostería y coctelería, que, aunque a veces las cosas salgan hechas un churro, no creo que nos los quitaran de las manos. Eso sí, lo de las subvenciones, olvidémoslo, que ya tenemos experiencia en eso de reclamar inversiones y quedarnos mirando para Cuenca, por no hablar de premios, que aquí solo se reciben testarazos si alguien mete la pata pero nadie reconoce el trabajo bien hecho en condiciones más que mejorables.
Pero, con todo, plantamos nuestras fallas cada día, en las guardias, en los juicios, en las declaraciones, en los despachos y fuera de ellos, en esa sucursal que tenemos en nuestras propias casas, adonde llegan los expedientes cargados en maletas y no a través de las ondas informáticos por mucho que nos digan. Con su resultado hacemos nuestra particular Ofrenda, que no es de flores, sino de escritos, dictámenes e informes acabados.
Y, por supuesto, con el cansancio a cuestas, llegamos a la Cremà, la traca final de cada pleito, con su sentencia firme tras todo el recorrido procesal. Y, como las fallas, las hay que queman bien, con un espectáculo fantástico, y las hay que las hacen a trompicones, con o sin sus castillos artificiales para celebrar la culminación de la fiesta.
Ya sé que quien haya llegado hasta aquí se estará preguntando quién es la fallera mayor, quién ha presidido la falla y quiénes forman la directiva, para poder hacer balance del ejercicio fallero toguitaconado. Pero eso lo dejo a la imaginación de cada cual. Que le ponga los moños y la peineta a quien crea merecerlo, y que critique la gestión de nuestra particular comisión puñetera.
Para acabar, como hacemos cada 19 de marzo cuando todo ha acabado, o cuando todo empieza, según se mire, el brindis, que hoy sustituye al aplauso. Hoy está dedicado, una vez más, a quienes cada día trabajan en esto pese a obstáculos, petardos, atascos y churros varios. Y eso, sí, un recuerdo extra para quienes en estos días, con toga o sin ella, en casa o en el exilio, nos acordamos de nuestra tierra, Valencia, y, por supuesto, para @madebycarol1 , que, una vez más, me ha cedido su deliciosa ilustración.