Las grandes catástrofes son género recurrente en pantallas y escenarios. Desde las que se originan dentro del propio teatro, como el incendio que da origen a El fantasma de la ópera, hasta una larga saga de naufragios, terremotos, inundaciones, accidentes y demás. Y, por supuesto, incendios, encabezados por la ya lejana El coloso en llamas, pasando por Llamaradas, a finales tan candentes como el de Malditos bastardos, entre otras.
Nuestro teatro, aunque no lo parezca, también tiene lo suyo con llamas y fuegos. Los incendios forestales, sin ir más lejos, son parte importante del acervo delictivo, y tienen hasta su sección propia en la Fiscalía, dentro de la Fiscalía de Medio Ambiente.
Y hasta dan para sus propias anécdotas. No hace mucho, me contaba una compañera la de un juicio por el incendio de una barbacoa entre cuyas piezas de convicción se encontraba nada menos que la morcilla chamuscada y obviamente reseca. Cosas veredes, amigo Sancho.
Pero la cosa se pone Al rojo vivo cuando es nuestro propio escenario el protagonista del siniestro. No escapará al avezado lector que, siendo como soy una toguitaconada valenciana, vaya a hablarles aquí y ahora del incendio que ha tenido lugar en la nuestra supuestamente flamante y moderna Ciudad de la Justicia. Y acertó, desde luego. Una cosa así no podía quedar sin su propio estreno.
No es la primera vez que ocurre en los últimos tiempos. Hace no mucho, la sede judicial de Torrejón de Ardoz fue pasto de las llamas, causando un discreto ruido al principio que parece que ya se haya olvidado. Y no es cosa para olvidar, ni para dejarlo como una mera anécdota. Porque, por un lado, sacan a la luz los defectos de seguridad y mantenimiento de unas sedes que deberían estar cuidadas de una manera, cuanto menos, digna. Y de otra, puede tener una enorme repercusión para el ciudadano cuyo pleito estuviera en el lugar siniestrado.
Es curioso que un edificio relativamente nuevo, y que presume de ser santo y seña de una Justicia moderna, haya sufrido semejante siniestro. Nada menos que cuatro juzgados muy afectados, y la suspensión sine die de señalamientos hasta nueva orden. A salvo la guardia que, para quien no lo sepa, se realiza en un edificio anexo. Y, afortunadamente, sin desgracias personales, gracias a que el hecho sucedió en domingo, porque si no podríamos estar lamentando cosas mucho más graves, con un millar de personas trabajando allí y otro tanto acudiendo a ventilar sus pleitos. No sonó alarma ninguna, y el último simulacro de incendio debió ser hace más de diez años. Ahí es nada.
Pero, aun no habiendo lo que se ha dado en llamar males mayores –o sea, víctimas-, vayamos a los males menores, que de menores poco tienen. Por un lado, acometer las labores de reparación, que vistas las fotografías no van a ser moco de pavo, con los siempre misérrimos presupuestos asignados a Justicia. Por otro, reubicar a los afectados, en un edificio en el que ya hay que ir jugando al Tetris cada vez que se crea –se creaba, porque de un tiempo a esta parte, nasti de plasti– un juzgado.
Y lo más delicado de todo. Los expedientes. ¿Qué pasa con las causas afectadas por el fuego?. Si las cosas fueran como algunos pretenden hacernos creer la respuesta sería sencilla: Nada. Con todo eso del papel 0 y el expediente electrónico la incidencia debería ser mínima. Porque, de una parte, como cualquiera que haya seguido con atención con los episodios de Barrio Sésamo, si el papel es 0, debía ser inexistente. Y, por tanto, ningún expediente se habría quemado. Pero de eso nada, monada. No hemos llegado a las dimensiones de nuestras fallas, ni de un Fahrenheit 451, pero las fotografías publicadas hablan por si mismas. Ahora sí que hay papel 0, pero por causa de fuerza mayor. Nunca mejor dicho.
Siguiendo por ese camino, alguien podría pensar que aunque hubiera expediente físicos, con lo de la digitalización no tendría importancia. Se entra en el programa informático correspondiente y se recupera todo, aunque sea a base de imprimir como si no hubiese un mañana. Pero mira tú por donde que ahí tampoco las cosas son como las cuentan, y con esos programas informáticos que a Los Picapiedra les parecerían obsoletos, se recuperará lo que se pueda. Y sanseacabó.
Porque, y ahí viene lo siguiente, por más informatizado que se estuviera en Los mundos de Yupi toguitaconados, nuestras leyes siguen exigiendo cuños, papelitos rosa, acuses de recibo y pruebas en soporte papel que no entran en los archivos informáticos como no sea metiéndolas por una ranura. Como hizo mi hija de pequeña metiendo los Pin y Pon en la ranura de las cintas de vídeo porque quería que salieran en la tele.Y yo no he encontrado la ranura. Ni sé de nadie que lo haya hecho. Así que nada de nada.
Por eso, solo queda acudir a lo que prevé la ley de toda la vida. La reconstrucción. Quienes hayan participado en alguna, sabrán lo tediosa que es. Porque, por rimbonbante y prometedor que resulte el nombre de expediente de reconstrucción, la realidad es bien distinta. Se trata de ir casi mendigando a las partes que han intervenido en cada procedimiento que nos presten, por el amor de dios, las copias que tengan guardadas. E ir montando de nuevo el puzzle con sus cuños, sus papelitos rosas y sus acuses de recibo. Si se tienen y si la buena fe de las partes los entrega todos. Eso se mezcla con lo que se haya podido guardar en el ordenador y voilà. Reconstrucción hecha. Ya podemos ponerle una carpeta, foliar y grapar y disfrutar del genuino Papel 0 cortesía de la Justicia española. Tal como lo cuento. Y eso suponiendo que se encuentre a las partes, a sus letrados y procuradores y a quienes intervinieron, que bien podrían en el ínterin y dado lo vetusto de algún procedimiento, haberse jubilado, desaparecido o emigrado a Tombuctú o a las Batuecas.
Y eso es lo que hay. Habrá que ver qué falló en la seguridad y en el mantenimiento de edificios que cobijan cosas tan importantes. Pero mientras, habrá que tratar de desfacer el entuerto de la mejor manera posible. O de la menos mala.
Así que hoy el aplauso va a ser un pequeño homenaje. A los directamente afectados por éste y por otros siniestros semejantes que, pese a todo, seguirán impartiendo Justicia. Como siempre.
Reblogueó esto en Meneandoneuronas – Brainstorm.
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Sí, habrá que ver estudiar el contrato de la contrata de la subcontrata de seguridad y como sea de un amiguete no pasa ná. Esto es de traca (valenciana), del género cómico-patético. Qué propensión a arder tiene los juzgados españoles, el riesgo debe ser directamente proporcional a las macrocausas que custodian (ahí en Valencia, ‘zona cero’ de la corrupción, no quiero ni imaginarlo). Y, además, como dices, el ruido se olvida. Como gallego de pro mi ADN va cargado del gen de la desconfianza y la sospecha, perdona. Ya te digo que defectos de seguridad los tenéisa patadas, empezando por la desidia, el incumplimientos de los protocolos, planes de emergencia, etc, que para algo es un servicio público.
Claro que por experiencia añado que en un simulacro se aprende poco, otro asunto es un incendio real, un siniestro como el vuestro, ahí se aprende de todo, a toro pasado. Con lo bien que anda España de Santos y señas y justo nos vamos a cargar un ejemplo.
Respecto a los ‘males menores’ me detengo en la reconstrucción: los expedientes. La materia prima de un juzgado, con la que se fabrica el producto de la justicia. Me temo que los puzzles gigantes de ‘muchas piezas’ van a ser complicados de reconstruir, no sé si habrá mucha voluntad…o interés. Eso sí, el puzzle del robagallinas se reconstruye en un periquete porque solo tienen medio folio, eso si no se ha salvado del incendio directamente, estos expedientes parecen ignífugos. Repito que soy muy gallego.
Resumiendo: ni alarma, ni simulacros, ni papel 0, ni programas informáticos, ni presupuesto, ni LexNET (el fallo es casi como otro incendio), ni ranuras de emergencia. Mi aplauso es siempre para ti, para empezar y porque siempre pides aplausos merecidísmos. Saludos (perdón por el speech, si ves que tal puedes echarlo a las brasas, si queda alguna)
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Muchas gracias
Estupendo y galleguisimo analisis
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