Piezas de convicción: pasen y vean


piezas

Gracias al teatro, el cine y las series de televisión, muy aficionadas a los temas detectivescos y de crímenes, cualquiera tiene una mínima idea de lo que son las piezas de convicción, como la tiene del cuerpo del delito En la ficción, un recurso fantástico para redondear la solución de un crimen o para servir de hilo conductor. El cuadro de Laura, la Caja de Música, el picador de hielo de Instinto básico o el alfiler de sombrero de Matador son algunos de los objetos que están directamente vinculados a la trama. Y casi se elevan a la categoría de fetiches.

En nuestro teatro son especialmente importantes las piezas de convicción. Tanto, que es desde aquí desde donde se han importado directamente al mundo de la ficción y el arte. Aunque muchas veces no son tan glamurosas ni llamativas como las que vemos en la pantalla, y se acercan más al nivel de las estampitas del timo de La tonta del bote. Aunque de todo hay. Una vez más, la realidad supera la ficción.

Cuando se habla de este tipo de cosas, lo primero que le viene a una a la cabeza son las armas utilizadas, sean más o menos convencionales, o sean objetos usados a ese fin. Recuerdo que en una causa me apareció una navaja grapada en un sobre entre los folios, con la que no me corté de milagro. Pero la que más recuerdo fue una katana que constituía el arma homicida, y que dio mucho de sí. La katana en cuestión estaba colgada en la cabecera de la cama del acusado y, cuando éste fue aprehendido, ya la había limpiado de sangre y vuelto a colgar en su sitio porque, según él “le daba pena que no estuviera allí, con lo bonita que era”. En el juicio, y tras hacer dar varios paseos a la agente judicial con la katana delante del jurado –perdóneseme la frivolidad, pero a veces me recuerdan a las azafatas de El precio justo-, el acusado me miró y me dijo “¿ves como yo tenía razón y es muy bonita?”. No hace falta que cuente al avispado lector –o lectora- cuál fue el resultado de aquel pleito.

Pero aparte de las armas, hay cosas de lo más diverso y pintoresco. Y muchas de ellas rozan lo escatológico sino se adentran directamente en ello. Una compañera me cuenta que dentro del propio expediente encontró unas colillas de una marca rara que habían recogido a la puerta del supermecado, lo que, aparte de resultar del todo inútil –¡viva la cadena de custodia!- confería al expediente un olor a cenicero que tiraba de espaldas. Y otra me cuenta que en uno de esos antiguos juicios de faltas que tantos ratos curiosos nos han proporcionado, celebrado por la denuncia de una vecina contra otra porque le tiraba porquería por el balcón, trajo una bolsa con cáscaras de pipas con la pretensión de que obtuvieran en ADN de la ínclita.

Pero para escatológico de verdad, la anécdota que me aporta un compañero, de un juicio por la denuncia de un hombre contra su compañero de piso porque, según decía, defecaba en su cama. Ni qué decir tiene que traía en una bolsa como pieza de convicción. Ni qué rapidez de reflejos la del juez para inadmitirla. Las caras del personal no es difícil imaginarlas, claro. Ni la agresión a las pituitarias, tampoco.

Me cuentan también el caso de otro juicio de vecinos, en este caso originado por la muerte de un gato. El denunciante, indignado por el presunto asesinato de su mascota, no tuvo mejor ocurrencia que aparecer con una nevera portátil donde se encontraba el cadáver congelado del minino, al que pretendía que se le practicara la autopsia. Ante ello, la causa se transformó en unas diligencias previas por maltrato animal, y ahí sigue el buen hombre guardando la nevera y su contenido para exhibirlo en el momento del juicio. Habrá que saber cómo acaba.

También debió ser digna de ver la cara de los comparecientes en un juicio por el hurto de un frasco pequeño y caro de perfume en una tienda. Se ocupó a la autora y se conservó íntegro. Pero, una vez sabido que el lugar donde lo ocultó fue una parte muy íntima de su anatomía, la cosa cambió. Por supuesto, hubo que avisar a la tienda de tal circunstancia, por si se ponía de nuevo a la venta.

Otro tanto le ocurría a un compañero en un juicio por violación, en que en la causa venían sujetas, nada menos que con una cuerda, las bragas de la victima. Llegado el momento de exhibirlas el Presidente se escaqueó de hacerlo y dijo al agente que las depositara en la mesa del fiscal que no tuvo más remedio que proceder a pinzarlas como pudo para mostrarlas con el menor contacto posible con sus dedos. Cuenta que la carcajada en que prorrumpieron los estudiantes de Derecho presentes en la Sala ante la expresión de su cara fue de las que hacen historia.

Y si hay algo que da de sí como pieza de convicción, son las prendas de ropa. Recuerdo un asunto por asesinato en que la prueba esencial era una chaqueta que la autora, presuntamente, había dejado en casa de la víctima. La de paseos con la chaqueta Arriba y Abajo, que presenciamos en la sala, y la de tiempo dedicado a sus detalles, su talla y a quién le venía bien o no. De hecho, un periodista pretendió bautizarlo como «el crimen de la chaqueta».

Aunque no hace falta irse a un hecho tan grave. Otra compañera, ante el otrora habitual juicio de faltas por una denuncia de una vecina contra otra por mancharle la ropa de lejía, presenció la exhibición de parte del guardarropas íntimo de la denunciante. Trajo una bolsa llena, y, con toda solemnidad, sacó un tanga lleno de lejía. No contenta con ello, empezó a sacar una tras otras las prendas que llevaba guardadas en una bolsa de basura. Todo ropa íntima y toda ella “picante”. Claro, que ella pretendía demostrar que su valor superaba el límite entre el delito y la falta. Habría que saber si lo logró, aunque lo que sí logró fue la hilaridad de los presentes.

Yo he presenciado exhibiciones de prendas de ropa en los momentos más inesperados. En un juicio de divorcio, por ejemplo, donde el demandante traía una bolsa llena de calcetines con agujeros, pantalones del chándal con desgarros y camisetas con lamparones, para demostrarnos lo sucios que estaban los niños cuando los recogía del cole el fin de semana que le tocaba hacerlo. Como si los angelitos tuvieran que salir de allí como un pincel o su madre tuviera la culpa de que salieran hechos unos adanes.

Y si de piezas de convicción curiosas hablamos, a las que se refiere una compañera, unos aparatitos de sex shop que la declarante estaba dispuesta a exhibir caiga quien caiga -igual si la dejan hasta hace una demostración práctica- O una de las que más me ha impresionado, la dentadura postiza de un acusado de alcoholemia que se quitó en pleno juicio y empezó a manejar con la mano como si fuera un ventrílocuo, mientras la juez y yo no sabíamos adonde dirigir la vista.

La verdad, un verdadero filón esto de las piezas de convicción. Un mar de anécdotas que les debo, como siempre, a mis queridos compañeros. Así que, una vez más, para ellos y ellas el aplauso. Mil gracias de nuevo.

 

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