Decorados: imaginación al poder


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Hemos hablado del escenario, del propio teatro y hasta de los exteriores. También del atrezzo, del vestuario y el maquillaje. Pero no habíamos dedicado todavía ningún estreno a los decorados, esa parte que a veces no percibimos pero que puede determinar el éxito o el fracaso de una obra. El piano de Sam de Casablanca, el carro de Lo que El Viento se llevó  o el teléfono de ET El Extraterrestre son una referencia por la que cualquier coleccionista mataría. Como el árbol de Navidad en cualquier representación del Cascanueces que se precie.

También nosotros tenemos nuestro propio decorado. En muchos casos, orgánico e institucional, personal en otras pero, las más de las veces tan improvisado e ingenioso que recuerda a aquel lema de Mayo del 68, Imaginación al poder.

Pero vayamos por partes. La salas de vistas tienen, o suelen tener, su bandera y su fotografía del rey, al igual que algunos despachos. Todavía recuerdo que no hace mucho, cuando cambiamos de rey por vez primera desde hace muchos años, surgió la necesidad –o no- de cambiar los retratos. Tenían que jubilar aquella imagen ya descolorida en que el rey aparecía en sus años mozos con placa, toga de terciopelo y medalla por otra nueva. Alguien del personal de mantenimiento pasó por mi despacho, como por otros muchos, preguntando si queríamos cuadro y una bandera nueva. ¿Nueva? Jamás he tenido y, entre otras cosas, ni me lo he planteado, porque no cabría en mi despacho. Pero igual que yo recuerdo su llegada, es posible que aquel empleado recuerde Por siempre jamás mi mirada propia de asesino en serie tras virar la cabeza como la niña de El Exorcista. Llevaba más de una año esperando que alguien viniera a colocarme un enchufe, mi compañera tenía la ventana rota y fijada con cinta aislante desde la noche de los tiempos y todos andábamos a la greña por una grapa que casara con la grapadora o por un triste taco de pósits. Pero parece que aquello no fue nunca prioridad y el cuadrito de marras sí. Y claro, mi fiscalita interior no pudo evitar revolverse encima de sus tacones. Ni que decir tiene que no se volvió a ver a aquel pobre señor por allí, y que en nuestros despachos no hay nada de eso. Ya lo tenemos decorado con tochos de expedientes, mucho más bonitos, dónde va a parar.

Y en las salas de vistas debiera haber, además del cuadro y la bandera, una campanita o timbre que es lo propio de la tradición judicial española. Nada de mazo, por más que la gente se lo crea. Eso es propio de la cultura anglosajona, como la peluca de los jueces, aunque parece que nos hayamos empeñado en exportarlo. Y en algunas, sobre todo si son antiguas, una pomposa cinta de pasamanería que separa los estrados del sitio donde está el banquillo del acusado. Incluso hay un cenicero escondido y un brasero a los pies, ambos inutilizados, en alguna sala vetusta, recuerdo de otros tiempos y que nadie ha quitado. Eso sí, en esa misma sala vetusta convive con estas reliquias un aparato climatizador del año de la pera que tira a duras penas y las inevitables palomas que con frecuencia entran por la ventana y entretienen a los señores magistrados. O enervan, según se vea. Lo que una amiga magistrada llama las palomas tesejoteras, y a las que, aunque no lo confiese, ha acabado cogiendo cariño.

Pero además de este decorado oficial está el extraoficial, ese que improvisamos a falta de nada mejor. Y que nadie crea que exagero, que hay cosas que dejarían en mantillas el vestido que se hizo Escarlata de la cortina de terciopelo verde -borlas incluidas- en Lo que el viento se llevó o ese otro que se confeccionó la protagonista de Ay Carmela con la tela floreada de un colchón. Y, a quien no me crea, que se dé un paseo por algún Juzgado de Mercantil donde a falta de estanterías suficientes se ha realizado un esmerado bricocartonaje judicial que ríase usted del tipo de Bricomanía, a base de cartones, cinta aislante e ingenio a partes iguales  (estupendos reportajes en el blog de Alberto Martínez de Santos No atendemos después de las dos). O que mire por cualquier dependencia donde el chorro de aire acondicionado amenaza con paralizar para siempre la garganta y las cervicales de quien esté por allí, y que ha sido desactivado mediante la colocación de paraguas invertidos que dan un curioso aspecto a los despachos. O también puede echar un vistazo a los calefactores o ventiladores que suplen las deficiencias de una climatización supuestamente inteligente. Por no hablar de los cubos que en algunos sitios forman parte del entorno para recoger el agua de las goteras, no vaya a crearse un entorno de estalagtitas y estalagmitas con el tiempo. Y suma y sigue.

Pero mis preferidos son los pongos -de «¿dónde pongo yo esto?»-. Esas tonterías con las que algunos alegramos nuestros despachos, como las que muestra la imagen, y a los que le tengo especial cariño vaya usted a saber por qué. Y reconozco que aún estoy esperando el perrillo de los ojos brillantes y un muelle en el cuello que veía en los coches en mi infancia y que me encantaría tener para ampliar mi colección de pongos. Aviso a navegantes.

Así que hoy el aplauso es para el ingenio de quien suple las deficiencias con buena voluntad y una dosis de humor. Y que no falte.

 

5 comentarios en “Decorados: imaginación al poder

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