Intendencia: brillar por su no ausencia


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Hemos dedicado muchos estrenos a casi todos los personajes del teatro. Principales y secundarios, visibles e invisibles, tangibles o intangibles, han ido desfilando con cada subida y bajada del telón. Pero en este escenario quedaba todavía una deuda. La del personal de intendencia y mantenimiento. Quienes limpian cada día o arreglan los desperfectos cuando surge la ocasión. Quienes cuidan que el teatro no se caiga a pedazos y conserve el lustre que merece.

Tanto las empleadas domésticas –porque casi siempre son mujeres- como los encargados de mantenimiento –porque casi siempre son hombres- han dado mucho juego al mundo del espectáculo. Desde Arriba y Abajo hasta Criadas y Señoras, pasando por la typical spanish Las que tienen que servir, con ese grito de “el señoriiito” saliendo de la voz atiplada de Gracita Morales que ha pasado a la historia. O, entrando en el universo masculino, el mayordomo de Lo que queda del día, el chófer que andaba Paseando a Miss Daisy o los chapuzas por excelencia, Pepe Gotera y Otilio y los protagonistas de Manos a la obra. Sin olvidar a las deliciosas escobas bailarinas de Fantasía, por supuesto.

En nuestro teatro, también existen las empleadas de limpieza y los encargados de mantenimiento. Y remarco el artículo femenino y masculino porque solo una excepción he visto en estos más de veinte años de toga y tacones. Y también remarco el hecho de que existan porque a veces parecen más transparentes que El hombre invisible. Sin darnos cuenta, a veces pasamos por el lado de las limpiadoras sin siquiera verlas, como si la bata de limpieza, y el carrito con el cubo y la fregona obraran el prodigio de hacerlas invisibles. Y son tan importantes como el que más.

Por lo que atañe a las empleadas de limpieza confieso que me gusta cruzarme con una de ellas en especial, que siempre tiene una sonrisa y un comentario amable. Sea la hora que sea y lleve el tiempo que lleve fregando los suelos que otros pisamos. Pero hay otras cosas que he aprendido a apreciar, como el tuneo de carritos. Alguna de las que frecuentan la Ciudad de la Justicia tiene más pongos que mi propia mesa de ordenador. Y más cuquis, aunque me cueste reconocerlo. Y, aunque es cierto que muchas veces no coincidimos en nuestro horario laboral, cuesta muy poco intercambiar una palabra amable y una sonrisa. Un ejercicio altamente recomendable, con ellas y con cualquiera. Que hay cada sieso por ahí que no mueve las comisuras de la boca ni con pinzas. Ellos se lo pierden.

En cuanto a los empleados de mantenimiento, esos que igual ponen un cuadro que un arreglan un enchufe, resultan más visibles. Particularmente porque los llamamos cuando los necesitamos con urgencia. Aunque a veces también paguen el mal humor por una tardanza que no es a ellos achacable, sino a la escasez de medios. La eterna canción. Todavía recuerdo la cara que le pusimos a uno que venía a ofrecernos el cuadro del nuevo rey, recién abdicado el anterior. Es cierto que él no tenía culpa alguna, pero que trajeran de inmediato el retrato cuando había una par de ventanas que llevaban un año sujetas con cinta aislante, desató el mal humor de más de uno y de una. Justificado, pero equivocado de destinatario. Y el pobre puso los pies en polvorosa lo más rápido que pudo. Por si las moscas.

Pero si hay una anécdota de estos personajes de nuestro teatro que recuerdo especialmente, es una que tuvo lugar en un partido judicial de mi primer destino. Días antes, había tenido lugar una visita del entonces Director General de Justicia, recién nombrado, en la que ofreció a los jueces y juezas del partido todo tipo de colaboración, proporcionándoles su número personal para que le telefonearan ante cualquier necesidad. Craso error. No había pasado ni una semana cuando las lluvias furiosas con que nos obsequia la climatología de mi Comunidad causaron tremendas inundaciones en la sede judicial, con el consiguiente peligro de pérdida de expedientes por naufragio, así que una juez, ni corta ni perezosa, telefoneó al número que les había dado el Director General, que prometió enviar un “equipo de salvamento”. Apenas media hora hacía que esperábamos, en medio de nuestra particular Aventura del Poseidón toguitaconada,  cuando apareció el equipo prometido. Y resultó no ser otra cosa que la misma empleada de limpieza que venía todos los días, eso sí, con un turbante recogiéndose el pelo, los pantalones remangados, un cubo algo más grande que el habitual y un par de toallas. Cuando nos dijo que ella era el “equipo de salvamento” que mandaba la Consejería, no supimos si reir o llorar. Aunque tampoco tuvimos demasiado tiempo para decidirlo, afanados entre achicar agua y colocar los expedientes en los estantes más altos para que se salvaran de la inundación.

Y es que, si algo permanece in illo tempore en nuestra Justicia no son leyes ni Códigos, sino la carencia de medios.

Así que hoy el aplauso va dedicado a quienes, sin tener un minuto de protagonismo en el escenario, se dedican entre bambalinas a que esté siempre todo lo limpio y arreglado que los medios permiten. Con sonrisa incluida.

 

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