TASAS: EL PRECIO DE LA JUSTICIA


ENTRADAS

             Hemos recorrido muchos de los rincones de nuestro teatro. Hemos visto el escenario, los exteriores, las bambalinas y los subterráneos, y hemos conocido a gran parte de los personajes que en él intervienen. Pero hasta hoy, no habíamos hablado de algo tan esencial a cualquier espectáculo como las entradas. Ese salvoconducto que nos permite entrar y disfrutar de la función de principio a fin.

Nuestro teatro es público y gratuito. O, al menos, así debería serlo porque así lo dice la Constitución, que consagra entre los derechos fundamentales el del libre acceso a la justicia. No debería ser de otro modo en un Estado de Derecho.

                   Pero lo que parece obvio, no es tan obvio a veces. Y resulta que hace más de dos años se aprobó la Lay de Tasas, ésa que establece que para emprender determinadas acciones judiciales, hay que pagar una cantidad que varía en función de lo que se pretenda reclamar. Y eso no es otra cosa que pretender que el público haya de pagar su entrada por presenciar nuestra función. O al menos, alguna de sus representaciones. Algo que casa poco con el derecho constitucional citado.

               Desde las tablas de nuestro teatro, la mayoría de los protagonistas, o de quienes intervenimos en él, queremos que todo el mundo pueda presenciar, y participar, de nuestro espectáculo. Para eso lo hacemos. Por el ciudadano, que es de quien emana la justicia, según dice también la propia Constitución.

                   ¿Por qué entonces hacerle pagar por algo que le pertenece? No parece lógico, desde luego. El ya paga su entrada con su impuestos, y no debería pagar más. Además, bastante tiene con abonar honorarios de los profesionales que intervienen cuando tiene que hacerlo.

                  Los demás, los que tenemos un papel fijo en la función, como Jueces, Fiscales, Secretarios Judiciales, Médicos Forenses o funcionarios, no percibimos nada de lo que con ello se recauda. Ni lo queremos, por supuesto, ya que como servicio público ya recibimos nuestro sueldo. Y como servicio público que somos, pues queremos eso, que sea público. O al menos yo lo quiero, y muchos como yo.

                        Y que nadie crea que lo recaudado revierte en arreglar aquello que hace falta en nuestro teatro. Ni una bombilla, ni un foco, ni un remiendo del telón. Nada de nada.

                         Tal vez arguyan que no todas las funciones son de pago. Lo admito, no se cobra entrada en algunas de ellas. La jurisdicción penal está exenta de tasas, y también lo están otras cuestiones de índole social, como los despidos. Al menos de momento, que yo no me fío demasiado de estos directores.

                   Pero aunque así continuara, la gratuidad no es sino una excepción cuando debería ser la regla general. No podemos hacer distingos entre el público, y repartir pases vips según sea la obra representada. No podemos permitir que pague una entrada quien pretende recurrir una multa, que le paguen un servicio o que le abonen la indemnización que le corresponda por una accidente.

                  Así que a ver si nos dejan dar todas las representaciones gratis. De otro modo, nuestro teatro no tendría sentido. Y podríamos acabar representando funciones importantes sin público y por tanto, sin aplauso. Que no nos priven de él.

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