
La danza, además de ser un arte, es protagonista por sí misma de muchas otras obras de arte. Películas como Las zapatillas rojas, El cisne negro, Billy Elliot o Un paso adelante entre otras muchas dan buena fe de ello. Porque, como dijo alguien, danzar es soñar con los pies.
En nuestro teatro no bailamos -por desgracia, si lo hiciéramos otro gallo nos cantara- pero quienes formamos parte de él si que lo hacemos. Aunque hubiera un día, como conté en otro estreno en que tuve que elegir entre el tutú y la toga, y dejé el blanco tul por la negra lana.
Me equivoqué, hoy lo sé. No había que elegir. Podía haber seguido bailando, aunque no lo hiciera con la misma intensidad. O podía haberlo retomado antes. Pero como dice el refrán nunca es tarde si la dicha es buena o, mejor aún, rectificar es de sabios. O de sabias, en mi caso.
Muchos años después, volví a bailar. Y a disfrutar, como también compartí en su momento. Pero no me conformé con que la danza fuera un hobby con el que entretenerme un día a la semana. Para mí es mucho más. Me da la vida, la ilusión y mucho más. Es parte de mí. Por eso tenía que dedicarle mucho más, aunque mi cuerpo ya no sea e de una adolescente y mi tiempo venga limitado por mis obligaciones.
Para complementarlo, no estoy sola. Me acompañan mis compañeras, tan entregadas como yo, y nuestra profe -que, además, es mi hija-, como le he dicho hoy mismo, nos ha reglado unas alas y fuerza e ilusión para moverlas, por difícil que parezca.
Como decía, ni ellas ni yo con conformamos con dedicarle un ratito a la semana. Preparamos con esfuerzo ilusión coreografías que hemos sido capaces de llevar a concurso. A esos concursos donde nadie se plantea siquiera que puedan ir mujeres que ya cumplimos los cincuenta por la simple razón de estar ahí y disfrutarlo, que no es poco.
Lo hicimos. Y la experiencia ha sido tan buena que lo volveremos a hacer, seguro. Ignorando algunas caras de estupefacción al vernos llegar, que se asombraban más aun al vernos con nuestros tutús y nuestras zapatillas de punta, competimos contra nosotras mismas. Y ganamos, por supuesto. No una de esas becas que repartían como premio y que, obviamente, ni necesitábamos ni nos iban a conceder, sino algo mucho mejor. Nos ganamos a nosotras mismas. Y, de paso, nos ganamos el respeto de todos los presentes, incluidos aquellos que nos miraban con cara de estupefacción por no decir de desprecio. Nuestro premio fue la ovación, la más grande y la más cerrada de aquella sesión de más de sesenta piezas, muchas de ellas magníficas.
Así que esto es lo que quería contar hoy. Me hace tan feliz que no puedo dejar de compartirlo. Y espero haber sabido transmitir un poco de toda esa felicidad.
Ahora sé que no había que elegir entre e tutú y la toga. Sé que, cuando la toga pesa, el recuerdo del tutú, con sus velos etéreos y su férreo esfuerzo, la hace más llevadera. Y a mí, más feliz.
Y hasta aquí el estreno de hoy. Espero haber sabido transmitir al menos un poco de todo lo que ayer se movía en mi interior, entre el camerino, las bambalinas y el escenario. Pero no me dejo el aplauso. Y lo dedico, sin duda, a mis compañeras de viaje, y a nuestra guía en este tour cuajado de piruetas. Gracias por estar ahí.