Disfrutar: sin mis tacones ni mi toga


              No todo es trabajar. O, mejor dicho, no todo es trabajar en aquello que supone un medio de vida. Ya en su día la protagonista de Flashdance dejaba las herramientas de soldar para disfrutar bailando, y otro tanto hacían los del Fiebre del sábado noche. Y no vamos a ser menos.

En nuestro teatro, cada cual es de su padre y su madre, pero vivimos más mundos que el de Toguilandia. En su día, ya conté mi tránsito del tutú a la toga y hoy me apetecía contar el trayecto inverso. El de la toga al tutú.

Desde hace tiempo, mi vida ha añadido un nuevo componente a los juzgados y los libros. He vuelto a la danza, a esa práctica que tantos ratos felices me ha regalado y tantos me sigue dando día a día. Podría guardármelo para mí, pero creo que pecaría de egoísta. Algo que me hace tan feliz merecía ser compartido para dejar a un lado, por un día, quejas y reivindicaciones, que nunca viene mal.

Hace tiempo compartí un pequeño vídeo donde evolucionaba con mis zapatillas de punta, rescatadas -metafóricamente, porque son nuevas- del cajón del olvido. Mis pies tenían memoria y en cuanto me calcé las zapatillas, las amé con esa mezcla de disfrute y dolor que es el ballet. Como dije entonces, ni soy una prima ballerina ni mi cuerpo es el de una modelo veinteañera. Ni falta que me hace. Y creo que es bueno saber que ni el ballet ni el deporte, ni nada de lo que nos guste acaba a los veinte, ni a los treinta. Porque la danza no tiene edad, aunque lo tenga el cuerpo que lo practique.

No hace mucho me presenté a un concurso, junto con mi compañera, que también habita Toguilandia cuando no baila. Doblábamos, y hasta triplicábamos, la media de edad. Pero me atrevo decir que también triplicamos la ilusión. Y así lo supo ver la gente en cuanto se abrió el telón. Nos llevamos la mayor ovación, además de un premio, que siempre se agradece. Y todavía me recorre un escalofrío cuando recuerdo la sensación, tanto tiempo olvidada, de encontrarme en un escenario frete a unas butacas llenas de público.

Estoy segura de que habrá quien piense que algo así es improcedente a mi edad. Incluso tuve mis dudas sobre si compartir alguna imagen. Pero la reacción de mucha gente al ver esas fotografías y vídeos me ha hecho reflexionar, y mucho. No han sido una ni dos las personas que me han alabado por lo que escribo, por mi trabajo, pero, sobre todo, por dar esa cara humana al compartir mis evoluciones en clase. Soy, además, doblemente afortunada porque es mi hija, a quien yo inculqué el amor a la danza, la que hoy es mi profesora, convertida en la profesional que yo nunca llegué a ser.

Siempre he disfrutado con cualquier tipo de baile, desde el académico hasta el que se baila en verbenas y discotecas. Aunque lo que más disfruto es el ballet, también practico danza contemporánea y, últimamente, folklore valenciano. Y cualquier día me arrancaré por el claqué, el flamenco o la salsa, que no se diga.

A mí el ballet me aportó disciplina, gusto por la música, cultura, y una espalda a prueba de oposiciones gracias a una educación postural que nunca he perdido. Creo que tampoco he perdido a las mariposas que más de una vez y sin poder evitarlo, conducen a mis manos mientras hablo.

Por supuesto, no voy a invitar a todo el mundo a practicar ballet. Pero sí a encontrar tiempo para hacer aquello que tanto nos gustaba y dejamos aparcado. O aquello que nunca llegamos a hacer por falta de tiempo o de oportunidades. Aprender corte y confección, tocar la guitarra o el trombón de varas, tejer con bolillos, actuar en el teatro o practicar cualquier deporte. Querer es poder. No seremos la Pavlova, ni Messi, ni Margarita Xirgu, pero seguro que somos más felices. Y esa felicidad se transmite a nuestro trabajo y a nuestra vida diaria. Estoy segura de que hacer las cosas que nos hacen disfrutar nos convierte en mejores profesionales. Es más, creo que el justiciable lo notaría, y lo haría para bien.

Y sí, ya sé que el tiempo es oro y que no siempre se encuentra. Pero busquémoslo. Seguro que no nos arrepentimos. Y si no nos gusta, siempre estamos a tiempo de cambiar de palo. Ya dice el refranero, tan sabio, que nunca es tarde si la dicha es buena. Y no seré yo quien lo contradiga.

Así que hoy daré mi aplauso al ballet. Y a la guitarra, la flauta travesera, en encaje de bolillos, el buceo o el hockey sobre patines. A cualquier cosa que nos haga felices. Porque pocas cosas hay más bonitas que compartir felicidad. Aunque suene cursi

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s