
Todo el mundo se ha sentido alguna vez a punto del colapso. O en el colapso mismo, como el protagonista de Un día de furia. Y es que, Cuando no puedes más es difícil ver la luz Al final del túnel, y no siempre El cielo puede esperar.
En nuestro teatro, la amenaza del colapso, o el colapso mismo son parte consustancial. Los banquillos están llenos de personas que llegaron a su límite, o de que han llegado después de verse en el banquillo, que el orden de factores sí altera el producto.
Pero hoy no pretendía quedarme en esa parte del escenario sino ir al otro lado de estrados, allá donde estamos quienes vestimos toga, con tacones o sin ellos. Y es que la frase “el trabajo me supera” la escuchamos muchas más veces de las que quisiéramos. O la decimos.
¿Y por qué un trabajo aparentemente vocacional puede llegar a superarnos? ¿Y cuando lo hace hasta llegar al colapso? Pues hay muchas razones, aunque, en general, podrían reconducirse a una sola: cuando el volumen de trabajo y el tiempo para hacerlo es superior a nuestra capacidad -o así lo sentimos- nuestro edificio particular empieza a tambalearse. Y algo hay que hacer para evitar la ruina, aunque no sea nada fácil.
La verdad es que cuando hablamos de acumulación de trabajo, a cualquiera que trabaje en Toguilandia le suena familiar. Si a eso unimos la falta de medios personales y materiales, se convierte en el pan nuestro de cada día. Y es precisamente la manera en que nos afecta la que puede traer consigo el colapso.
Si hablamos de jueces o fiscales, todo el mundo ha oído hablar de juzgados sobrecargados en que se señala a más de uno o dos años vista. Y, evidente, eso no es por capricho o por pocas ganas de trabajar, sino porque tienen la agenda llena hasta entonces. He visto pilas de papel que si se caen encima de alguien le aplastarían como el más dañino alud, y, lo peor de todo es que a veces solo son el resultado de la entrada de trabajo de unos días o, a lo sumo, de una semana. Aseguro que en ocasiones hay que hacer verdaderos ejercicios de ingeniería para que aquello se mantenga en su sitio sin desparramarse a diestro y siniestro. Y, em este caso, no solo es cuestión de papel físico. También en los juzgados digitalizados puede suceder lo mismo, aunque en ese caso es nuestro ordenador el que está a punto de estallar. Además de nuestra cabeza, claro está.
Y, como en todas partes cuecen habas, también conviene echar un vistazo a lo que ocurre en otras profesiones jurídicas, como la abogacía y la procura. Y también les pasa, sobre todo en determinados momentos especialmente peliagudos, como ocurre a final de año o de cara a las vacaciones. Como todo el mundo sabe, el fin del mundo tiene lugar dos veces por año en los Juzgados, y ríete tu del Armagedon. De pronto, hay que sacar el papel como sea y nos podemos encontrar que se juntan a la vez varias causas que llevaban tiempo durmiendo el sueño de los justos. Y hay que sacarlas, sí o también. Y en su plazo, por supuesto.
Aunque no es la única situación peliaguda. Hay otras que también hacen que nos pongamos a temblar, además de la consabida ley de Murphy , según la cual si una causa de varios tomos ha de entrar va a ser siempre un día antes de coger las vacaciones, sean estas cuando sean.
Una de ellas es cuando a un juzgado se le anuncia una inspección. Si s así, cuerpo a tierra y a ponerse las pilas, porque desde que lo sabe el juzgado va a sacar papel por encima de sus posibilidades. Y hay que despacharlo por encima de las nuestras. También puede ocurrir que la agraciada por la inspección sea la fiscalía, en cuyo caso el papel sigue el camino inverso. Pero, al final, todo el mundo acaba trabajando a destajo. No queda otra.
Otra situación de ese tipo se produce cuando un juez o jueza se va a marchar de un juzgado y tiene que hacer el alarde, que no es presumir de nada, sino elaborar un listado de los procedimientos que hay y el estado en que se encuentran. Y, claro, en ese listado hay que quedar lo mejor posible, por lo que es imprescindible ese sprint que puede derivar en colapso. Todos los caminos conducen a Roma.
Y no me quiero olvidar de una situación que puede darse, y de la que hemos tenido un ejemplo recientísimo, la huelga. Cuando cualquiera delos protagonistas de nuestro teatro ejerce su derecho a huelga, y sobre todo si esta tiene cierta duración en el tiempo, la salida es difícil. Y la recuperación hace que tanto el cuerpo huelguista como el resto de implicados en el trabajo de Justicia sufran sus efectos. Recuperar el tiempo perdido no siempre es fácil, y algunas veces acaba pagándolo justos por pecadores. Podemos comprobarlo con la reciente huelga de LAJ o con cualquiera de las que hayan hecho funcionarias y funcionarios. En el caso de jueces y fiscales, hasta el momento, las movilizaciones han sido poco menos que testimoniales
Y hasta aquí el estreno de hoy. El aplauso, como no podía ser de otra manera, lo dedico a todos los damnificados y damnificadas de cualquiera de las situaciones descritas, y ce cualquiera otra que pueda imaginarse, que seguro que hay. Porque, como dice el refrán, el diablo si se aburre mata mosca con el rabo