Notificaciones: cuerpo a tierra


                De nada sirve que se hagan cosas buenas, o bonitas, si la gente no se entera. Hay manuscritos de obras maravillosas metidos en un cajón de los que nadie disfrutará si no pasan determinados filtros o no hay un golpe de suerte. Cuenta Santiago Posteguillo en su libro “El día que Frankenstein leyó el Quijote” que Harry Potter nunca habría visto la luz si la hija de uno de los lectores de la editorial no hubiera cogido prestado el manuscrito del maletín de su padre y le hubiera dicho que era fantástico. Sin esa niña, tal vez no existiría esa saga tan conocida y exitosa de la literatura y el cine.

             En nuestro teatro no hay niñas que saquen manuscritos desconocidos de los cajones. En todo caso, lo hace alguna inspección y entonces es que las cosas no pintan bien. Porque en Toguilandia no hay escrito, documento, informe ni recurso válido si no tiene la oportuna notificación a las partes. Y ahí empieza el llanto y el rechinar de dientes, como diría la Biblia, o, en nuestro terreno, el tiempo de corre-corre-que-te-pillo que empieza a correr el plazo.

                Cuando se cimentó la estructura que sigue rigiendo en nuestro derecho procesal, nadie podía imaginar que llegaría un momento en que se podrían notificar las cosas de otro modo que no fuera la copia entregada en mano con todos sus sellos y parabienes. Pero como las ciencias adelantan que es una barbaridad, como decía Don Hilarión, llegó la informática y empezó a acelerarlo todo. Un instrumento poderosísimo bien utilizado pero que, como ocurre con las armas, lo carga el diablo.

                Y es que como aquí la digitalización ni es completa ni se hizo bien, pues nos encontramos con las notificaciones a varias velocidades. Además, dependiendo del territorio, que todas las Comunidades Autónoma son iguales según la ley, pero no lo son tanto a la hora de aplicar sus diferentes sistemas y aplicaciones de gestión procesal. Y así nos luce el pelo.

                Empecemos con Lexnet , probablemente, la madre del cordero. Si alguien ve a un abogado o abogada a punto de que le de un infarto, probablemente tenga que ver con el monstruo. Las notificaciones les llegan a su correo electrónico sin orden ni concierto y a partir de ahí empieza la carrera contra reloj. Pero el problema es cuando, sabiendo que hay un aviso al respecto, a los hados de la informática les da por hacer diabluras y no hay manera de abrir el documento, de enviarlo, o de ambas cosas. Estoy segura de que los divanes de los psicólogos están llenos de damnificados de Lexnet. O deberían estarlo, visto lo visto. Tienen ahí un filón que ni se imaginan, así que ya pueden ir tomando nota.

                Y no me olvido de la Procura que, como tienen entre sus funciones hacer de vía de enlace entre abogados y abogadas y juzgados, se convierten muchas veces en chivo expiatorio de las iras de cualquiera de las partes. Más de una vez he pensado que no querría ponerme en sus zapatos por nada del mundo. Otro filón para las consultas de psicología.

                Pero, como he dicho antes, en Toguilandia no todos somos iguales o, al menos, no disponemos de los mismos medios. Así que en algunos sitios, como me ocurre a mí, la fiscalía no dispone de acceso a Lexnet ni está, por tanto, obligada a emplear ese sistema. Así que mientras el plazo para la abogacía empieza en un momento, el nuestro puede empezar incluso semanas más tarde porque aquí seguimos a rajatabla el sistema tradicional de copia en papel, con sellos y más sellos y entrega en mano. O, mejor dicho, en una bandeja que no siempre controlamos que llegue a su destino -el fiscal encargado del caso- en tiempo y forma. Más de una vez me he encontrado que cuando el papel sellado en cuestión llega a mi poder, el plazo para alegar e incluso para recurrir ha pasado o que apenas queda un día en el que he de dejarlo todo para no arriesgarme a que ni siquiera me admitan el escrito. Ya lo he dicho otras veces, pero en la relación fiscalía-juzgado quiebran todas las leyes de la física. La distancia más corta entre dos puntos nunca es la línea recta, porque entre esos dos puntos han de pasar por múltiples estadios intermedios, incluido en algunos casos el envío de correo en valija, que hacen que esos papeles den más vueltas que el baúl de la Piquer. Verdad verdadera.

                Por último, hay que hacer una referencia, aunque sea breve, al contenido de esas notificaciones, Más veces de las que quisiera me he encontrado con una notificación del “auto anterior” sin que el dichoso auto esté por ningún sitio o “de los documentos que acompañan” cuando al papelito en cuestión no lo acompaña nadie, que está más solo que la una. Y ahí empieza otra carrera por localizarlo, que tampoco es moco de pavo.

                Y hasta aquí, este estreno, entre el estrés y el humor, que las penas con risas son menos. Pero no me dejo el aplauso. Y lo dedico está vez, como no podía ser de otro modo, a quienes son los damnificados de este sistema. Paciencia

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