Vacunación: más allá del pinchazo


         Hay un género de literatura y cine que, si antes tenía adeptos, ahora aún los tiene más: el de obras relacionadas con la ciencia en general o con la medicina en particular, muchas veces a caballo entre la realidad y la ciencia ficción. A películas como Coma, Contagio, Epidemia, Estallido o La peste, con sus dosis de inquietud vistas hoy en día, se unen otras como 22 ángeles, la historia real del transporte de vacunas mediante los cuerpos de niños, 0 las biografías de científicos como Jenner o Pasteur, cuyo trabajo fue capital para salvar vidas. Cosas que parecían de otro tiempo y que han resultado ser, con la pandemia, mucho más actuales de lo que jamás hubiéramos imaginado.

En nuestro teatro, en principio, poca relación parece haber con un tema como este. Pero solo lo parece. Si nos ponemos a pensar, nos percataremos enseguida de lo que puede repercutirnos la vacunación, o la falta de ella.

Para empezar por el principio, como está mandado, no está de más recordar que, como en todos los ámbitos, la vacunación masiva ha supuesto un balón de oxígeno para Toguilandia. Gracias a eso, se acabaron, primero, los confinamientos, y luego, las suspensiones masivas por razones de aforo o de partes enfermas o confinadas. Aunque esto último sigue existiendo, no cabe duda que la reducción de días del confinamiento y, sobre todo, el cambio de la norma que obligaba a que, contagiado alguien cercano, tenía que confinarse hasta el Tato, nos ha ayudado bastante. Como ahora hasta el Tato -o casi- está vacunado, la cosa mejora. Que no estamos para más dilaciones.

Asimismo, y por obvio que resulte, también hay que referirse a que los fallecimientos e ingresos hospitalarios se han reducido una barbaridad, y que eso también nos repercute. Como seres humanos, sin duda, y también porque las repercusiones en nuestro trabajo son evidentes.

Pero no todo iba a ser tan sencillo ni tan fácil de explicar. Ahora viene lo gordo, y lo más relacionado con nuestro trabajo diario. Los asuntos que tienen por causa directa o indirecta la vacunación.

Quienes llevamos Derecho de familia nos dimos cuenta, no más empezó la vacunación de niños y niñas, que esto nos iba a dar faena, en caso de discrepancias de los padres. Si se dan verdaderos conflictos con casos como si el niño va a ballet o a judo o la niña estudia alemán o inglés, ni que decir tiene que el hecho de querer vacunar o no a la criatura los iba a traer más gordos. Y claro, no tardaron en llegar asuntos en los que uno de los progenitores no daba su consentimiento a la vacuna. Y de nuevo no queda otra que la resolución por el órgano judicial con el informe del fiscal, como para tantas cosas. Siempre me acuerdo de las palabras de una juez que recriminaba a los padres de que nosotras habíamos tomado más decisiones en la vida de su hija que ellos. Y tenía razón, porque habían sometido a juicio hasta el traje de Comunión que había de llevar la niña que, por cierto, acabó con dos vestidos distintos para dos celebraciones diferentes. Tal como lo cuento.

Y es que, por increíble que a mí me parezca, los antivacunas y el ruido mediático que hacen se deja sentir, mucho más allá de la extravagancia de un Miguel Bosé venido a menos. Al verlo sí que podríamos decir eso de que Don Diablo se ha escapado, y no cuando descoyuntaba las caderas y era capaz de decir una frase entera sin pararse varias veces a respirar.

Hemos visto manifestaciones no permitidas, broncas entre antivacunas y quienes se enfrentaban a ellos y todo tipo de desafueros que hacen que las manecillas del reloj del Derecho Penal se vuelvan locas. Porque ahí están los límites de la libertad de expresión y del ejercicio de los derechos escurriéndose sin saber muy bien donde fijarlas.

Comentaba el otro día con un grupo de compañeros y compañeras si ser negacionista de las vacunas puede considerarse una creencia o ideología. Y si lo sería defenderlas. Porque en ese caso podría llegarse al caso de que un ataque en uno u otro sentido podría estar en la frontera de los delitos de odio. A mí, la verdad, es que me cuesta verlo así, y tampoco he visto ninguna resolución ni informe al respecto. A lo que me niego, desde luego, es a considerar a quien ha elegido no vacunarse como parte de un grupo vulnerable. Ellos lo han elegido, y allá se las compongan con su decisión.

También ha dado que hablar un tema íntimamente relacionado con las vacunas, el de la exigencia del llamado “pasaporte covid”. Y es que, con esos conceptos tan superficiales como peligrosos de la libertad de algunos políticos, luego pasa lo que pasa. Que más de uno se viene arriba y cree que no le pueden exigir el documento. Pero de eso nada. No pueden obligarnos a vacunarnos, aunque en algunos países europeos sí que lo hagan, lo que me plantea serias dudas. Pero es perfectamente lícito que quien toma esa decisión tenga que apechugar con sus consecuencias, como no poder entrar en un bar a ponerse ciego de mojitos. Aunque la verdad es que dice bien poco de mucha gente que se haya decidido a vacunarse porque no le dejaban entrar en una discoteca y no porque podía contagiar a su nonagenaria abuelita. Cosas veredes, amigo Sancho.

La cuestión es que, del mismo modo que no puedes conducir un coche, por más que sepas hacerlo, sin carnet que te habilite para ello, hay cosas que no puedes hacer sin el documento que habilita para ello. En un caso puedes atropellar a alguien y en el otro mandarle a la UCI con una bombona de oxígeno.

Hay otras cuestiones, sin embargo, más peliagudas, como si se podría despedir a alguien por no haberse vacunado o si se le puede limitar un derecho verdaderamente fundamental, como la educación, que no es lo mismo que no dejarle ir a un bar o al teatro. Ni siquiera es lo mismo que dejarle o no jugar un gran slam, por más número uno del mundo -en tenis, no en otras cosas- que se sea. Pero todavía nos quedan muchos casos que ver y muchas decisiones a discutir, y ahí estaremos. Seguro que también algún otro estreno toguitaconado, por más que las vacunas y el negacionismo ya tuvieran los suyos

Y hasta aquí, el estreno de hoy. El aplauso se lo daré, hasta romperme las manos, a la ciencia que ha dado con la vacuna y a quienes trabajan con ello cada día. Nos habéis salvado la vida. Literalmente.

Y la ovación extra, una vez más, es para @madebycarol y sus fantásticos dibujos, como el que ilustra este post

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