JAT: misterio con toga


         El mundo de los misterios, y las propia palabra que alude a ello, son imprescindibles en la historia del cine, del teatro y la literatura. Misterioso asesinato en Manhattan, El misterio de la dama blanca, Harry Potter y el misterio del príncipe son algunos de los muchos títulos de cine. El misterio de la Salem’s lot o El misterio de la cripta embrujada lo son de libros, y hasta hay series de televisión como Los misterios de Laura o El misterio de los Hunter. Sin olvidarnos de programas como La nave del misterio, con ese Iker que tanto juego nos da en nuestro teatro. Y es que el misterio siempre tiene su aquel.

En nuestro teatro los misterios suelen estar al otro lado de estrados, en los asuntos que investigamos y, sobre todo, en los que quedan sin resolver. Pero en algunas ocasiones, somos quienes habitamos Toguilandia los protagonistas de más de un misterio misterioso. De hecho, siempre que intento explicar la organización del Ministerio Fiscal a alguien no iniciado, acabo diciendo que es una cuestión de fe. Y ya se sabe que, como me decían en el colegio, fe es creer lo que no se ve,

Pero hoy vamos a dejar la fiscalía aparte. O casi, que siempre se cuela algo .Pero vamos a desentrañar uno de esos misterios insondables de la jurisdicción, la existencia de los -y las- llamados Jats. Y lo haremos de la mano y con el permiso de Amparo, una de estas misteriosas toguitaconadas, que dedicó un hilo de twitter a explicarlo, y, de paso, a inspirarme para este estreno.

Cuando yo entré en Toguilandia, en la noche de los tiempos, las cosas eran mucho más sencillas. Cuando se aprobaba la oposición de judicatura, tras la Escuela Judicial -que entonces era, por cierto, en Madrid- se elegía destino, que necesariamente era un juzgado mixto, de primera instancia e instrucción. El primer destino solía marcarnos una huella indeleble y, por supuesto, la bisoñez daba más de un disgusto que luego se solía solucionar. Gajes del oficio.

Por aquel entonces había que esperar un tiempo, variable según las circunstancias de creación de plazas y vacantes, para que quienes ocupaban esos juzgados mixtos ascendieran a magistrados y magistradas, y se fueran allá donde el azar decidiera. Insisto en lo del azar porque aquí el número de escalafón importaba poco: si ascendían 10 y te pillaba el décimo del corte, eras el último en elegir, aunque fueras el número 1 de tu promoción- Y si elegías el último, los destinos menos atractivos te esperaban. Y encima, con congelación -que no es estar sin calefacción sino no poder concursar a otro destino en un tiempo-, por lo que el pobre incauto que se fue al último rincón veía con importancia como quienes iban detrás se llevaban el gato al agua.

La cosa, que te obligaba a una mudanza forzosa cuando apenas habías empezado a instalarte donde fuera, con colegios e hipotecas incluidos, se intentó paliar con soluciones como la renuncia temporal al ascenso, pero era pan para hoy y hambre para mañana. Y al final, se arbitró algo que venía haciéndose en la carrera fiscal y era la envidia de quienes no conocían sus inconvenientes. Al ascender, podías quedarte en el mismo sitio donde estabas, cobrando el complemento de categoría, pero renunciando al aumento del de destino al no moverte de tu sitio. Esa solución, aparentemente ideal, tiene un gran inconveniente pasado el tiempo: perpetúa la inamovilidad en todos los sentidos, así que cuanto más tarde llegues a la carrera, más difícil es llegar a determinados destinos porque no nos mueve ni la grúa. Una circunstancia que determinará el destino de muchos magistrados y magistradas y en especial de nuestra protagonista. Pero vayamos por partes.

A todos estos avatares que hemos contado, se unen dos cuestiones más, la supresión de gran parte de los jueces sustitutos y el régimen de sustituciones forzosas y el parón radical en la creación de plazas que la crisis general y la endémica que afecta a los medios en justicia supusieron. Incluso, se llegaron a paralizar las entradas en funcionamiento de juzgados que habían sido ya creados. Y así las cosas, empezó a existir esa especie propia de Cuarto Milenio: los jueces y juezas sin juzgado. Esos seres que pasean sus togas como la capa del fantasma de la ópera por juzgados y tribunales de toda España.

Con estos mimbres, se creó como solución chapucerilla la figura de los JAT, jueces de adscripción temporal. Y, como tantas cosas temporales, tiene toda la pinta de ser defintiva, o casi. Con ello, arreglaban un doble entuerto: de un lado, utilizaban a todos esos jueces sin destino para cubrir huecos dejados por bajas de maternidad, enfermedad o excedencias y, de otro, desfacian el entuerto de la supresión de los sustitutos y sustitutas.

Pero, como todo, una cosa es el uso y otra el abuso. Y la chapucilla vino de maravilla para colocar a quienes salían de cada Escuela judicial, que perdían toda expectativa de un destino fijo donde echar raíces, y solucionaba la papeleta de marrones como juzgados paralelos para paliar la congestión judicial o solventar un asunto determinado o juzgados especiales para acciones preferentes y cosas parecidas que parecen de todo menos apasionantes.

De modo que, como decía, lo provisional se convirtió en eterno, y, contrariamente a la idea inicial, según la cual se trataba de plazas para quienes iniciaban sus pasos judiciales, empezaron a parecerles atractivas a a quienes llevaban años en la carrera y tenían nulas esperanza de llegar a un mejor destino o a la capital de provincia ansiada. Y claro, ver desde tu juzgado de pueblo como los recién llegados ocupan Audiencias o juzgados especiales, aunque sea con  carácter provisional, duele. Y por eso, juezas como nuestra protagonista acaban decidiendo, después de casi veinte años en la carrera, convertirse en JAT. Como si acabaran de empezar por ese destino incierto, pero con mucha más preparación y mérito.

Así que, como ella dice, ni son jueces sustitutos, ni en prácticas, ni acaban de salir de la Escuela Judicial, por más que esto último pueda halagar- Son jueces y juezas titulares, sin juzgado, que han renunciado a la inamovilidad a la que tenían derecho a favor de una promoción a la que también tienen derecho pero que temen que les llegará cuando las ranas críen pelo.

Me ha encantado saber, gracias a nuestra flamante Jat, que en Reino Unido existe algo parecido llamado “floating judges”. Y la verdad es que flotar, sí que flotan más de una vez. Porque tener que pasar de una jurisdicción a otra, de un destino a otro sin solución de continuidad, hace necesario tener muchos recursos jurídicos y mentales. Hay que reconocerlo.

Y con esto termino el estreno de hoy. El aplauso va dedicado, por supuesto, a quienes ejercen de Jat, especialmente después de muchos años de carrera, y en especial, a nuestra protagonista, Gracias, Amparo, pro prestarme la inspiración y tu hilo

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