Migrantes: el dolor de las fronteras


                Cuando yo era niña, recuerdo que de vez en cuando salían en la tele imágenes de lo que entonces llamábamos emigrantes. No eran otra cosa que españoles que necesitaron cruzar nuestras fronteras para encontrar en otros países las oportunidades que el nuestro les negaba. Los representaba la imagen de un Juanito Valderrama en blanco y negro con maleta de cartón cantando El emigrante, o una folklórica Concha Piquer cantando En tierra extraña. Con el tiempo, pasamos de ser un país emisor de emigrantes a un país receptor de inmigrantes. Películas como Cartas de Alou nos cuentan la situación de estas personas que no han encontrado aquí la tierra prometida, pero siguen luchando tras llegar Al otro lado. Ahora ya nadie habla de inmigrantes ni emigrantes, sino de migrantes. O de refugiados, pese a que no tengan refugio, ni sientan que son Bienvenidos tras su Exodo.

                En nuestro teatro, la migración y el elemento extranjero están muy presentes, aunque no siempre sepamos verlo. Ya dedicamos un estreno a la extranjería y otro a esa inacabable tragedia de los refugiados, que coparon la atención `periodística durante un verano entero y cuyo drama, que sigue tan vivo como entonces, ha sido condenado al olvido.

                Ciertamente, la sociedad peca de una hipocresía considerable cuando hablamos de inmigración. El estereotipo del inmigrante es la persona que cruza nuestras fronteras en un patera, en los bajos de un camión o escondido en un contenedor de un barco, pero no identificamos como tales a quienes llegan en clase bussiness o incluso en avión privado para cobrar cantidades obscenas dando patadas a un balón, por más que sean tan extranjeros como aquellos. Eufemismos como llamarlos» jugadores no comunitarios» los alejan de una realidad que es tan suya como de ellos, la de la persona que viene de otro país, pero que está a años luz. Aunque en algunos casos se unan ambas vertientes, como en la historia de un jugador de primera división cuyos padres lo arriesgaron todo para llegar antes de que naciera.

                En Derecho la migración es un fenómeno poliédrico que puede ser visto desde varias facetas. La primera de ellas, le relacionada con su llegada y la posibilidad de permanecer o no aquí. Es una cuestión administrativa, aunque llega a tener bordes que interseccionan con el Derecho Penal y la labor en las guardias cuando hay que proceder a la expulsión. Porque la expulsión puede tener lugar como consecuencia de una infracción administrativa, por no tener papeles, esto es, estar de manera irregular. Y también puede ser impuesta como pena para determinados delitos, o como sustitución de otra pena. Volver a nuestro país les supondría cumplir esa pena que quedó en suspenso, no obstante lo cual hay quien lo hace.

                Es en ese momento donde interviene el Derecho Civil, porque la posibilidad de acabar adquiriendo la nacionalidad es un fin con el que muchos y muchas sueñan. Pero no es fácil, hay que cumplir los requisitos que fija el Código, entre ellos la residencia legal y continuada. Y ahí es donde muchas veces encontramos la pescadilla que se muerde la cola. No les dan trabajo en condiciones legales porque no tienen papeles y no tienen papeles porque no pueden acreditar que trabajen. Y, por supuesto, que no se les ocurra cometer ningún delito por leve que sea porque si hay antecedentes adiós a los ansiados papeles o a su renovación. Así que acaban relacionándose varios ámbitos del Derecho.

                Pero falta uno, tal vez el más delicado, Me refiero a la relación con los menores. Como hemos visto estos días, los migrantes menores de edad, aun sin papeles, han de ser tutelados inmediatamente por la entidad pública correspondiente. Pero el problema es cómo se determina si son menores o no, cuando no tienen documentos. Las pruebas forenses son casi el único medio, a través de la radiografía de muñeca o de otros huesos que puedan dar idea de su edad, eliminados como ha hecho con acierto la ley de infancia los exámenes físicos de genitales con obligación de desnudarse.

                Ahora bien, estas criaturas, que llegan solas hasta nuestras fronteras, se encuentran después con la estigmatización y el rechazo de ciertos sectores. La cosa empieza por despersonalizarlas sustituyendo su nombre por un acrónimo, el de menas, que equivale a menores extranjeros no acompañados. Después, tienen que sufrir que haya quien les culpe de todos los males y haga verter sobre ellos su odio y su desprecio, pudiendo llegar incluso, como hemos visto en algunos casos, a traspasar los límites de los delitos de odio De nuevo cruzamos de una jurisdicción a otra.

                Por último, es importante reconocer que en algunos casos nos encontramos con cuestiones de Derechos Humanos muy delicadas. Se trata de cuestiones que dan lugar a peticiones de asilo por varias razones, como pueden ser el riesgo en el país de origen de ser encarcelado o perder la vida. Es el caso de personas LGTBI en países donde la homosexualidad se castiga, de niñas que podrían ser sometidas a mutilación genital o matrimonios forzosos o de cualquier otro caso donde su vida o integridad peligre. De nuevo el Derecho Penal y el administrativo se cogen de la mano.

                Lo que nunca debemos olvidar es que se trata de personas, y de personas en situaciones tremendas. Nunca se deberían convertir en moneda de cambio política. Pero en Toguilandia no hemos de hacer otra cosa que salvaguardar su dignidad y sus derechos. Que no es poca cosa. Y por eso hoy el aplauso es para quienes así lo hacen con su trabajo diario. Con Toga o sin ella.

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