
El cansancio es humano. Hay situaciones que nos dejan Sin aliento, sea porque No hay salida, sea porque se es Demasiado joven para morir. Por supuesto, el cine, el teatro, la literatura y todas las artes reflejan esta faceta tan frecuente como humana. Que, por cierto, en ocasiones pasa de ser un sentimiento a cruzar los umbrales de la enfermedad. El síndrome de la fatiga crónica o fibromialgia también ha dado lugar a su propia película Unrest. Un tema difícil que algún día analizaremos con más calma. De momento, ahí lo dejamos apuntado.
En nuestro teatro el cansancio no solo existe, sino que es un enemigo al acecho, como ya vimos en otro estreno. Y también vimos la diferencia entre estar cansado y ser cansino, que parecen iguales, pero no lo son. El cansinismo también tuvo su propia función.
Pero, aunque las personas cansinas causan más de una fatiguilla, no es de esa de la que quería hablar hoy. La de hoy es una fatiga grande, con mayúsculas tan grandes como agotadora es la sensación que causa. En los tiempos que corren esta fatiga ha encontrado su sitio ideal, con una situación que parece que no se acaba nunca. La fatiga pandémica ha tomado posesión en Toguilandia como en todos los ámbitos y hay que atarse los machos para poder con ella.
No obstante, la fatiga existía antes de que el coronavirus se instalara en nuestras vidas. Ya existía a uno y otro lado de estrados, por supuesto. Por eso no puedo dejar de recordar una anécdota que me contó mi tutor cuando me ponía la toga por vez primera para ir a Sala. Contaba la historia de un acusado al que, como quiera que parecía presentar algún problema con la bipedestación -cojeaba un poco-, le preguntaron por si estaba bien. El hombre dijo que le dolía un poco la pierna al estar en pie, así que el presidente de la sala le dijo que se pusiera de un modo que estuviera más cómodo. El tipo, ni corto ni perezoso, se tumbó tan largo cual era en el banquillo de los acusados, ante la cara de estupefacción de magistrados y fiscal, y el firme de deseo de su letrada de que se la tragara la tierra, claramente reflejado en su mirada. Pero él, sin ningún empacho, soltó: “es que últimamente estoy muy fatigado”, Y tan pichi, oiga. La que creo que no se ha repuesto todavía es su pobre letrada, debutante en aquel tribunal.
Anécdotas aparte, lo de a fatiga pandémica es para tomarlo muy en serio. La verdad es que nos descompone todos los esquemas que habíamos manejado desde la infancia. Cuando era pequeña -y no tan pequeña- mi madre siempre me decía aquello de que estudiara con dedicación durante la semana, que ya disfrutaría del fin de semana como premio. Cliché que se repetía cuando, ya adulta, comencé a trabajar y cuando obtuve el carnet de madre y empecé las primeras prácticas con ms hijas. Y funcionaba, hasta que un bicho microscópico lo volvió todo el revés. De repente, el trabajo se convierte en lo único. No hay acicate ni compensación en ocio. No lo hubo durante el confinamiento, en el que seguimos trabajando en los juzgados de guardia de toda España sin que nadie dudara de nuestra esencialidad, ni lo hay después con la eterna desescalada, en la que nadie ha dudado de nuestra no esencialidad al no tenernos en cuenta en el calendario de vacunación. Pero seguimos y seguiremos.
Es, desde luego, agotador. Y, además, hay que añadir a esa sensación de fatiga permanente por la que cualquier cosa parece que cuesta el doble y hasta el triple, entre mascarillas, distancia y miedo. Un día y otro, como una versión particular de aquel Día de la marmota de Atrapados en el tiempo.
Pase lo que pase, ahí estaremos. Porque, aunque no tengamos el aliciente de poder salir luego a cenar, a tomar una copa o a dar una vuelta por el monte con un grupo de personas que supere los límites, tenemos otro tan importante o más. El servicio público. Algo que hemos interiorizado tanto que a veces olvidamos contar.
Por eso, es evidente que el aplauso de hoy es para todos y todas las trabajadoras de la justicia que, contra viento y marea, con medidas o sin ellas y con una fatiga cada vez más grande, siguen ahí al pie del cañón. Gracias.
Y gracias también a @madebycarol por prestarme, una vez más, su talento y su ilustración