
Tener cuidado es necesario, sin duda. Aunque literatura y cine están llenos de protagonistas que despreciaban el peligro, también los cementerios están llenos de estos. Juan sin miedo más bien debería llamarse Juan el temerario. Aunque no sé qué hubiera hecho él, ni ninguno de Los cuatro Fantásticos, Los Increibles o cualquier superhéroe en tiempos de coronavirus. Quizás en el futuro alguna película nos lo muestre, y espero que pronto lo veamos como agua pasada. Mientras tanto, esperaremos. Con refresco y palomitas, si es preciso
Hoy nuestro teatro presenta un aspecto que nunca habríamos imaginado. Ya hablamos de las medidas de precaución en los primeros tiempos del estado de alarma, aunque entonces lo hacíamos pensando en que se trataría de algo transitorio. Y ahora, por desgracia, lo transitorio tiende a volverse duradero.
Hemos vuelto al cole con un catálogo de indicaciones y protocolos que a veces hacen más difícil cumplir con las medidas que el propio contenido del pleito. Por más que resulte chocante, muchas veces una tiene la sensación de que la preocupación se centra más en las distancias, la desinfección, las mascarillas y el gel hidroalcohólico que en el contenido del juicio y el Derecho a aplicar. Y no es una tontería. Ya habíamos hecho muchos juicios de muchas modalidades, pero jamás antes nos habíamos enfrentado a una pandemia, Y esperemos que tampoco ocurra después, que con una en la vida ya hay bastante.
La cuestión es que lo que pensábamos que duraría poco, ya dura demasiado, y lo que te rondaré, morena, aunque cada día nos encontramos con alguna nueva variación que, como el libro gordo de Petete, enseña y entretiene hasta el programa de que viene.
Como decía, ya dedicamos un estreno en su día a la precaución con la que debíamos conducirnos, que cada vez se va traduciendo en cosas diferentes. Empezamos por llevar guantes para todo, aunque togada con guantes no cace ratones, pero poco a poco pasó a mejor vida. Un buen día nos encontramos que en el súper, donde pasábamos las de San Amaro para coger cualquier cosa, ya no había obligación de guantarse, aunque sí de aguantarse. Y, como suele pasar, el súper da la medida de todas las cosas. Un plumazo, y descartados los guantes que, a la postre, llegaron a decirnos que hacían peor el remedio que la enfermedad si los llevábamos toda la jornada.
Una suerte pareja ha sufrido el tema del saludo. Quedan descartados los abrazos, tan necesarios, y los dos besos protocolarios, así que no sé que hubiera hecho Judas en tiempos de coronavirus. Nos decían que había que saludarse con el pie, con el consiguiente riesgo para el equilibrio, especialmente si una se empeña en no bajarse de sus tacones, o con el codo. Lo del codo era feo pero, además, tenía su aquel, porque, salvo que se tengan los brazos de un chimpancé, no hay codazo que no infrinja el metro y medio de distancia reglamentario. No sé si por eso ahora nos han vuelto a cambiar la consigna, y tenemos que saludar llevándonos la mano al pecho. Que, me perdonaréis, pero a mí me hace sentir como un deportista yanqui entonando su himno. Pero es lo que hay. A partir de ahora, y hasta nueva orden, a saludarse como si fuéramos Napoleón. Que no se diga. Solo nos falta que sustituyan la mascarilla por cuellos blancos engolados y pareceríamos un cuadro de El Greco. Hasta podemos proponer que, para respetar las distancias, nos insten a vestirnos como Las Meninas.. Los miriñaques son una buena medida de distancia. Física, que no social, por más que se empeñen en llamarla así.
Lo que está cada día más en boga es lo de recordarnos nuestros tiempos mozos, donde los personajes de Barrio Sésamo nos explicaban lo que era ir adelante, atrás, arriba o abajo. A veces miro las flechitas e indicaciones del suelo y creo que van a aparecer Epi y Blas para contármelo todo. Eso sí, olvidando lo de compartir, que pasó a la historia. Triqui podrá tener todas las galletas para sí mismo sin que nadie le tache de egoísta. Eso sí, que no se olvide después de lavarse las manos o de echarse hidrogel, aunque, como a más de una, le acaben saliendo sarpullidos de tanto frotar o hasta escamas de tanto mojarse.
También han entrado a formar parte de nuestra vida toguitaconada las bolsitas de plástico con que cubren micrófonos, aunque tenga su dificultad eso de cambiarlas cada vez que cambien los intervinientes. Malos tiempos para el planeta, ahora que parecía haber cierta conciencia de acabar con el plástico. Pero es lo que hay
No sé qué será lo siguiente. Me hablaba un compañero de la toga epi. Y no lo decía por el compañero de Blas, sino por un equipo de protección apto para Toguilandia. Nos reímos mucho con la ocurrencia, imaginándonos con escafandra con escudo y puñetas, pero no es para reírse. Si no, pensemos en lo exagerado que nos parecía Michael Jakson con sus sempiternos guantes y su mascarilla, y lo que debe estar riéndose de nosotros allá donde este. Me lo imagino cantándonos Thriller a toda hora, vaya.
Y hasta aquí llega el estreno de hoy. El aplauso, con mis manos perfectamente higienizadas y mi togascarilla colocada, es para quienes, pese a todo, se lo toman con humor, pero sin olvidar que no es cosa de risa. Nos jugamos demasiado