Manuscritos: no hace tanto tiempo


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Los manuscritos siempre han tenido magia. A mano se escribían las obras de teatro hasta que la máquina de escribir y luego los ordenadores popularizaron la escritura mecánica. Y las publicaciones eran de manuscritos hasta que el señor Guttenberg y su imprenta vinieron a trastocarlo todo. Son muchas las películas dedicadas a ello, El manuscrito, El manuscrito secreto, El manuscrito encontrado en Zaragoza o El hallazgo del pergamino, entre otras, porque en plena era digital tienen todavía más encanto. Que se lo digan si no a esos coleccionistas capaces de pagar cantidades de dineros obscenas por un autógrafo o una dedicatoria de cualquier estrella.

En nuestro teatro la verdad es que firmamos muchos autógrafos  y, aunque su cotización nada tenga que ver con los de famosos y famosas, a veces ese autógrafo se agradece más por quien lo necesita para que se resuelva definitivamente su pleito que por el fan el de su estrella favorita. Así que nos podemos consolar pensando que tenemos algo de estrellas, como cantaba Bertín al final de aquel programa de imitaciones, Lluvia de estrellas.

Pero, además de los autógrafos, en Toguilandia hay más de un manuscrito. Y, a poco que nos remontemos en el tiempo muchos más. Cuando yo aterricé en este mundo los fiscales escribíamos a mano. Entre otras cosas, porque no teníamos ordenador -ni soñarlo- y ni siquiera una máquina Olivetti de las que eran habituales. Lo hacíamos a la vuelta del folio y, si se trataba de un escrito de más envergadura, lo escribíamos a mano para que el funcionario correspondiente lo pasara a máquina. De esas transcripciones ha nacido más de una anécdota jugosa, como la de citar a la Tía Aurora como testigo porque la funcionario no entendió la letra de la Fiscal, que pedía que se citara a la “Cía” (de seguros) Aurora.

Como decía, mi estreno toguitaconado tenía por todo material un boli. Ni siquiera cuño de “visto” porque a mi fiscal jefe no le gustaban, que decía que nos lo podía coger cualquiera y suplantarnos. Así que hasta los «Vistos» los poníamos a mano. Recuerdo que el primero que firmé, un sobreseimiento por autor desconocido de apenas dos folios, me costó tres cuartos de hora. Y es que estampar tu primera firma con trascendencia es algo muy gordo, aunque ahora no le demos importancia.

También en ese primer destino los escritos a mano suscitaron algún problema. En un lugar donde las relaciones entre judicatura y fiscalía no eran tan finas como cabría desear, cualquier cosa podría ser un problema. Y en un caso lo fue una juez que devolvía todo lo manuscrito por decir que “resultaba ilegible”. Y, aunque en algunos casos si no lo era, estaba cerca, en otros la caligrafía era digna del mejor de los monjes amanuenses. La cosa llegó al punto que nuestro fiscal jefe remitió al Tribunal Superior de Justicia los escritos de dos fiscales con una letra esmeradísima para que decidieran si eran o no legibles. Uno de ellos el mío, que si algo me enseñaron las monjas en su día fue a a hacer una letra inglesa preciosa, aunque últimamente la haya olvidado. Lo curioso fue que el Tribunal decretó que sí eran legibles, pero a nadie se le ocurrió decir que con unos ordenadores -ya existían, aunque no en Justicia-. o máquinas de escribir se hubiera solucionado. No obstante, la juez era especialmente pejiguera, cosa que se demostró cuando devolvió por ilegible un simple “Visto”. Y, como todo el mundo sabe, no hay fiscal que no sepa poner unos “vistos” `preciosos. Está en nuestro ADN.

Uno de mis compañeros me proporciona un filón fabuloso respecto a aquellos tipos de escritos. Uno de ellos es el caso de un fiscal que debía compartir con mi jefe de entonces el temor a ser suplantado, porque escribía la V de “visto” de tal tamaño que era imposible que cupiera nada más en el folio. Lo curioso es que el resto de caracteres eran de tamaño normal, lo cual causaba un efecto raro. Sin duda.

También me comenta el caso de una fiscal recién llegada a Toguilandia que escribía la siguiente ristra por cada “visto”: La fiscal  instruida debidamente del contenido de las DP XXm, evacúa el traslado conferido y dice: Visto”. Ni que decir tiene que cuando, como suele pasar, eran más de 200 los expedientes a despachar, la pobre tardaba un mundo. Así que recibió con inmenso agradecimiento el consejo de mi veterano compañero, que le dijo que bastaba un lacónico “visto”. Las articulaciones de su muñeca deben mucho a aquel compañero.

Y ojo, que además hay quien tiene sus propias extravagancias. Escribir con rotulador verde, hacerlo en los márgenes porque no cabe en el folio vuelto y hasta había quien tenía a gala no usar jamás medios mecánicos, como si fuera una hazaña digna de mencionar en el currículum

La verdad es que aunque los escritos oficiales acabaron sucumbiendo a la imprenta, para agradecimiento de todo el mundo salvo los oftalmólogos, ese documento necesario pero extraoficial llamado extracto todavía se resiste en muchos casos. El extracto es un resumen de la causa y de lo importante de la misma que se incorpora a la carpetilla para que quien vaya a juicio tenga conocimiento pleno de la misma sin necesidad de volverla a leer. Pero, como todo el mundo sabe, en la mayoría de casos, los fiscales no acudimos a los juicios que hemos calificado, sino a los que nos toca, y entonces el extracto se torna algo indispensable. Y ahí hemos pasado muchos padecimientos. Letras ilegibles, abreviaturas imposibles de entender y hasta un sistema de asteriscos y llamadas que formaban un jeroglífico tal que ni con la piedra Roseta se interpretaban. En mi caso, recuerdo el de un compañero que escribe apretando tanto el bolígrafo sobre el papel que hubieran podido leerse sus extractos al tacto, como en el Braille.

Adonde, dese luego, no ha llegado el ordenador, es al mundo maravilloso de los pósit. Aunque ya hemos hablado más veces de la positprudencia, ahí sí daría para hacer una auténtico manual de estilo. “Te lo mando porque no sé que hacer” “Al fiscal, a ver qué dice” y hasta “Espero que el Fiscal no se oponga”, dando la pista sobre qué quieren que hagamos.

Pero no todo va a ser estar conforme. Hay quien está disconforme por principio. Eso me cuenta una compañera, que ha visto con sus ojos como un colega había escrito en una vetusta ejecutoria: “El fiscal dice: me opongo”. Eso es tener claras las cosas, sí señor, y además suena como un grito de guerra zulú. Y me recuerda aquello del jurista que se oponía a todo, y en vez de “otrosí”decía “otrono”.

Y como no hay que ponerse demasiado ombliguista, recordaré algunos manuscritos provenientes de otras latitudes pero que también tienen su miga. Una compañera refresca mi memoria respecto de denuncias mano o cuestionarios para evitar matrimonios de conveniencia, que darían para varias funciones. Aunque para especies peliculeras, las cartas que recibimos de presos desde los centros penitenciarios, que no tienen desperdicio y que acaban siempre con el consabido “qué hay de lo mio”. Y, por supuesto, las peticiones manuscritas de habeas corpus, a las que me he referido en varios estrenos tanto por sus verdaderos nombres como por sus inolvidables nombres de guerra, corpus cristi o ave scorpio.

Para terminar, hemos de reconocer que los manuscritos todavía existen. Aún hay Vistos a mano, y escritos de los de “aquí te pillo aquí te mato” que no te queda otra que firmar a mano, porque en la guardia se ha estropeado el ordenador -he hecho hasta escritos de conformidad a boli- o porque en el juzgado de pueblo no tienes ni mesa ni silla ni perrito que te ladre. Y también por otras razones, que dejaré en suspense. Pero todavía hay hasta recursos de reforma a la vuelta del folio, aunque cada vez menos

Por todas estas cosas, hoy dedicaré el aplauso a todos los compañeros y compañeras que han contribuido a este estreno, y especialmente a Javier Montero, de quien partió la idea y que ha aportado jugosas anécdotas. Al César lo que es del César.

 

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