Actas: que conste


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Las cosas no existen si no hay alguien que deja constancia de ello. No solo hay que ser El lector o La lectora, sino que hay que contarlo, porque sin alguien que dé fe las cosas son como si no hubieran pasado. Directores o guionistas pueden tener ideas fantásticas pero sus ideas no son nada si no se plasman en una obra. La de historias que se han acabado perdiendo porque nadie las escribió…

En Toguilandia tendemos nuestros propios relatores y relatoras y su particular manera de plasmar lo que pasa. Se trata de los antiguos Secretarios Judiciales hoy Lajs  y de las antiguas actas (hoy grabaciones) Bien mirado, quizás sea de los cambios más evidentes, aunque hayan pasado ante nuestros ojos sin apenas verlas.

Confieso una vez más que este estreno no es cosa mía. O no solo mía, al menos. Una laj tuitera comentaba en relación con los manuscritos la verdaderas obras de artesanía toguitaconada que constituían las actas, y me abrió todo un mundo de recuerdos. Casi como abrir la caja de los truenos.

Cuando yo llegué a Toguilandia, como he contado más de una vez, por supuesto que nadie soñaba que alguna vez las cosas fueran a grabarse en algún tipo de soporte. Pensábamos que la escena del secretario o secretaria judicial sudando tinta para poder recoger de la forma más fidedigna posibles, además de más legible, lo que pasaba en un juicio, era algo que iba a pervivir per secula seculorum. O sea, Para siempre jamás.

Pero resultó que, como la canción, Nada es para siempre y tacita a tacita como en el anuncio de café instantáneo, las actas manuscritas se fueron yendo poco a poco hasta desaparecer. Primero fue la Ley de Enjuiciamiento Civil que descubrió en pleno año 2000, que los juicios podían grabarse, y que no hacía falta poner el radio cassette de toda la vida para ello. Luego ese vicio de grabar se extendió como una mancha de aceite y llegó un día en que ya no teníamos a nuestros secres en sala más que para las cosas del todo necesarias. He de decir que les echo de menos, aunque no eche de menos el acta manuscrita, que tenía su aquel.

Como no hay estreno sin batallita de fiscalita cebolleta, voy a ello. Cuando aterricé en Toguilandia, coincidí con algún que otro secretario judicial que hacía cosas de lo más pintorescas, dicho sea en el buen sentido y con todo el cariño. Uno de ellos llevaba siempre consigo su inseparable caja mágica, una especie de maletita de plástico con muchos compartimentos que era el no va más en adminículos de papelería. Ni que decir tiene que sufragado por el mismo, que el Ministerio nunca ha estado para caprichos. Se colocaba con sus gomas, su grapadora, y sus bolis y se ponía a tomar nota de las cosas como si no hubiera un mañana. Cuando llegaba el momento de los informes, relajaba la mano -el contenido de los informes no se recogía en el acta- y estaba quietecito mientras informaba el fiscal y al principio de los informes de abogados, pero como estos se extendieran demasiado, empezaba a dar golpecitos con el boli y la goma, de modo que alguna vez se le escapó el bolígrafo proyectado a modo de tirachinas hasta mi mesa. Confieso que me costó aguantar la compostura. Pero, gomas aparte, sus actas no tenían ni un pero. Ni un borrón, ni una palabra mal escrita. Para enmarcarlas.

El otro secretario al que me refería, que era muy simpático, no tenía ningún problema en interrumpir a quienes estuvieran declarando para, tras un protocolario “con la venia”, pedirle que repitiera, que no se puede imaginar lo difícil que es tomar nota. Y repetía, claro está. También sus actas eran fantásticas.

Una de la cosas que siempre me llamaba la atención, y que producía que el titular de la fe pública diera un respingo, es esa frase propia tan propia de película “que conste en acta”. Ni que decir tiene que todo constaba en acta, que para eso está, y no por decirlo iban a subrayarlo o ponerlo en mayúsculas. Supongo que era una manera de llamar la atención sobre algo, y que decir, “ojo al dato” como si fueran un locutor retransmitiendo un partido  quedaba peor. Pero el secretario o secretaria siempre se enfadaba, y con  razón. Bastante tenían con no dar abasto con las notas como para oírse aquello. Pero lo peor es que todavía hay quien utiliza este subterfugio, cuando ahora no hay acta como tal sino grabación. Me he quedado más de una vez con ganas de decir que las cámaras tienen por costumbre grabar de principio a fin. E igual cualquier día me lanzo, que nunca se sabe.

La verdad es que he visto todo tipo de actas. Sucintas y detalladas, con letra inglesa o mayúscula, grande o pequeña. Pero siempre he admirado a quienes elaboraban ese documento tan importante. Quizás no eran conscientes de ellos, pero resultaba esencial para poder articular un buen recurso y, desde luego, para ganarlo. Por más que una recordara lo que se dijo en tal juicio, si no estaba en el acta es como si no hubiera pasado. Y la verdad, solía estar.

Había otro momento curioso, la firma del acta. La estampaban, por supuesto, juez y fiscal, así como las partes que habían intervenido. Y el secretario o secretaria judicial para dar fe de todo aquello. O sea, para decir que era verdad. Y es que eso de dar fe tenía su punto cuando alguien no quería o no sabía firmar. O cuando se empeñaba en leer el acta completita para poder firmarla. Incluso he visto algún testigo empeñado en hacer un comentario de texto acerca de su contenido, como si aquello fuera un cine fórum o una tertulia y no un juicio. Un pequeño,placer del que nos han privado en pro de la eficiencia. Y en pro, por supuesto, de la salud de las articulaciones de las muñecas de aquellos que habían que elaborarlas, que no es moco de pavo.

Me despediré con otra anécdota de aquellos tiempos. En un juicio de faltas, un letrado esgrimía en su informe, en un pleito entre vecinos, que el secretaría había levantado el acta. Uno de los encausado se alzó muy enfadado y dijo que aquel señor no había levantado nada en todo el rato y que el acta no se había movido de encima de la mesa. Y no le faltaba razón, aunque sí un poco de comprensión lectora.

He de confesar que hoy mismo he sentido nostalgia de aquellos tiempos. Me hubiera encantado ver cómo transcribían en acta la frase de un investigado, que afrmaba que su mujer se llevó al trabajo a su hijo con riesgo de que cogiera el conorarivus. Hay que ver lo que cuesta escribirlo. Pero me quedaré con las ganas.

Solo me queda el aplauso, que va, sin duda, para los hacedores y hacedoras de las actas manuscritas. En especial, a Gloria Morchón, cuya respuesta en forma de tuit inspiró este post. Mil gracias.

También me gustaría tener un recuerdo especial para el que fue uno de mis secres favoritos, que se nos fue hace poco. Le dediqué un artículo y aquí quiero recordarlo. Va por tí, Miguel Angel.

 

 

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