Las puertas son de esas cosas que cualquier persona ha utilizado miles y miles de veces en su vida. Para entrar y salir de cualquier sitio, para abrir y cerrar armarios, para ocultarse o para hacerse visible, las puertas, sean físicas o sean metafóricas, son el pan nuestro de cada día. Tal vez por eso se le dedican tantos títulos: Las puertas del cielo y Las puertas al infierno, Las puertas del Paraíso o Las puertas de la Eternidad. Y luego están todas esas puertas icónicas como la de El Resplandor, la de Psicosis, la de Las crónicas de Narnia, la de Alicia en el país de las Maravillas o una de las más inquietantes, la de la celda de la cárcel de El silencio de los corderos
En nuestro teatro, como en todas partes, las puertas abundan y cada día atravesamos un montón de ellas para entrar y salir del despacho a la guardia, de la guardia a calabozos, de calabozos a la calle, de la calle a la sala de vistas y así sucesivamente. Aunque tal vez la más espeluznante sea, como en el cine, la que una oye cerrarse tras de sí cuando va a la cárcel -de visita, claro está- Confieso que pocos sonidos he oído que me ericen el vello de ese modo.
La trascendencia jurídica de las puertas ya es otra cosa. Cruzar el umbral de una en contra de la voluntad de su dueño puede ser constitutivo de diferentes delitos según qué guarde la puerta y cómo haya sido la entrada. Nos movemos desde el allanamiento de morada o de otro tipo de local, hasta el robo con fuerza en casa habitada, pasando por la usurpación de inmuebles. Por su parte cerrar la puerta sin dejar salir a alguien puede suponer otro escalón delincuencial, el de la detención ilegal. Un amplio abanico de posibilidades, que tenemos un Código que tiene de tó, que no se diga
Y si hablamos de las puertas en sentido metafórico, también tienen su aquel. Especialmente, las que hacen referencia a dar a conocer la orientación sexual de alguien, conocido como “salir del armario”. Hoy, por suerte, este gesto no tiene la más mínima importancia, pero el régimen anterior castigaba duramente la homosexualidad, por lo que la gente permanecía bien guardadita en su armario imaginario. Aunque tampoco hay que cantar victoria antes de tiempo. Hoy, aunque todas las personas tenemos los mismos derechos, hay quien atenta gravemente contra quien es diferente. Pero hoy, por el contrario de lo que ocurría en el pasado, estos atentados están contemplados en el Código y sancionados con dureza, como ya vimos en el estreno dedicado a los delitos de odio.
Pero además de todas estas puertas de tanta enjundia, hay otras cuya existencia afecta nuestra vida diaria de un modo que a veces no podíamos ni imaginar. Me refiero a las puertas de acceso a las distintas dependencias judiciales, y quede claro que con este estreno cumplo una promesa hecha a los letrados y letradas de mi muy querida sección de violencia del ICAV (Colegio de Abogados de Valencia). Aunque mutatis mutandi, seguro que en otros sitios ocurren cosas parecidas.
Sucede aquí que tenemos una Ciudad de la Justicia de proporciones considerables, y que a veces ir de un lado a otro cuesta lo suyo. Imagine quien no lo conozca si será grande para que a un edificio -que eso es lo que es- lo llamen “Ciudad” en lugar de “palacio de justicia” como venían haciendo toda la vida. Pues bien, las últimas normas de seguridad han dispuesto que los letrados y letradas tengan que entrar y hacer cola por la puerta principal del edificio -a veces puede suponer hasta un cuarto de hora o media hora de retraso, además de no poder entrar antes de las 9.00- y, lo que es peor, que cada vez que entren o salgan, vuelvan a pasar por allí, con sus tornos su scaner, su arco detector y su cola. Y ojo, que no se trata de incomodidad, que también, sino que puede suponer un retraso evidente si la letrada acompaña a su cliente a cualquier gestión o se tiene que entrevistar con él en calabozos. Que esa es otra cuestión. Ya lo dije en su momento, pero yo sigo creyendo en la existencia de un Poltergeist que se traga a los Letrados que van a calabozos. Por eso siempre les insisto en que intenten entrevistarse cuando los suban, si es posible. Y seguro que no exagero, pregúntele si no a Iker Jiménez, que no ha dedicado un programa a la cuestión porque aún no ha completado la investigación ni dado con los letrados desaparecidos.
Pero es que, a veces, las cuestiones de seguridad se toman tan al pie de la letra que se llega a resultados cuanto menos chocantes. Estos días, que el problema de las puertas se ha incrementado y multiplicado por mil debido a las obras en el juzgado de guardia, una compañera fiscal que estaba de guardia padeció que le negaran el paso a las dependencias. La explicación que dio el guardia de seguridad fue que le habían dado órdenes de que ahí solo podían pasar jueces y funcionarios, y que una fiscal no era ni una cosa ni otra. Pues eso. Por supuesto, al contar la anécdota a una amiga abogada, y después de reírse un rato, me dijo eso de “pues si eso le pasa a una fiscal, imagina a una abogada”. Pues toda la razón, amiga, que ya veo estos días que dais más vueltas que una peonza cada vez que tenéis que atender a un detenido en el juzgado de guardia provisional.
En cualquiera de los casos, lo que sí habría que dejar claro es que el concepto de “profesionales” de la justicia no puede excluir nunca a los letrados ni tratarlos de modo tan discriminatorio. No solo forman parte de Toguilandia, como miembros de pleno derecho, sino que al ponérselo difícil a ellos nos lo ponen a todos. Pero, como soy una persona optimista, seguro que cuando acabe todo este follón del verano y las obras, quienes se encargan de la gestión del edificio ya lo han comprendido y solucionado. No desconfiemos.
Para demostrarlo, contaré otra historia de estas características que nos sucedía y ya se arregló. Resulta que un buen día, alguien colocó una alarma en la puerta de salida al exterior de las dependencias donde se ubica mi despacho. Habida cuenta que era la puerta por la que todos y todas accedíamos no solo al ascensor para entrar y salir a juicios, a la calle, a la guardia y demás sino también a los baños, y que somos más de 15 personas, la alarma en cuestión sonaba innumerables veces, perforándome poco a poco la meninge como si de una tortura china se tratara. Para acabarlo de arreglar, el único plan B era pasar por dentro de mi despacho, que se había convertido en la Gran Vía en hora punta, que solo faltabán Don Hilarión, la Casta, la Susana y La Violetera. Por supuesto, me quejé, y me dijeron que era una cuestión de seguridad, para que se supiera si alguien salía o entraba por esa puerta. Ante tal explicación, reconvine que nadie de seguridad había acudido jamás ninguna de las 500 veces que sonaba al día y me respondieron que, claro está, no iban a venir cada vez que alguien iba o venía del baño, Ah, vale, y entonces ¿por qué suena cada vez que alguien va o viene del baño? Por seguridad, me repitió quien me había dado las explicaciones, y vuelta al bucle. Al final, después de mil millones de llamadas y quejas, comprendieron que lo del papel higiénico bomba debía ser un bulo y han suprimido la alarma. Aunque, a veces, todavía tengo alucinaciones auditivas que repiten la alarma dichosa. Será el shock post traumático, digo yo, pero En ocasiones oigo alarmas
Y esto es todo por hoy. El aplauso lo brindo al sentido común que hace que, al final, las cosas se solucionen por sí mismas, aunque cueste un poco. La dedicatoria, como ya he dicho, a Letradas y Letrados de la Sección de violencia del ICAV y, por extensión, a toda la abogacía, intérpretes imprescindibles de nuestro teatro.
Reblogueó esto en Meneandoneuronas – Brainstorm.
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Totalmente de acuerdo con su artículo . Soy abogada y justamente hoy acabo de enviar una queja a la empresa de seguridad que gestiona los juzgados de Ibiza porque el domingo me encontraba de guardia asistiendo a una patera que había llegado a la isla y no se puede ni imaginar las tropelías a las que fui sometida por este vigilante ….., . En realidad siempre nos han tratado muy mal a los letrados pero lo del domingo colmó el vaso debido al abuso indebido que realizó de sus funciones . A modo de ejemplo , y entre otras muchas cosas , diré que haciendo un calor infame en la calle ( estábamos en alerta naranja , me obligó a desalojar el edificio porque llegué a las 8.50 en lugar de las 9 , decía que solo podían estar los trabajadores del jugado. Aunque yo no sea funcionaria formo parte del sistema judicial , y mi presencia es igual de importante que la de cualquier otro funcionario …, Le dije que llamara a la policia pero que yo no salía a la calle …Me indicó que se iba a encargar de que yo ese día no entrara al edificio y no trabajara. Me pidió el dni y carnet colegial cuando entré y lo exhibí.., apuntó mis datos y los dejó visibles en una hoja .., una auténtica vulneración de la protección de datos . Tras pasar el escáner , me dice que no puedo entrar con la botella de agua , que me la tenía que quitar , le dije que ni hablar , que llamara a la policia pero que no había ningún motivo por el que todas las personas accedieran con botellas de agua y yo se la tuviera que dar . Por supuesto que no se la di . Nunca admitiré tratos abyectos , vejatorios , desproporciónales ni caprichosos de ninguna persona .
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Madre mia, que historia
Mucho animo y un abrazo
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