1000: la #CifraDeLaVergüenza


1000

Hay cosas sobre las que una no sabe si no debería existir cine y literatura, o todavía existe demasiado poco. La violencia de género es una de ellas. Se le han dedicado muchas películas, desde la frivolización intolerable de Sor Citröen  -¿cómo se aguantaba?- hasta la escalofriante delicadeza de Te doy mis ojos, pasando por Durmiendo con su enemigo, Solo mía, En tierra de hombres o la mismísima Gilda, con ese bofetón tras quitarse ella un guante que se vendía como el no va más del glamur cuando era una representación de libro de la violencia de género más genuina.

Nuestro teatro, por desgracia, tiene que ver con tanta frecuencia manifestaciones de esta pandemia horrible que hemos necesitado que se cree una jurisdicción propia para luchar contra ella. Y ni aún por esas. La Cifra de la Vergüenza de mujeres asesinadas a manos de quien más debía quererlas no nos ha dado tregua. Hasta alcanza los cuatro dígitos. 1000  desde 2003. Y muchas más antes, que ni siquiera contaban ni se contaban.

No es el primer estreno que dedico a la violencia de género . Por desgracia, la realidad  me ha dado muchos motivos para dedicarle líneas y más líneas, para abrir y cerrar nuestro telón con la esperanza de que la función nunca más habrá de darse #PorEllas. Pero siempre hay que volver, y no solo porque el almanaque lo recuerde cada 25 de noviembre  sino porque los hechos son los que son cada día del año.

Cuentan las crónicas que la primera mujer de la que se tiene constancia escrita que padeció y denunció violencia de género -aun cuando el delito ni siquiera tuviera nombre- fue Francisca de Pedraza,  que allá por el 1624 en Alcalá de Henares consiguió que por primera vez se reconociera la condición de víctima a una mujer. Por fortuna, Francisca vivió para contarlo, pero no corrieron tal suerte nuestras protagonistas de hoy que desde 2003 a hoy han alcanzado el fatídico millar.

Desde Diana, en 2003, a Beatriz, en 2019, la cifra de la vergüenza ha superado la barrera de 1000, un límite que esperábamos que nunca llegara pero sabíamos que, tal como iban las cosas , acabaría llegando. Lo peor, pensar que aunque el nombre de Diana quedará fijo en el recuerdo como la primera, es difícil que el de Beatriz quede como la última. Porque precisamente es eso lo que provoca más rabia, más impotencia y más indignación: la casi total certeza de que no será la última.

Quizá alguien no sepa por qué las bolitas de nuestro  ábaco imaginario empiezan a contar en 2003. Pues, ni más ni menos que porque hasta entonces la violencia de género ni tenía sustantividad propia ni a nadie que desde ninguna instancia se molestara en computar sus víctimas. Y ya se sabe que lo que no se nombra no existe. Las mujeres que padecían este tormento se veían abocadas a un ostracismo social y legislativo que multiplicaba por otro millar su sufrimiento. Hasta el infinito y muchísimo más allá.

A partir de 2003 empezamos a contarlas y a contar con ellas. Fue en ese mismo año donde se reguló la orden de protección  -para víctimas de toda la violencia doméstica, no solo de género, como hay quien se empeña en hacer creer- pero hubo que esperar a fines de 2004 para tener una ley propia, y a mediados de 2005 para que hubiera juzgados especializados. Empezamos a andar con fuerza pero en algún punto del camino parece que nos quedamos sin resuello y paramos el avance para llegar a esa meta del fin de la violencia de género que tanto anhelamos.

En el ínterin, esta toguitaconada ha visto a mujeres asesinadas con cuchillos jamoneros, arrojadas por una escalera o por el balcón, apuñaladas decenas de veces, ahogadas en el agua de la bañera o de un lago, quemadas, estranguladas, tiroteadas con escopeta o con el cráneo roto a pedradas. Y esa es solo mi experiencia. Si sumo la de todos los compañeros y compañeras que han pasado por esto, podríamos escribir un manual de todas las formas de asesinato posibles, habidas y por haber, a las que sumar cualquier tipo de tortura imaginable, desde obligarlas a comer heces de perro a arrancarles el pelo a mechones y pegarlo con pegamento de contacto. Y juro que no invento nada, y que tampoco cuento todo. Invitaría gustosa a quienes niegan que la violencia de género exista a darse una vuelta por nuestros juzgados a ver si cambian de idea. Pero, como dice el refranero, no hay peor sordo que el que no quiere oír.

Así que hoy, si me permitís, en lugar de aplauso, una ovación cerrada para esas 1000 mujeres que, desde Diana a Beatriz, han configurado, a su pesar, la #CifraDeLaVergüenza. Y el más cariñoso recuerdo par quienes las quisieron y no pudieron disfrutar de ellas por culpa de un asesino machista. Hacia ellos todo nuestro rechazo. Sin fisuras. Hagámoslo #PorEllas

2 comentarios en “1000: la #CifraDeLaVergüenza

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