El tiempo es muy importante en nuestras vidas. Y en este mundo acelerado que vivimos, cada minuto vale un potosí. Cada día que se rueda una película en exteriores, por ejemplo, supone un coste adicional que los productores quizás no puedan permitirse, como no pueden permitirse irse de las fechas previstas de entrega de un guión, de montar una película o de entregarla ya montada para llegar a tiempo al estreno. En el cine, como en la vida, Las horas valen su peso en otro y 24 horas pueden dar mucho de sí. De lo que hagamos o lo que dejemos de hacer puede depender que tengamos Un día inolvidable o Un día de furia. O hasta ambos.
Me han preguntado muchas veces cuál es mi secreto para gestionar el tiempo. Hay mucha gente que se empeña en que tengo un pócima mágica para que los días den mucho de sí y me dé tiempo a hacer muchas cosas. Aunque confieso que ya me gustaría tener una varita mágica que estirara horas y minutos, porque juro que todavía me quedan más de una Asignatura pendiente en mi vida. Algún día tendré que aprender a hacer una paella –un baldón para una valenciana-, apuntarme a Corte y Confección o estudiar alguna otra carrera, como Periodismo, Criminología o hasta Medicina. Ganas no me faltan.
Pero,ya que estamos en confianza, confesaré uno de los secretos. Tengo el máster de madre grado avanzado. Mi rito iniciático en la maternidad coincidió con el ascenso forzoso del padre de mis hijas a una ciudad a bastantes kilómetros, y mi edad y mi bisoñez en la carrera hicieron que tuviera un lote de trabajo especialmente pesado. Nada original el que, al ser la última, te lleves lo que nadie quiere. Coincidió esa época con mi pertenencia al Consejo Fiscal, en un tiempo en que ni whatsapp, ni mensajes, ni móviles, ni vida cibernética sustituían a las reuniones presenciales, que se celebraban en Madrid cuando todavía no existía el AVE. Así que tenía que aprovechar cada segundo. Todavía me entra ansiedad de recordar cómo mecía la cuna de mi hija con una mano y leía un procedimiento para calificar con otra. Tenía tanta práctica que a base de vaivén las ruedas se hicieron cuadradas y tuve que cambiarlas, y desarrollé un bíceps en el brazo izquierdo capaz de emular al más aguerrido levantador de piedras. Y, además, desarrollé otro talento para el que ya apuntaba maneras desde chiquitita: el de dormir poco. Por supuesto, debe ser hereditario porque mi hija lo tenía muy desarrollado desde que nació, y no me quedó otra. Ni que decir tiene que si ahora lo de la conciliación en nuestra carrera estaba mal, entonces ni existía. Solo diré que el padre de las criaturas no tuvo ni 1 día por paternidad, ya que solo podían coger tres a cuenta de los permisos por asuntos propios ordinarios, o restarlos de vacaciones.
Pero mis hijas crecieron. Y yo, como la juventud se cura con la edad, me hice mayor y, por tanto, más veterana, y pude escoger un lote de trabajo mejor. Fue entonces cuando aprovechaba el tiempo de espera de las extraescolares para ir calificando que es gerundio. Ellas siguieron creciendo, y cada vez tenía más minutos, y luego horas, libres. Pero ya me había acostumbrado a exprimirlos y se me quedó la costumbre. Cualquiera que me conozca sabe que acostumbro a usar varios dispositivos móviles a la vez para diferentes cosas, o que mientras atiendo a alguien sigo tecleando, y juro que no dejo de escuchar lo que dice.
Además, como nuestro teatro, y especialmente las guardias, están llenos de tiempos muertos, mientras esperamos que llegue el letrado o el intérprete, que se conecte el ordenador o el programa o que se alineen los planetas, pues hay que aprovecharlos también. Son ratitos que dan mucho de sí para miles de cosas, como escribir este mismo post, sin ir más lejos
Tengo la suerte –o la desgracia- que las ideas se me amontonan en la cabeza y pugnan por salir, hasta el punto que a veces siento que mi cerebro emite un mensaje como el de los móviles “memoria llena, vacíe espacio”. Y más vale que lo haga, no vaya a ser que se me borre el disco duro y me toque resetear. O que me dé un patatús toguitaconado. Por eso tengo mi casa llega de libretitas y pósits, y cosa que se me ocurre, cosa que apunto. Si además luego fuera capaz de recordar dónde he dejado la nota en cuestión, sería perfecto. Pero no es el caso.
Porque ahí, precisamente, está la otra cara de la moneda. La cara B de fiscalita multitarea. Que no es otra que fiscalita multidespiste. Quienes me conocen pueden dar fe –sin necesidad de ser notarios ni LAJ y aún siéndolo- que más de una vez me he visto en el brete de subirme en el tren un día antes del que debía ir a algún sitio, de confundir el mes y creer que tenía que ir a un acto el 8 de mayo en vez del 8 de junio y acabar encontrándome mas sola que la una o ir a una conferencia creyendo que se hablaba de un tema y era de otro y tener que improvisar como buenamente pude. Como dicen en Con faldas y a lo loco –en nuestro caso, Con togas y a lo loco-, nadie es perfecto. Y esta toguitaconada menos que nadie.
Así que podría decir que aquí está el secreto. Aunque en realidad, mentiría, o más bien diría una verdad a medias. Hay quien piensa que en realidad somos tres fiscalitas toguitaconadas en una y por eso podemos desplegarnos. Y yo, por supuesto, ni confirmo ni desmiento. Aunque la verdad verdadera, seamos una o tres, es que no hay más secreto que las ganas de hacer cosas. Y de eso voy bien servida, por suerte.
Por todo eso, mi aplauso va hoy para quienes estiran el tiempo hasta lo inimaginable cuando el fin vale la pena. Difícil, pero no imposible. Haced la prueba
Genial. Confieso que más de una vez he pensado y así te lo he dicho: ¡cómo puedes llegar a todo? Y es eso: queriendo. Porque despiste como yo eres, con ideas en la cabeza nos parecemos.También van más rápidas que los dedos ( en mi caso) pero…la diferencia está en que tú haces y yo me desperdigo. Mi enhorabuena.
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ESCLAUS DEL RELLOTGE, NO VIVIM.
Anava apressat pel camí de l’assegador, guaitant constantment, de reülla, el meu rellotge de polsera, el meu telèfon mòbil, al temps que escoltava els tocs del campanar del poble, ofegat per la presa, per si no arribava a temps, per resoldre les mil i una tasques que, com cada dia, havia compromès, posant nerviosos a tots els què m’esperaven, sense adonar-me que, tots tenim un límit, que amb els nostres actes transgredim, sols pel desig de fer molt i molt ràpid.
De sobte, eixint d’un hort, una dona de bastant edat, amb un ramellet d’herbes em va dir:
On vas tan de presa, xic, que no pots ni alenar?
Jo li vaig dir amb el fetge a la gola, que havia compromès el meu temps amb una sèrie de persones, per tal de resoldre un fum de problemes.
Ella em va mirar fixament, i amb un somriure llest i astut, però carregat de raó, propi de qui ha obtingut el Doctorat en la Universitat de la Vida, em va dir:
Mai oblides aquest consell que ara et donaré:
NO SIGUES IMPACIENT
El què és primer, és primer,
I allò segon va després,
Mai demanes a la Vida,
Que tot siga al mateix temps.
© Víctor Iñúrria (2-11-2018)
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