En el teatro, como en la vida, hay imponderables que nos obligan a echar el freno. O, más bien, a colocar las cosas en un imaginario “pause” a la espera de que retornen las circunstancias que nos forzaron a para de golpe. Artistas a los que una enfermedad inoportuna les manda al dique seco, o instalaciones que se echan a perder dejando a sus intérpretes huérfanos de espacio. Cualquier circunstancia por la que, de pronto, nos encontramos viviendo Los lunes al sol, o en la cola de los protagonistas de Full Monty.
Pensamos que nunca puede pasar, pero pasa. Nos ha pasado en Valencia. El incendio de la Ciudad de la Justicia nos ha mandado a casa. Hay que ver la de veces que, de niños, hemos deseado que pasara algo en el cole que nos impidiera asistir a clase y -lo que era esencial- que no tuviéramos deberes. Y hete tú aquí que, muchos años más tarde, el sueño se ha hecho realidad, y convertido en pesadilla.
¿Qué por qué digo esto, con lo bien que se está en casita sin hacer nada? ¿Acaso soy masoquista? ¿Quizá inhalé algo de humo el día que vinimos a media jornada y me ha afectado las neuronas? Pues no. Nada de eso. O eso creo, vaya.
Lo que ocurre es que aquí va a pasar eso de pan para hoy, hambre para mañana. O sea, que tenemos unas vacaciones forzosas pero mientras los deberes se acumulan y los tendremos que hacer todos de golpe. Y no va a tener ni pizca de gracia. Como no la tiene, tampoco, esos comentarios desafortunados que he leído de quienes poco menos que han llamado vagos o caraduras a quienes nos quejábamos de tener que volver a trabajar sin la certeza de que el edificio estuviera en condiciones.
Porque lo que no podemos perder de vista es que, además para quienes trabajamos en el edificio, el perjuicio es tremendo para el justiciable. El público se queda sin función, con la entrada pagada y sin la más remota idea de cuándo podrá ver la obra. Y eso, que si se tratara de un espectáculo es molesto, en los casos que se ventilan por estos lares es letal. Imaginemos quien lleva meses -incluso años- para resolver su divorcio, su reclamación, el asunto del que es víctima o del que se le acusa o mil cosas más. Toca Volver a empezar, señalar de nuevo, encontrar un hueco en las más que atiborradas agendas. Y eso, algunos. Los más afectados, tienen que incluso reconstruir el expediente y encontrar un lugar donde celebrar el juicio.
Y mientras, la zozobra. Porque aunque se declararon estos días inhábiles de una manera oficial, la cosa no es tan sencilla como a primera vista pudiera parecer. En primer lugar, porque para la instrucción todos los días son hábiles -de hecho la guardia ha seguido funcionando- no sé hasta qué punto se pueden deshabilitar. Las formalidades pueden variarse, pero las vidas no pueden congelarse. ¿Qué ocurre con la resolución de un recurso en una causa con preso, por ejemplo, de la que puede depender la libertad? La respuesta fácil sería decir que en ese caso no hay inhabilidad que valga, pero no puede ser. Si los expedientes no se tramitan, y si ni siquiera se puede acceder a los despachos donde están, nada que hacer. Pero al preso no se le puede decir que se quede en stand by mientras espera la resolución. O tal vez si se pueda, pero resulta raruno cuanto menos. Ni tampoco se le puede decir al progenitor que depende de la justicia para recoger o entregar a sus hijos, o para resolver sobre dónde han de vivir esos menores, por ejemplo. Quienes litigan son personas y es difícil decirles que aunque su problema sea cuestión de dinero, el día es inhábl y no van a ejecutar su crédito, porque ni el banco, ni la factura de la luz, del agua o los libros del cole atienden a días inhábiles a la hora de pasar la cuenta.
Y luego están las cuestiones formales pero de difícil resolución. Fiscales con destino en la Ciudad de la Justicia pero que tienen asignados partidos judiciales diferentes no pueden hacer su trabajo pero sí ven correr los plazos y acumularse el papel. Abogados de la Generalitat cuya sede es también el edificio de la Ciudad de la Justicia pero que despachan pleitos del TSJ cuya sede está casi en ruinas pero en funcionamiento.
Sin olvidar el problema de las notificaciones a procuradores y abogados, centralizadas en las oficinas del mismo edificio. ¿Correrán en cuanto se reanude la actividad a hacer cola y llevarse un contenedor portátil para recoger todo lo que quedó pendiente?. Un problema más. Y por más que se haya dicho que acudan con moderación, o dan numeritos como en la carnicería, o a ver quién es el guapo que se modera, después de más de una semana. Que me imagino a los profesionales en fila india y pregunta aquello de ¿Quién da la vez?
Un desastre de proporciones enormes, con más interrogantes que soluciones. Un periodista cifraba en unos 1000 juicios los que se dejaron de celebrar en una semana. Y eso, quienes habitamos los despachos menos afectados, porque para los que han sido Siniestro Total la cosa pinta para largo. Sumemos todo lo anterior y echémonos las manos a la cabeza. Y sin togas ni puñetas, que se quedaron dentro. Nadie podía imaginar que algo así pasara, pero tal vez alguien debería haberlo previsto.
Mientras tanto, el ocio cada cual lo resuelve como puede. Hay quien está encantado, y quienes van por ahí como tigres enjaulados sin saber qué hacer y llorando por sus expedientes perdidos. Tanto, que si Becquer levantara la cabeza seguro que les hacía una de sus melancólicas Rimas, dedicada en este caso a la zona azul donde se ubicaban los juzgados perdidos
¿Qué es un desatre?
Dices mientras fijas tu pupila
en nuestra zona azul
¿Qué es un desatre?
¿Y tu me lo preguntas?
Un desastre eres tú
Pero es lo que hay. Todavía queda mucho para paliar todos los efectos de esta catástrofe que, por suerte, no tuvo víctimas en vidas humanas. Porque decir que no tuvo víctimas personales no sería adecuado: quienes ven desatendidos sus derechos ya son víctimas, aunque sea por causa de fuerza mayor. O, al menos, llamémoslos damnificados que aunque suena más técnico, para el caso es lo mismo.
Así que hoy el aplauso es, sin duda, no solo para quienes en su trabajo ha padecido el incendio y lo seguirá padeciendo sino quienes en sus derechos seguirán sufriendo las consecuencias. Paciencia, no les queda otra.
Reblogueó esto en Meneandoneuronas – Brainstorm.
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Así que hoy el aplauso es, sin duda, no solo para quienes en su trabajo ha padecido el incendio y lo seguirá padeciendo sino quienes en sus derechos seguirán sufriendo las consecuencias. Paciencia, no les queda otra.
Y… yo, ciudadana de a pie, pagadora de tributos y observadora de mafias ocultas, no puedo evitar pensar en la posibilidad de un sabotaje o ¿quien juega a olvidarse de poner las alarmas?. Porque existir existen ese tipo de jugarretas «ultranormales». Hay gustos para todo.
La verdad es que da para una novela.
Lo malo es que son muchos los afectados y peor todavía comprobar que es verdad eso de que las cosas de palacio van despacio.
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Interesante artículo! Os invito a que te pases por mi blog, soy un economista que escribe sobre economía y actualidad, sígueme si quieres amigo! Saludos.
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