Pocas cosas hay que teman más los artistas que las críticas. Tras un estreno, una buena o una mala crítica puede dar alas a la obra o hundirla en la miseria. Mucha gente acudirá a ver la función según haya leído acerca de ella, o según funcione el boca oreja, otro factor importante. Y más aún ahora que el efecto multiplicador de las redes sociales convierte en miles las bocas y las orejas en cuestión. Ya se sabe, El Cuarto Poder, al que casi se le podría unir un quinto, el de las redes. O un cuarto bis, al gusto de nuestro legislador.
En nuestro teatro, como en la vida, la crítica es frecuente. No solo esa valoración de la prueba según las reglas de la sana crítica a que se refiere la Ley de Enjuiciamiento Criminal, sino crítica de la de verdad. De la constructiva, y de la destructiva también. Pasando por todos los matices de la escala cromática. Del rosa al amarillo.
La crítica puede venir de dentro y de fuera, de casa o de las Antípodas. También puede hacerse en un medio público, con luz y taquígrafos, o en las tertulias de café. Pocos deportes más propios de nuestra cultura que rajar al vecino. Desde el cariño, eso sí… O no.
Las críticas más convencionales a nuestro trabajo vienen de la mano de los medios de comunicación. Y, claro está, depende de la profesionalidad y el cuidado que pongan el contenido de las mismas. Todavía hay quien cree que las sentencias y, en general, las resoluciones judiciales u otros dictámenes jurídicos, no deberían ser criticados ni comentados. Pero no podemos permanecer en nuestra burbuja de cristal. Si las sentencias son públicas, nada debería obstar a que públicamente se comenten, dentro de los límites legales del derecho a la intimidad. Y otro tanto cabría decir de otras resoluciones, si bien en esos casos los límites son mayores, y pasan desde el secreto de sumario y la necesaria reserva hasta la propia presunción de inocencia. Que los juicios paralelos son muy peligrosos y no benefician a nadie.
Ya dedicamos un estreno al cuñadismo on line, el de ésos que lo saben todo, todo y todo, se hable del censo a primeras cepas o de física cuántica. Y en esa categoría, o cercanos a ella, están los todólogos de profesión, esos tertulianos que ganaron el sillón al otro lado de la pantalla o de las ondas por haber sido novios de alguien que salía en un reallity. Y que igual se atreven con una sentencia del Tribunal Supremo que con el último descubrimiento de la Biomedicina. Y, aunque su credibilidad debería ser nula, lo bien cierto es que intoxican a base de mentiras y medias verdades, y, sobre todo, a base de interpretaciones de textos que ni siquiera comprenden.
Al otro lado del espectro, hay periodistas serios y formados que ejercen la crítica de un modo responsable, por más que a veces pueda doler al criticado. Pero nadie es perfecto. Ni falta que hace, por cierto.
Pero además ha surgido una nueva clase de criticones. Los de las redes sociales. Esos que se sientan armados y pertrechados de su dispositivo móvil y, muchas veces desde el anonimato, juzgan con cuatro líneas lo mal que lo hizo éste o aquel juez, esta o aquella fiscal. O aventuran que no lo habrían hecho así si las víctimas fueran sus hijas. O barbaridades mayores, insultos incluidos. Sin saber que tal vez a ese mismo juez le dolió más la impotencia de no poder hacer nada más. Porque ni todas las cosas son delito ni son susceptibles de ventilarse en un juzgado. Yo, sin ir más lejos, me desgañito explicando que no se pueden poner órdenes de alejamiento si no se ha cometido efectivamente un delito, y haya un indicio serio de ello, por más que en ocasiones, duela el alma de no poder hacerlo. Pero es más fácil criticar que salir a reclamar los medios a quienes les corresponde proporcionarlos.
Por supuesto, tanto en los medios como en las redes está la crítica positiva. La que reconoce el trabajo bien hecho. Aunque a veces cuesta demasiado encontrarla.
E igual pasa en las tertulias de café. Es fácil criticar al compañero que, presuntamente, ha metido la pata, pero muy pocas veces nos molestamos en felicitar al que ha hecho un trabajo magnífico, mucho más frecuente por otra parte. El viejo dicho de que el hombre muerda al perro.
No obstante, yo abogo por decir lo bueno siempre que existe. No duele y anima a quien lo ha hecho. Y, lo que es mejor, fomenta el seguir esforzándose por hacer las cosas lo mejor posible, que, con los medios que tenemos, no siempre es fácil.
Así que hoy el aplauso es para quienes ejercen la sana crítica. La que ayuda a seguir avanzando. Sea desde los medios, desde las redes, o desde la cafetería. No saben lo que se agradece
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