La velocidad es algo que siempre ha fascinado al género humano. Pocas cosas parecen gustar más que la sensación de rapidez con el viento en contra y todas esas cosas que nos muestran algunas películas. A pie, como en Carros de fuego y Forrest Gump o en cualquier medio de transporte, desde las cuádrigas de Ben Hur, la velocidad es tema recurrente en el mundo del espectáculo. Como también lo es a la hora de computar el tiempo en que se hace una película o lo que dura. Todos conocemos la distinción entre Largometrajes, Cortometrajes y Mediometrajes, que tienen sus propias categorías. Como ocurre en el mundo de la literatura, donde al lado de las tradicionales novelas se abren paso los relatos breves y los microrrelatos.
Las carreras son el hilo conductor de muchas obras, funciones y series de televisón, entre las que me quedo, si dudarlo, con los Autos Locos de mi infancia, entre Pierre Nodoyuna, Patán y Penélope Glamour y, por supuesto, con Correcaminos y su eterna pugna con el pobre Coyote, que nunca consiguió dar con él.
En nuestro teatro tenemos fama de lentos. Si alguien pregunta sobre características de nuestra Justicia, muchos de los encuestados traerán ese término a colación. A excepción, en todo caso, del homólogo del dentista que no aconseja tomar chicle sin azúcar, al que por cierto me gustaría conocer algún día.
Pero no todo es lento en Justicia. Hay veces que alcanzamos velocidades supersónicas, lo crean o no. Y conste que no me refiero a los llamados juicios rápidos que, aunque en la mayoría de los casos sí lo son, hay algunos que, a base de transformaciones, acaban convirtiéndose en exactamente lo contrario. Ni, por supuesto, me refiero al Procedimiento Abreviado, que en la práctica de abreviado tiene bien poco. Buena muestra de ello son los tomos y tomos que ocupan muchos de ellos. Porque, paradojas de las leyes, aunque se regula bajo el epígrafe de “proceso especial”, es tan habitual que por sus cauces se siguen la inmensa mayoría de los procesos penales en nuestro país. Cosas de una ley que todavía avanza en La Diligencia –dicho sea en la acepción referida a medio de transporte y no a la de resolución de trámite-.
Pero a veces, corremos que volamos. Como Sppedy Togalez, vaya. Sin ir más lejos, esta misma semana he celebrado un juicio civil cuya duración exacta fueron 52 segundos, tal como consta en la grabación correspondiente. Y sin trampa ni cartón, con todas sus partes cumplidas y con todos los intervinientes satisfechos a la voz de “visto para sentencia”. Y héte tú aquí que estaba yo a punto de registrar mi proeza en en Libro Guiness cuando alguien me echa un jarro de agua fría diciéndome que los ha habido más cortos, y que conoce un caso de 43 segundos. Mi gozo en un pozo. Qué poco dura la alegría en la casa del pobre, como diría mi sabia madre.
Obviamente, no es lo normal. Ni tampoco lo habitual, que no es lo mismo. Los juicios se suelen señalar calculando una media de 15 o 20 minutos –salvo que sean procedimientos especialmente complejos- para lograr terminar una sesión aprovechando el tiempo y a una hora razonable. Y tratando de evitar las esperas en los pasillos de profesionales y justiciables. Objetivo que no siempre se cumple, doy fe –aunque no sea LAJ- porque imponderables haberlos, haylos y, tampoco este año han traído los Reyes Magos la tan solicitada bola de cristal. Pero no pierdo la fe -aunque no sea LAJ- que cualquier día llega. Optimista que es una.
Eso sí, como he dicho otras veces, no hay que confundir la rapidez con la precipitación ni mucho menos con las prisas injustificadas. Y hay que encontrar el equilibrio entre evitar que se hable de cosas que no vienen al caso y cortar inopinadamente cualquier alegación. Difícil tarea, sin duda alguna. Y más difícil todavía cuando por las circunstancias que sea el retraso se acumula, la hora avanza, y hasta el estómago protesta y es difícil acallarlo, que a ése no se le puede declarar en rebeldía.Y es que oír esa frase de “en aras a la brevedad” y ponerse a temblar es todo uno. Como lo de «para no cansar al tribunal», otro cásico.
Pero ahí seguimos. Tratando de manejar el tiempo con los medios que tenemos, que ya sabemos que no son para echar cohetes. Y vayamos en cuádriga o en Sputnik intentando no perder la compostura.
Así que hoy el aplauso es para quienes gestionan el tiempo y los medios de manera eficiente, dando a cada caso el tiempo que necesita. Porque el malabarismo temporal también ha de tener premio.
Reblogueó esto en Meneandoneuronas – Brainstorm.
Me gustaMe gusta
Reblogueó esto en jnavidadc.
Me gustaMe gusta
Pingback: Vehículos: en marcha | Con mi toga y mis tacones