
Las películas infantiles son un género que constituye un filón sin fin -siempre habrá niños y niñas pare verlas y papás y mamás para acompañarles- pero no siempre son tan educativas ni tan duces como creemos. Pensemos en el pobre Marco buscando a su madre, e Bambi con su madre asesinada por un cazador o en el dramático final de Marcelino pan y vino. Por no hablar de la muerte de Chanquete en Verano azul, que traumatizó a toda una generación, o la del payaso de Zampo y yo, que traumatizó a la anterior.
En nuestro teatro lo que ocurre no es cosa de niños, ni andamos cantando canciones infantiles, pero a buen seguro que las que cantábamos en nuestros primeros años de vida nos marcaron de alguna manera, aunque ni siquiera nos demos cuenta. Y hoy no pasarían el más mínimo filtro.
Confieso que la idea de este estreno no es mía, o no totalmente, no vaya a caer en mi propia trampa y a aplicárseme la ley de propiedad intelectual. La verdad es que vi un video de una graciosísima influencer -o creadora de contenido, o como se diga- que, bajo el título de “lo de las canciones”, comentaba, en clave de humor, la inocencia con la que canturreábamos verdaderas barbaridades sin ser conscientes de nada.
En concreto, el post en cuestión hablaba de canciones como Don Federico, al que ya dediqué una historia, que, según cantábamos, mató a su mujer, la hizo picadillo y la puso en la sartén También se refería a la de la calle 24, donde una vieja mató un gato con la punta del zapato, al pobre Marco gritando “No te vayas, mamá” o Heidi preguntando cosas imposibles a su abuelito gruñón. Y, por supuesto, del barquero que decía que las niñas bonitas no pagan dinero.
Pero hay muchas más. Haciendo palmas cantábamos que en la plaza redonda había una zapatería donde las niñas guapas iban a tomarse la medida, para lo cual se levantaban la faldita y se les veía la pantorrilla y el zapatero, pues va y se caía de la silla. Casi nada. Y es que no nos enterábamos. Si no, a qué santo hubiéramos berreado mientras saltábamos a la goma que Popeye el marinerito no sabe tocar el pito, y yo que lo sé tocar no me lo quiere dejar.
Si se cantaba la Lecherita, hacíamos una oda a la violencia doméstica, porque mi mamá me pega y yo le pego a ella, dice la letra. Y si saltábamos con Don Melitón, un canto al maltrato animal, porque tenía tres gatos y los hacía bailar en un plato. Por no hablar de Antón Pirulero, que fomentaba el desnudo porque el que no atendía el juego había de pagar una prenda.
Aunque si en algo son tremendas as canciones infantiles son a la hora de perpetuar los estereotipos. Los payasos de la tele, a los que adorábamos, sabían mucho de eso, con esa niña que no podía jugar ningún día de la semana porque tenía que lavar, que fregar o que planchar, mientras que todos iban en el coche de papá, que era siempre el que conducía, mientras que los buenos guisos los hacía Porrompopom Manuela, y por eso le iban a poner el mejor piso. De todos modos, y en descargos de Gaby, Fofó y Miliki diré que, muchos años después, reeditaron sus grandes éxitos en versión igualitaria. La niña por fin podía jugar, y el coche ya no solo lo conducía papá. Al César lo que es del César.
Paradójicamente, las nanas, las canciones destinadas a hacer dormir a las criaturas, daban más miedo que otra cosa. Se le decía al niño que si no dormía vendría el Coco y se lo comería, nada menos. Y hay otra en valenciano que decía que el niño se caía de la cuna y se quedaba cojito. Casi nada.
¿Y qué decir de canciones tan populares como los villancicos? La Virgen, venga peinarse entre cortina y cortina con el panorama que tenía por delante, San José hecho un cuadro porque los ratones le robaban los calzoncillos y, mientras tanto, la burra cargada de chocolate yendo hacia el portal como si tal cosa. Y no olvidemos el toque de racismo cuando a los dos Reyes magos llamados Melchor y Gaspar les sigue un negrito al que todos llaman el Rey Baltasar.
Y aquí no acaba todo. Seguro que a más de una y de uno le vienen a la cabeza otras canciones populares tan políticamente incorrectas como estas. Po eso no descarto otro estreno y estoy abierta a nuevas aportaciones, aunque hoy lo dejo aquí. Eso sí, sin olvidarme del aplauso, dedicado a aquellas niñas y niños que, con toda nuestra ingenuidad cantábamos sin darnos cuenta de qué decíamos, Bendita inocencia